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Dios no le dio cachos al burro, pero sí capelo a un enviado del demonio, al tal señor Baltazar Porras. El capelo, era aquel sombrero de ala ancha, como el que usan ahora los que van a las corridas de toros para cubrirse de los ardientes soles de marzo, pero con cordones terminados en borlas que dan sobre el pecho. Cosas raras, Baltazar Porras lo usaba cuando era obispo en cada corrida de las Ferias del Sol, pero ahora se apoya en el SÍMBOLO de un Príncipe de la Iglesia, el fulano capelo lo lleva en sus entrañas. Es decir, don Baltazar Porras es y se considera un príncipe y como tal puede pasearse con más luces que un torero por todas las plazas de toros de esta tierra, y efectivamente lo ha hecho en algunas de Madrid, de Bogotá, Ciudad de México, Mérida…
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En nuestra última crónica sobre el paseo del Cardenalito por la Plaza de Toros de Mérida, por la arena caliente, digo, y roja por la sangre derramada por los toros, llena de enardecidos fanáticos embriagados también, llevando en brazos la imagen del santo José Gregorio Hernández. Sonreía pícaramente el gran pecador de Baltazar Porras, andando y siendo vitoreado por una barahúnda de amantes de los toros que se encontraban libando licor, que confunden el amor a Dios con los dardos que se entierran en los lomos de estos pobre animales.
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Pues bien, este Cardenalito debería saber que las corridas de toros constituyen un horrible pecado, que ha sido condenado severamente por el Papa Francisco. Pero el Cardenalito cree que eso a él lo hace popular, tan popular como aquel ditirámbico presidente llamado Carlos Andrés Pérez. En estos asuntos, el Papa Francisco es contrario a las corridas de toros y en tal sentido transmitió un mensaje muy claro. Él repudia el maltrato a los animales, nuestros hermanos animales como diría san Francisco de Asís, nombre que tomó Jorge Bergoglio al ser elegido Papa. Y también, según la tesis papal, maltratar animales atenta contra la dignidad humana. La postura de Francisco consta de manera muy clara en su encíclica «Laudato si» (Alabado seas). Escribe: «La indiferencia o la crueldad ante las otras criaturas de este mundo siempre acaban trasladándose de alguna manera al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con los demás. Todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana". Dejo esto zanjado y aclarado, pues…