En el corazón de la derecha política en Venezuela, María Corina ha logrado crear, como una proyección de su funcionamiento mental, la emergencia de un fenómeno peculiar el "trauma tripolar". Esto es nuevo porque se hablaba antes del trauma bipolar.
Así tres facciones internas luchan, insultándose mutuamente y demostrando cada uno que no tiene nada que ofrecer al país y al bienestar de su población, tratando por definir el rumbo: una aboga fervientemente por participar en las elecciones, otra insiste en sabotearlas como acto de resistencia, y la tercera, atrapada en la indecisión, observa desde la periferia con una mezcla de frustración y desconcierto. Lo único que distingue a la derecha es ser religioso, pero ni así.
Este conflicto interno no solo refleja una crisis de identidad, sino también una profunda desconexión con ideales y objetivos y no refleja la antigua división entre adecos y copeyanos, porque aquí la mano invisible del imperialismo es cada vez más visible. Y es que aún en la derecha no todos están de acuerdo que sean las empresas norteamericanas las dueñas de nuestro petróleo que están esperando imponer un gobierno propicio para lograrlo.
Los defensores de las elecciones ven en ellas una oportunidad para legitimar su causa y demostrar su fuerza en el ámbito democrático. Para ellos, cada voto es un paso hacia el cambio, una herramienta para desafiar el statu quo desde dentro del sistema y sin querer queriendo han logrado una presencia política en la Asamblea.
Sin embargo, su entusiasmo se enfrenta a la feroz oposición de María Corina y sus perros furiosos, quienes consideran las elecciones una farsa, un mecanismo diseñado para perpetuar el socialismo y la injusticia. Estos últimos ven el sabotaje y la guarimba como un acto de rebeldía, una forma de deslegitimar el proceso y enviar un mensaje contundente de rechazo… y destruyendo al país.
En medio de este choque de posturas, la tercera facción, los indecisos, se convierte en muestra de la confusión colectiva. Su incapacidad para tomar una decisión refleja el miedo a las consecuencias de ambos caminos. Participar en las elecciones podría implicar una traición a sus principios, lo cual se pone en duda a menos que consideremos al oportunismo como un principio, mientras que sabotear podría alejar a posibles aliados y fortalecer a sus adversarios. Este dilema paraliza a este grupo, erosionando su cohesión y debilitando su capacidad de acción.
El trauma tripolar no solo afecta la estrategia política, sino también la moral de la derecha. Las discusiones internas se tornan cada vez más acaloradas, y las fisuras que los separan se vuelven más profundas. Aunque para todos y para el público que ve el espectáculo está claro que tapados o visibles todos de alguna forma encontraran la forma de participar en las elecciones próximas.
En última instancia, la innovación que ofrece María Corina a la psiquiatría no es en el tratamiento del trauma, sino en la creación del trauma tripolar propiamente dicho, que como conflicto interno fragmenta al grupo, dejando en evidencia que, no tienen propuestas y que cualquier acción—sea participar o sabotear—siempre será insuficiente para alcanzar sus objetivos. Por suerte para Venezuela que no quiere verse como Argentina, Haití o Ecuador.