Que la clase trogloditamente económica desee la muerte del barinés, no es de extrañar. No es noticia, pues. Lo será cuando públicamente manifieste que está buenamozo. Ese día ganará, esa dirigencia opulenta, merecida primera página. Pero que sea gente como uno la que apunte sus oscuras intenciones contra el hombre, obliga, mínimo, a algunas preguntas.
¿Por qué, aún, desde algunos sectores humildes e históricamente maltratados no se reconoce y respalda el trabajo de justicia social y económica adelantado por Chávez? ¿Tan difícil es observar la felicidad del vecino que ahora, a contrario del pasado, siente que su vida se impregna no sólo de esperanzas por el futuro sino de hechos reales y concretos en el presente? Nada fácil, al menos para nosotros, es toparnos con las respuestas más apropiadas.
Podríamos pensar que sigue incólume el poder de los dueños de los medios de producción, y que lo manipulan para aterrar a empleadas y empleados con el cuento de las injustas expropiaciones; que el coco del comunismo, nacido en la década de los años 60, ha echado raíces; que ofertas como la insólita tesis del capitalismo popular se muestra más atractiva que la del compartir y hasta podríamos sugerir que muy cierta es la creencia según la cual existe una dosis de egoísmo que subyace en todas y todos nosotros.
Cerramos con la madre de todas las preguntas: ¿cómo le ponemos fin a tan incómoda, insólita, inexplicable y triste situación?
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