Si el caballerito candidato de la derecha criolla para las elecciones del 7 de octubre fuese atleta con rango internacional, en su haber acumulara ya varias preseas doradas. En los diferentes comités olímpicos su nombre estaría grabado sobre letras áureas. En serio: vamos a explicarlo.
En los nada antiguos anales de la historia reciente, reposan conservada y pausadamente sus saltos largos contra la embajada de Cuba en nuestro país. Ello ocurrió en abril de 2002, como recordamos, y jamás olvidaremos.
Aquella práctica, perdón: abuso, además de poner en franco riesgo las relaciones entre esa nación y la nuestra también significó por su culpa el peligro inminente de las vidas de quienes ocupaban la antillana misión diplomática, incluyendo menores de edad. Diría mi madre que, gracias a Dios, la muchedumbre que sedienta de sangre y muerte rodeaba la sede diplomática no tuvo el valor que sí mostró el entonces alcalde de Baruta para adentrarse en esas cuatro paredes de intocable perfil foráneo.
Confesamos que durante muchos meses fuimos presa de vergüenza nacionalista. No hubo manera de evitar ofrecer disculpas a cuanto cubano o cubana nos topamos, luego de aquel facineroso ataque. “No te preocupes. Sabemos que no fue el pueblo venezolano” nos respondieron casi siempre con una humildad y camaradería que nos costaba entender vista la amenaza a la que fueron sometidos.
La más reciente vergüenza que nos hace pasar el personaje, llegó asociada a los moradores del viejo continente apenas horas después de saberse electo en las primarias del domingo 12 de febrero. “No usaremos desodorante, como los europeos” lanzó públicamente, sonriendo cual corredor de 100 metros planos al instante de recibir la guirnalda.
Si usan o no desodorante no es asunto nuestro. Tampoco si se duchan a medias o no lo hacen. ¿Tiene algún empeño especial en agredir a habitantes de otras latitudes? ¿Desconoce algún método útil para hacerse entender de buena manera? ¿por qué nos hace pasar tantas vergüenzas?
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