El mismo día en que Lord Camarvon se dispuso acompañar al joven Tutankamón en su perenne yacer (cuya hacienda ayudó por cierto para que Howard Carter lo descubriera en su pomposa cripta), un periodista, cuyo nombre él me rogó que no revelara, realizaba en 1923 un análisis caracterológico de Adolfo Hitler: justo una década antes de que se convirtiera en el führer tenebroso. Y la razón fue que lo había entrevistado por acomodos de un ex almirante (además monárquico y enemigo de los hombres) que por hallarse huérfano de barcos dirigía la sección internacional de un diario de Munich. La razón fue que lo había tenido muy cerca cuando era solamente, en aquella estremecida República de Weimar, un no tan mondo agitador político debido a que era ya el cabecilla del fascismo bávaro. Y a la llegada del invitado a la estancia, el ex almirante lanzaría la gozosa exclamación: ¡Hitler! como para adularlo y también como para agradecerle la selecta gentileza de no haberlo embarcado.
Ya ante su vista el periodista lo retrata así: vestido como un funcionario subalterno, fuertes maxilares inferiores, ojos azules muy a flor de rostro que expresan exaltación, violencia, agresividad y debajo de una nariz plebeya cuyas ventanas son grandes, el bigote de cerdas como púas que ha sido reducido al mínimo por el rasurado. Esto último quizás sea lo único que le falta a Capriles Radonski. Y además de malicioso le lució impaciente, ofuscado por los recursos, por el retardo de las sumas que le prometieron para atender, con sus exclusivos mendrugos, a la presunta y vulgar compra de los pobres, y exclamaba: ¡Yo necesito dinero, mucho dinero; si no..! Y el ex almirante pretendía por tanto sosegarlo así: ¡Tendrá usted todo el dinero que necesite. Esos señores comprenderán que es urgente! Tal cual Capriles Radonski y su jefe de campaña, pero Capriles Radonski, en su caso, calmoso en apariencia.
Y habiendo dejado el tema del dinero, que cómo costó, logró desarrollarle al periodista así su esquema, su credo, sus planes salvadores, convirtiéndose entonces en un flujo de vacua elocuencia contra el marxismo incluyendo los procedimientos que los burgueses empleaban, por aquellos días, para combatirlo. Se veía iracundo. Capriles Radonski no, Capriles Radonski se ve de lo más modoso creyendo que con ese aire tan finústico va a disimular su odio clasista y racista hacia el pueblo que lo rechaza porque lo conoce muy bien, porque sabe de sus crueldades hitleranianas en contra de los izquierdistas, señal que lanzara en la embajada de Cuba en aquella hora canalla, cuando, lo que habría de hacer con el pueblo en sus bien acreditadas mazmorras, lo hacían con un carro sus secuaces al momento en que violaba él la embajada cubana con aires de nerd.
Pero a la vez lo observó falto de cultura y de preparación científica, sobre todo, por no alcanzar expresar ideas sirviéndose de concepciones abstractas, por lo que recurría al ejemplo simplista, a la mera similitud, a la igualación tonta de cosas más complejas. Tal cual Capriles Radonski, pero adicionándole su idiotez. Y decía que, con los antiguos oficiales, con los estudiantes, y con los trabajadores que fueron soldados, le bastaba para realizar su obra proyectada a fin de que resurgiera en el pueblo alemán el espíritu de 1914. Pues asimismo Capriles Radonski piensa que con los militares de la Plaza Altamira y del Comando Sur, con los estudiantes burgueses (por cierto desaparecidos) y con los trabajadores que se vendieron al capital, pudiera hacer resurgir el espíritu del pacto de Punto Fijo, concepción política con esa, tan sabida debilidad, para entregarse expeditamente al imperialismo.
Por tanto ese Hitler de 1923, descrito por el periodista, se me parece mucho a Capriles Radonski y, entre lo que habría que cambiar está lo beatón que resulta el criollo, como si, cada paso que diera no lo desenmascarara, no lo descorchara, como un neo nazi socarrón.
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