Que una flaquita perdedora o un flaquito perdedor, mientan, no descarta en absoluto que una flaquita ganadora, o un flaquito ganador, también hayan mentido. La mentira es un recurso aventurado que generalmente utilizan los flaquitos y flaquitas de espíritu. Y lo peor es que no alcanzan sospechar de qué manera les compromete eso el futuro, porque, para perder la confianza de los demás, quizás baste una sola mentira (al menos para mí); para otros la generosidad les permite esperar que no los engañen permanentemente, como es el caso de los españoles, por ejemplo. Pero es casi un acuerdo generalizado, que la mayoría… (de los mentirosos, quiero decir) miente para no desentonar, para no tener que rechazar algo, para evitar enfrentar lo que esté ocurriendo en un momento determinado, miente a fin de dejar para más adelante la toma de una decisión dificultosa, incluso, para no ofender a alguien o evitar que sufra por decirle la verdad que, al parecer, siempre es amarga; para vender algo, para obtener lo que se quiere, para no perder algún beneficio, para que una jeva (o un jevo) no se devuelva viva o vivo para los corrales… En fin, pero también para dar una imagen falsa de sí mismo (o misma). Aquí es donde está el detalle que nos debe ocupar con motivo de ese oscuro mundo de los mentirosos y las mentirosas.
¿Y qué oculta o pretende ocultar la mentira? Varias cosas, pero entre ellas tres que definen cabalmente a una flaquita o a un flaquito mentiroso, a saber: un problema de identidad, una actitud connatural de manipulador o manipuladora y el temor al castigo, que bien pudiera ser electoral. Y me diría alguien que es que los animales también engañan, sí, pero instintivamente por razones de sobrevivencia… ¡Ah caramba, me olvidaba! pero como quiera que los humanos (y humanas) resultamos también “animales políticos”, entonces algunos engañan de igual forma para sobrevivir políticamente. Es que están condenados… Pero continuemos fijándonos, por tanto, en lo complicado de ese mundo sombrío de los y las flaquitas mentirosos y mentirosas. (Aclaro que a ese mismo mundo, de los gorditos y gorditas, no le he entrado. Pero al menos hay uno por allí que sé que no miente. Creo que es de apellido Chávez, o algo así. Del nombre no me acuerdo. Y me perdonan, pero es una persona de la que se habla poco).
Pero de lo que no me cabe duda –y vaya que dudo- es que vivir atrapado en un tejido de mentiras debe hacer de la vida un suplicio, porque eso obliga a mantener una personalidad que no es la que le corresponde a uno de acuerdo a sus adentros, corriendo el riesgo de ser descubierto (además de los inopinados yeyos, entre achuchones uribistas) y, con el temor, de que todo ese tinglado pegado con saliva de loro (con hambre) se venga abajo y que en su lugar no quede sino cenizas a ser voladas por el viento del pueblo; por un pueblo que sabe muy bien, hoy, que los mentirosos nunca cambian y que las piadosas mentiras, en política tampoco existen, porque siempre son metidas en beneficio franco del mentiroso o la mentirosa. La seudología fantástica le permite por tanto a un flaquito por allí, cuyo nombre no recuerdo -pero sí que es un mentiroso compulsivo- recrear un chimbo personaje para que lo admiren y lo quieran y, de paso, lo hagan presidente. ¡Sí, Luís! ¿Y siendo pana de Uribe?
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