Hace poco, mientras hablaba mi Presi por la tele, una amiga muy clase media, del este del Este pero no tanto, hija de trabajadores que con tremendos sacrificios sobrevivieron en aquella Venezuela del paquetazo, del Caracazo, de los abusos y atropellos de quienes se creyeron dueños del país… Mientras mi Presi reprochaba a la oligarquía aquellos y otros tantos atropellos, mi amiga escribía furiosa en su Facebook: “Sí, soy oligarca ¿Y qué?”
¿Oligarca? Al principio me dio mucha risa. ¿Oligarca una morenita de pelos ensortijados? Una muchacha que acostumbraba a iniciar los chismes jugosos que intercalábamos con guayoyos en su cocina con un sonoro “verga, mana”. ¿Oligarca bebiendo cerveza de pico de botella y fondo blanco? ¿Oligarca que no habla ni inglés ni francés? ¿Oligarca que la primera vez que viajó a Europa fue en clase turista y rayando la premenopausia? ¿Oligarca que obligatoriamente trabaja de lunes a viernes? ¿Oligarca que vive en un apartamento de El Cafetal?
Al principio me dio mucha risa, luego me pinchó el alfilerazo de la lástima.
No, no son oligarcas mis amigas de clase media. Por mucho que hayan estudiado, por más que viajen dos veces al año a Disney World, por mucho apartamento en la playa, carro nuevo, carteras de marca, peluquería y zapatos chic, no son oligarcas.
Para empezar, un oligarca no necesita trabajar para vivir. El oligarca subsiste sobre las espaldas de las clases inferiores, y la clase media, por media es inferior. Muchos de mis amigos trabajan para ellos manteniendo vivas las empresas de estos ricos parasitarios. Mordiendo la carnada de nominaciones gerenciales dejan de verse como los trabajadores que son: todos prescindibles, todos atados imposiciones sociales que facilitan la explotación, si no explíquenme todo ese stress. Otros, pequeños empresarios, sueñan desde su pequeñez los sueños del banquero que les aprieta el pescuezo.
Confundidos se incluyen dentro la clase más excluyente de todas que los repele. Los oligarcas, guardianes férreos del clasismo, se preservan con hermetismo a punta de condiciones de ingreso que solo ellos pueden cumplir… “Veinte somos los amos del valle” -Decía don Juan Manuel Blanco y Palacios bamboleándose en su silla de mano, y veinte siempre serán.
Confundidos, mis amigos se separa del pueblo del que son parte y votan contra sus propios intereses, contra la pensión de vejez de sus padres, contra la regulación de las matrículas escolares de sus hijos, y del arroz y el pollo de sus mesas… Votan a favor del derecho de usura, de la especulación y el acaparamiento, de las nefastas cuotas balón defendidas, primero justicieramente, en la AN, a favor de los mismos adecos y copeyanos que nos robaron hasta el sueño. Ciegos, en su carro nuevo y por una autopista, pretenden encunetarse buscando un camino...
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