Diversas circunstancias se fueron sumando en la realidad política española de 2004, para que las explosiones de las diez bombas en la estación de Atocha el 11 de marzo, fueran el factor que definiera las preferencias del electorado. Fue así que, como por efecto de dicho acontecimiento, el Partido Popular (PP), que era gobierno y encabezaba las encuestas por encima del Partido Socialista Español (PSOE), pierde las elecciones.
Ese jueves 11 en la mañana, los islamistas perpetraron uno de los atentados más grandes que haya ocurrido en España. Murieron 191 personas, 1.857 heridos y cuantiosas pérdidas materiales, lo cual conmocionó a la población e hizo aflorar recuerdos recientes, anclados en el subconsciente colectivo, sobre las protestas contra el gobierno español por estar alineado con Estados Unidos y el Reino Unido en favor de la guerra de Irak. Guerra en la que España perdió una decena de soldados y gastó 260 millones de euros, lo que por supuesto, ayudó a deprimir la economía de ese país llevándolo a decrecer su Producto Interno Bruto (PIB).
En Venezuela somos pacifistas. El gobierno ha levantado la voz en el concierto internacional para protestar en contra de la invasión a Palestina, Irak, Libia y ahora de Siria. Poseemos en la actualidad uno de los PIB per cápita más alto de América Latina, que vale la pena recordar amigos interlocutores, es el indicador universal del grado de bienestar de la población de un país. Ante tal verdad, ¿es posible establecer un símil entre la realidad política electoral española de 2004 con la de esta Venezuela actual? ¡Jamás! Pero la oposición lo insinuó cuando empezaron a manifestarse los sucesos de Amuay.
El efecto Atocha no será posible en Venezuela. No obstante, hacerlo creer, forma parte de una estrategia opositora que pretende inducir y generar el caos, a partir de constructos que tienen como ejes temáticos la ineficiencia, la falta de gerencia, el descuido, y la improvisación en el manejo de las empresas del Estado. Por este motivo, el suceso de Paraguaná, cuya magnitud en pérdidas humanas es mucho menor que la de Atocha, pero igual de lamentable, fue buena excusa para sacar rédito político; no sin razón, auguraban que el fuego se prolongara, que explotaran más tanques… en fin, que fuera incontrolable hasta causar incalculables pérdidas en la refinería más grande del mundo.
Pero no pudieron sacarle provecho, debido además de las razones antes expuestas, a que clarito está todavía el paro de 2002. Situación que alteró negativamente la vida de los ciudadanos y ciudadanas al impedírseles acceder a bienes y servicios fundamentales, a la vez que pretendieron desmontar la industria petrolera ocasionándole pérdidas por el orden de los dieciocho mil millones de dólares. Tomar el tema petrolero como argumento político, en la circunstancia de Amuay como en cualquier otra, es un bumerán para la oposición. Muestra de tal aserto es enhorabuena, el simulacro electoral del domingo pasado en el cual Chávez obtuvo más del setenta por ciento de los votos; demostrándose la capacidad organizativa y de despliegue psuvista y de las fuerzas aliadas para la búsqueda del voto. Ensayo que no deja dudas sobre el triunfo del candidato de la patria en los próximos comicios.
Pese a este gran optimismo de cara al 7-O, como conocemos al oponente, de aquí en adelante los organismos de seguridad del Estado y toda la militancia revolucionaria, habremos de dormir con un ojo cerrado y el otro abierto, pues algunos encuestadoras admiten la enorme ventaja del Presidente sobre Capriles, pero dicen también que en el poco tiempo que falta para las elecciones, sólo un evento extraordinario podría revertir la tendencia. Por ello no hay que descartar que pretendan, sin efecto, “un Atocha” tal vez.
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