En reflexiones anteriores hemos abordado el odio que la figura de Chávez y su proyecto han concitado en algunos sectores de la población. El odio, término que se origina del latín odiu, define la pasión que impulsa a causar o desear mal a alguien. Para Marina y López (El Diccionario de los Sentimientos, 2000), el odio se define como la percepción de algo o alguien que provoca un sentimiento negativo de aversión o irritación y, en consecuencia, desencadena un movimiento en contra para aniquilarlo, o un deseo de alejamiento. Según Carlos Castilla del Pino (Teoría de los sentimientos, 2000), el “odio es una relación virtual con una persona y con la imagen de esa persona, a la que se desea destruir por uno mismo, por otros o por circunstancias tales que deriven en la destrucción que se anhela”.
En el odio no hay lugar para la compasión en su relación con el objeto odiado, así el que odia procura la destrucción progresiva directa o indirecta, virtual o real, como una manera de hacer desaparecer la amenaza existente, Chávez. Durante su mandato, el trabajo del odio ha recorrido desde el deseo de la destrucción hasta verdaderas acciones destructivas que pretenden la aniquilación de Chávez, en tanto objeto odiado. Se han empleado formas de destrucción menos comprometidas y con escaso riesgo y perjuicio para el que odia, tales como la palabra, el discurso mediático, la difamación, la calumnia y la crítica. Cuando el odio es muy intenso ocurre una pérdida del sentido de realidad y de las consecuencias, prueba de ello fueron las acciones emprendidas entre 2002 y 2003. La destrucción del objeto odiado tampoco ha sido posible través de las innumerables confrontaciones electorales que han tenido lugar. Y ante el fracaso del trabajo del odio, “al no haber conseguido la destrucción del objeto, que permanece allí frente a nosotros aparentemente indestructible, y, ¿por qué no?, quizá hasta dentro de nosotros”, el odio se acumula, crece progresivamente y puede conducir a intentos de destrucción material del objeto, como la única manera de salir de esa amenaza constante.
Y ante tanta impotencia en el odiar a Chávez, el deseo de aniquilación cobra un carácter mágico que parece haber encontrado una circunstancia que podría derivar en “la destrucción que se anhela”: el cáncer, la fuerza destructiva que estaría haciendo el trabajo del odio.
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