Clara, la de la vida oscura, paseaba por el Sambil. Eran las ocho de la noche y el cacerolazo la agarró saliendo de la zapatería. Cuatro bolsas, cuatro pares de zapatos nuevos ocupaban sus manos caceroleras, ahí, a la hora libertaria, sin cacerola, sin cucharón.
Cuando se lucha por la libertad se lucha en todos lados, y a Clara le tocó luchar en pleno centro comercial, entre el Hard Rock Café y el Mc Donald’s, frente a la tienda donde compró su último iPhone. Menos mal que lo compró y que lo tiene preparado: Clara, precavida, descargó hace semanas la aplicación que le salvaría la noche: Cacerolapp, una maravilla tecnológica que te permite llevar tu cacerolazo en el bolsillo. Basta agitar el teléfono para que, tlaca, placa, taca, plin, pongas a temblar al gobierno.
Clara se unió al coro de shopping cacerolos que, bajo la mirada tutelar y burlona del Ronald Mc Donald, entonaba la consigna del peor ciego que no quiere ver: “Qué no, que no, que no me da la gana, de una dictadura como la cubana”.
Clara, iPhone militante, lucha contra el fraude castrochavista. Firma una ciberpetición a la Casa Blanca para que ¡Help us!. Cuelga en su muro de Facebook fotos de otros muros que muestran claramente cómo soldados del Plan República destruyen material electoral. ¡Qué vergüenza!, escribe indignada. Luego supo, por culpa de una amiga chavista aún no había bloqueado y -¡clic!- ya bloqueó, que las fotos eran viejas, que venían de la web del mismísimo CNE, que el material de cada elección se destruye tiempo después, que para corroborar la verdad basta buscar con su iPhone en Google, así como busca lo último de lo último de la moda. Y ahora que sabe la verdad, coño, ahora que la sabe… Clic, apaga.
Clara, iPhone en mano, baila la conga de la desinformación: ¡Tuit! foto de Egipto, 2009 titulada “Brutal agresión de policía venezolana a indefensa manifestante opositora”. Y desde la policía española hasta la nepalí -¡clic!- si la foto es brutal, se convierte en maluca policía bolivariana. La verdad no importa, las consecuencias de la mentira tampoco. Está en juego, la vida, la paz. Clara, instrumento ciego de su propia destrucción, parada sobre las reservas petroleras más grandes del planeta, cacerolea y canta: ¡Y no, y no, y no le da la gana!
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