La ignorancia de Capriles Radonski es sorprendente y ello nos lo ha puesto de nuevo de manifiesto un personaje que para nada nos resulta recomendable, simplemente porque fue uno de los ministros (Fomento) del último gabinete de Carlos Andrés Pérez. Se trata de Moisés Naim, quien, como se recordará, conjuntamente con Miguel Rodríguez, Ministro de Planificación, Eglée Iturbe, Ministra de Hacienda y Pedro Tinoco, Presidente del BCV, diseñó y le propuso a Pérez el famoso “paquete económico”, que significó el aumento exorbitante de la gasolina, la liberación de precios de los alimentos y los servicios públicos, entre otras medidas económicas, de claro corte neoliberal, el cual produjo el llamado “caracazo”, movimiento popular de ira y de protesta que duró los días 27 y 28 de febrero de 1989, el cual fue controlado a plomo de fusiles por tropas del ejército, dejando un saldo de muertos, cuya cifra calculan las organizaciones sociales que fue superior a las mil personas y que el gobierno reconoció que sólo fueron 320 (hacer clic o copiar y pegar: Fiscal Ortega Díaz dice que se desconoce número de víctimas del ...).
Efectivamente, este personaje Naím, quien además no oculta su adhesión al neoliberalismo, como es sabido por todos, divulgó a través del diario El Nacional, en su edición del día 12 de junio en curso (página 9), un artículo bajo el título ¿Abundancia energética, precariedad ambiental?, cuyo contenido nos sorprende, pues allí se muestra como un recio defensor del medio ambiente y, sobre todo, el hombre que le horroriza el futuro cercano del planeta y su calentamiento, el único que tenemos para la vida, sino no se adoptan medidas a nivel global que impidan que se siga generando el CO2 y con ello el aumento de su temperatura, lo cual, nos agrega en la nota, será imposible de lograrlo, pues en la dirección de aumentar el consumo de energía proveniente de los hidrocarburos (compuestos orgánicos), como lo es el petróleo y el gas, por ser los más baratos, se encamina el mundo industrial desarrollado, al menos hasta el 2020, como lo visualiza un estudio hecho por Citigroup, recientemente…
Es una nota que vale la pena leerla y difundirla, pues más allá de los antecedentes del autor, es significativo su aporte en la dirección de Salvar el Planeta, como lo dejó proyectado nuestro Comandante Eterno, Hugo Chávez, como el quinto objetivo de su Plan de la Patria.
Por otra parte, se hace evidente con estas pertinentes reflexiones de Naím, que el “majunche” no solamente anda bien extraviado, sino que es torpe e inculto, pues además de no estar atento a los eventos relevantes que afectan al mundo de hoy, como es la inocultable incertidumbre que se cierne sobre la vida en el planeta, ni siquiera consulta a sus asesores neoliberales con cierta lucidez, antes de hablar sobre temas que desconoce (hacer clic o copiar y pegar: Capriles Radonski se mofa de planes de Chávez - El Mundo)
Pero, sin más preámbulos, leamos lo que nos dice Naím sobre el calentamiento global in crescendo y el destino que ello le depara a “nuestra única nave espacial”:
¿Abundancia energética, precariedad ambiental?
“En mi anterior columna (“La revolución más importante”) describí las profundas transformaciones que ocurren en el mundo de la energía. La explosión del consumo en Asia, liderado por China, la irrupción del continente americano como posible fuente principal de petróleo y gas para el mundo, la nueva hipercompetencia entre países y empresas y la inminente autosuficiencia de Estados Unidos son algunos de los cambios que nos alertan sobre la constitución de un nuevo orden energético mundial. Quizás, el más inesperado de estos cambios es que las discusiones entre los expertos han pasado del énfasis en la escasez de energía a su abundancia. Un estudio de Citigroup, por ejemplo, concluye que el consumo de energía llegará a su nivel más alto en 2020, y que de ahí en adelante declinará.
Todo esto, que puede parecer muy bueno para los consumidores, es al mismo tiempo devastador para el planeta. Y como los consumidores somos habitantes del planeta, también es devastador para nosotros y nuestros descendientes. En este nuevo orden energético reinan el carbón, el gas y el petróleo, mientras que la energía solar, nuclear, eólica y las demás que provienen de fuentes renovables y no tan dañinas para el medio ambiente quedan en desventaja. Esto quiere decir que las emisiones de CO2 causado por la actividad humana que contribuyen al calentamiento global no sólo no disminuirán como sería deseable, sino que, por lo contrario, irán en aumento.
Nota para los escépticos: Si usted no cree que el cambio climático es provocado por las emisiones de CO2 generadas por los humanos, lea los 11.944 artículos científicos publicados entre 1991 y 2011 por 29.083 autores. De ellos, 98,4% que toma una posición al respecto concluye que el calentamiento global es producido por nosotros. (John Cook y coautores en IOP-Environmental Research Letters, mayo 2013).
Tristemente, parece inevitable que seguiremos emitiendo CO2 a una velocidad que llevará a que la temperatura promedio del planeta aumente en al menos dos grados centígrados. Estos dos grados más cambiarán drásticamente el mundo tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Y no para bien.
¿A qué se debe tanta complacencia ante una trayectoria que nos lleva al desastre? Hay varias razones. Ignorancia. Desconfianza de la opinión pública hacia los “expertos” y escepticismo sobre la validez de las investigaciones científicas. Plazos aparentemente muy lejanos para que los efectos se hagan sentir en toda su magnitud, y que por lo tanto crean la ilusión de que el calentamiento global no es una emergencia y que queda tiempo para actuar. La crisis económica y otras urgencias que no dejan tiempo, dinero o capital político para problemas que no son inmediatos. Insuficiente solidaridad intergeneracional (los adultos de hoy no hemos demostrado estar muy dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para dejar un mundo más vivible a los niños y jóvenes). La generalizada sensación de impotencia y resignación ante la información de que las tendencias climáticas son imparables.
¿Y, entonces, qué hacer? No hay soluciones mágicas, pero sí una serie de esfuerzos que pueden, si no revertir, al menos desacelerar la marcha al desastre. Encarecer el uso de energía que emite CO2 e invertir masivamente en nuevas tecnologías son dos objetivos obvios. Pero el problema no es el qué hacer, sino tener la voluntad de hacerlo. Y eso es lo que falta.
Quizás la buena noticia es que la madre naturaleza está contribuyendo a que todos tengamos más incentivos para hacer los sacrificios necesarios para mitigar las consecuencias del calentamiento global. Las campanadas de alerta suenan cada vez más cerca de casa. Ya no se trata de ver por televisión escenas de remotos glaciares derritiéndose; para cada vez más personas en todo el mundo ya sólo basta con mirar por la ventana. Alemania acaba de sufrir las peores inundaciones en quinientos años. Estados Unidos ha tenido la racha más devastadora de tornados jamás registrada. Brasil, Argentina, Chile y Colombia enfrentan el peor ciclo hidrológico en décadas, lo cual reduce su capacidad de producción hidroeléctrica, aumenta los precios de la electricidad y les obliga a usar combustibles más contaminantes. En muchos países los ciclos de las cosechas están cambiando y con ellos los patrones de producción agrícola. El número de refugiados y personas desplazadas debido a las catástrofes climáticas supera al provocado por guerras y conflictos políticos.
Y la lista de campanadas sigue. La esperanza es que pronto los políticos las oigan y comiencen a descubrir que se pueden ganar elecciones prometiendo sacrificios en el presente para salvar el futuro.”