Desde que el banquero Manuel A. Matos encabezó en 1901 la Revolución Libertadora – contra Cipriano Castro- la alta burguesía venezolana no había arriesgado a ninguno de sus actores principales para enfrentar al movimiento popular y reivindicador alguno en el poder. No fue hasta que apareció Henrique Capriles Radonsky como candidato de la derecha venezolana a la Presidencia de la Repúbica, que volvimos a ver el rostro del pensamiento y acción política de la oligarquía, ahora en su versión neo fascista y pletórica en eslóganes dignos de una cadena de comida rápida.
Desde que en la década de los 90 la anti política fue posicionada como hegemonía en los medios privados, su rostro es bastante visible. Su discurso anti partidos, su aparente bonhomía, el disfraz de gerente y el uso indiscriminado de técnicas publicitarias –desde publirreportajes hasta matrimonios ficticios con actrices de TV- lo consolidaron como líder de un movimiento con forma de derecha progresista pero con contenido neoconservador propio del exilio cubano-americano, el partido republicano norteamericano, el infame partido popular profranquista en España y la narco política de Alvaro Uribe en Colombia.
Dos gestos aterradores lo reconocen como fascista. El asalto a la Embajada de Cuba, donde además de dirigir la turba derechista y agentes de la CIA que intimidaron la sede diplomática, rompe con la legalidad internacional y amenaza con tomar las oficinas. El segundo, y más triste, luego de liderar una campaña presidencial caracterizada por ejecutar sobre el pueblo la más feroz y sofisticada guerra psicológica, manda a sus seguidores a tomar venganza por un “fraude” como excusa para activar la última fase de la estrategia de Golpe Suave.
El saldo de once personas muertas, y el destrozo de equipos e instalaciones médicas, siguen llenando de dolor al pueblo venezolano y constituye la primera página de la infame historia del fascismo en Venezuela.