Resulta imposible escapar de la política porque ella está en todo. Así que eso de que el humano es un animal político no resulta, para nada, un cliché de umbral aristotélico. Y digo que está en todo, porque no hay escenario humano, por más inadecuado que pareciese para ella, donde no se busque el bien aunque eventualmente termine resultando un mal, y, entendiendo esta en demasía de lo público, como destreza con la que se lleva una cuestión y donde se emplean medios para hacerse de un fin determinado bajo acomodos o criterios que rijan la cimentación de una persona o entidad, en un campo determinado. Y que, buscando un bien resulte un mal es verosímil, puesto que todo dependerá de la ética con la que se emprenda y se culmine, tal aventura, debido a que, si se hace aparentando, el abismo habrá de ser el desenlace, porque maléficamente instilará ignorancia en el pueblo, como esa mera falta de conocimiento, fuente de influjos mefíticos y nocivos que emponzoñan las mentes y crean, en nosotros, la resistencia al conocimiento.
Pero el revolucionario cierto, que viene a ser una categoría distanciada del político tradicional en virtud de no verse tentado por lo aparente, actúa de manera tal que, cuando su visión estratégica es diáfana y bien fundamentada, alcanza como conclusión lógica influir pedagógicamente en todo cuanto le rodea, ora colaboradores, ora pueblo luego de haber sido excluido por la tradicional política de los conservadores. Ese fue el iluminado Chávez, y por eso hoy, de manera indubitable se ha convertido en pueblo diestro y campeón para permitir la continuación de la Revolución Bolivariana, expresión de un movimiento autóctono además con un muy específico lustre democrático.
Asesinado Chávez (según se escama por la presencia de indicios impetuosos) antes de morir solicitaría al pueblo votar por Nicolás mediante una previa expresión inconfundiblemente perentoria y poética. Y el pueblo, hecho Chávez salvo una parte importante que fue presa de un dolor paralizante, votó por Nicolás. Y ahí está hoy erguido con su pecho a la historia y que, con su discurso exorna, luego de los golpes irrevocables que le propinara en su mentón la trágica desaparición física de su padre político. Resistió ante la brutal ofensiva de los enemigos (es vano llamarlos adversarios) y hoy al contraataque, como era hábito en su mentor, ha revertido con la inmensa aprobación de los venezolanos y venezolanas, la situación gozosa de apremio económico desalmado a que lo tuviera sometido Obama en complicidad con sus adulones criollos. Hoy Nicolás es el líder maduro y eficiente que Chávez conocía muy bien. Y no se equivocó. Hay Maduro para rato. Y tiene una no sé si ventaja sobre Chávez: que baila bien. Y el que baila bien es capaz, del mismo modo sentir, los ritmos de la Revolución.
Nicolás evidentemente se las trae, y creo que finalmente se las traerá…
Pero hay algo también que no puedo dejar de anotar: que la Revolución tiene una dirección colectiva con un estado mayor de lujo… Obama tiene que haberse dado cuenta de eso, no obstante sus tribulaciones…
Como apreciara John Locke: “Todo hombre lleva consigo una piedra de toque… para distinguir… la verdad de las apariencias”. Y como concluyera Spinoza: “Se desprende, por lo tanto, que la verdad se pone de manifiesto…”