Leopoldo y sus miedos

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Leopoldo López, se creyó que, por obra y gracia de la locura, se convertiría en José Martí. Por eso, en su show de entrega, se trepó en la estatua del héroe cubano, para desde allí dirigir su arenga a quienes se habían concentrado para ver el espectáculo. El y sus asesores sabían lo que estaban haciendo. ¿Por qué no escogieron un lugar donde estuviera la estatua de George Washington? No, nada que ver. Escogieron la de José Martí, y con la desfachatez más grande del mundo, el nuevo líder de la derecha profanó a un líder y héroe de un pueblo como el cubano. Así actúa la derecha venezolana. Le importa un pito si asesinan, si profanan, o si causan daños a terceros, en su afán de destrucción.

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Verdugo no pide clemencia. Leopoldo López, quien junto a Henrique Capriles sometieron al escarnio público al, para el entonces, ministro del interior, Ramón Rodríguez Chacín, en el 2002, donde la turba lo golpeo repetidamente en la cabeza, mientras estos dos personajes mostraban a las cámaras de televisión, con alegría en sus rostros, por la exitosa cacería que habían escenificado. Pero en este país de impunidad suceden cosas extrañas. Al señor López le tocó vivir su propia historia de miedo y terror, después de provocar muertes, incendios, trancas en las calles, destrucción de bienes públicos y privados, no sólo en Caracas, sino en las principales ciudades del país.

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Ya todo el mundo creía que Leopoldo López, se convertiría en un Santos Yorme moderno. Ese seudónimo correspondió a Pompeyo Márquez, cuando se luchaba contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en la década de los 50, cuando burló sistemáticamente a los esbirros de la Seguridad Nacional, desde la clandestinidad. ¿Hasta cuándo va a ser esto? –le interrogó un periodista. “Hasta que se vayan los gobernantes de turno”, respondió López. Mentira. Pura pantalla. Con el correr de las horas se le alborotaron los miedos, pues había señales que le auguraban un final trágico. Y, fue entonces, cuando evaluó sus opciones.

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Leopoldo López, el llamado en un video como “el loco de carretera”, el temible brincador de obstáculos, se encontró entre tres opciones. 1) coger los caminos verdes y aparecer en Colombia. 2) Quedarse y emular al Santos Yorme, evadiendo a los organismos de seguridad, y corriendo el riesgo de que el imperio y sus lacayos lo sentenciaran a muerte, para utilizarlo como un mártir, en la campaña de desestabilizar al país y propiciar un golpe de Estado. Y 3) negociar su entrega a las autoridades venezolanas, que lo buscaban en concordancia con una orden de captura que había emitido la fiscalía. Escogió, inteligentemente, esta última opción. Ahora goza de todos sus derechos constitucionales. De una buena cama, de televisión, de seguridad, etcétera. Así son las cosas, como decía Oscar Yánez. ¡Volveré!



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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