Los días 6 y 9 de agosto de 1945 el gobierno de los EE.UU., presidido por Harry S. Truman, sucesor de Franklyn D. Roosevelt por fallecimiento de este, cometió el mayor acto terrorista de la historia: el bombardeo atómico sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
De una población combinada cercana a los 500.000 habitantes, más de 50% pereció, una mitad pulverizada al instante, la otra –cazada por la lluvia radiactiva de enorme extensión–, en los días posteriores, bajo terrible agonía, destruido(a)s por dentro sin que la medicina supiera qué hacer. Lo(a)s sobrevivientes padecieron durante años diversos tipos de cáncer y otras enfermedades y su descendencia produjo casos de múltiples deformaciones.
El objetivo declarado, apresurar el fin de la guerra, luce tan falso como los “casus belli” forjados para agredir otros países. El Japón, exhaustas sus fuerzas, estaba a punto de rendirse, cosa de semanas, y además, no existían ni cabe pensar que puedan existir razones humanas suficientes para justificar el uso de semejantes máquinas infernales, menos contra población civil.
La verdad obvia es que se trató de un mensaje dirigido, más que al enemigo en combate, a la Unión Soviética, aliado a la sazón, y al resto de los países. Se anteiniciaba así la “guerra fría”, asentándose el terrorismo estatal como ley del más fuerte y la autoproclamación de los Estados Unidos como gendarme del mundo.
Rol que empezó a diseñar desde sus propios comienzos, heredando de la “madre patria” la entraña imperialista que había bautizado mundialmente a esta como la “pérfida Albión”. Desde tragarse medio México hasta las horrendas agresiones de hoy, pasando por el genocidio contra la población originaria y un conocido rosario de fechorías, el complejo dominante norteamericano ha hecho del suyo el país invasor por antonomasia, para el cual la guerra es su elemento y los recursos ajenos su coto de caza.
Simón Bolívar, nuestro Padre Libertador, lo descubrió y anatematizó en la famosa sentencia: “parecen destinados por la Providencia para plagar de miserias en nombre de la libertad” a la América y al planeta todo.
Y nuestra Patria, cuyo siglo XX padeció su garra, sufre en esta época de construcción de justicia y soberanía sus ataques recurrentes, apoyándose en los antiguos sectores cipayizados, en busca de volvernos al redil. La acción actual, terrorismo desbocado sin capacidad para alcanzar lo que persigue (otra vez se equivocaron en sus cálculos) pero sí para hacer mucho daño, dejará una estela de muerte y destrucción cuyo castigo difícilmente podrá ser equivalente.