El gobierno venezolano denuncia un plan de magnicidio que será investigado hasta las últimas consecuencias… ¡caiga quien caiga!, dicen. El hecho merece reflexión. Veamos.
La oligarquía externa, toda, desestima la denuncia, hace de ella motivo de burla, de chiste, ataca al gobierno. La oposición democrática, con la que sueñan muchos en el gobierno, no aparece por ninguna parte; es que no existe, demostrado está. No asomó ante los muchos intentos de magnicidio contra el Comandante Chávez y no salió frente a su asesinato. Esta posición obstinada, unánime, de la oligarquía demuestra claramente que la Revolución no comprende el cuadro político, que su visión de la realidad no funciona. El gobierno permanece sentado en una mesa esperando que llegue una burguesía democrática que sólo vive en su fantasía, espera a una burguesía que se comporta sólo de acuerdo a sus intereses.
El magnicidio es un hecho político, y si entendemos la política como la lucha por dirigir la sociedad de acuerdo a los intereses de una determinada clase social, nos daremos cuenta de que el magnicidio es la expresión política de los intereses de una clase que pugna por dirigir, y no de la maluqueza de dos o tres personajes siniestros. Sólo viendo así los hechos podremos comprender qué es lo que pasa en Venezuela.
Ahora bien, colocado el problema en su justa dimensión, debemos preguntarnos: ¿cuáles son los proyectos de hegemonía que batallan en la política venezolana y cómo lo hacen, cuáles son sus armas?
La Revolución es un feroz choque entre dos visiones del mundo, entre dos proyectos de organización social: el sistema burgués enfrentado a lo nuevo, al Socialismo que agrupa los sueños de redención de los humildes, de los pobres. Cuando es pacífica, como la Revolución chavista, el enfrentamiento entre estas dos visiones se escenifica, durante un tiempo, en un territorio bajo legalidad difusa, aparente, transitoria.
La legalidad burguesa permanece agazapada y la legalidad revolucionaria permanece arrinconada, desconocida. Las dos intentan acumular fuerza y debilitar al contrario. Cuando la burguesía considera que es suficientemente vigorosa se sale de la legalidad aparente y aplica su verdadera legalidad: ¡todo lo que beneficie al sistema burgués es lícito, desde la bomba atómica hasta el magnicidio! He allí la explicación de Abril, del sabotaje petrolero, de los magnicidios. Si fracasa en el intento, se refugia de nuevo en la legalidad aparente.
La Revolución, asombrosamente, tiene más ilusiones: respeta más la legalidad aparente, transitoria, que la misma burguesía, la considera una especie de fetiche. En ese respeto, en ese falso dios, funda su permanencia, es decir, está inerme, no acumula fuerza, al contrario, la pierde en su ambigüedad, está condenada al fracaso. La burguesía tarde o temprano saldrá de su guarimba "democrática" y la derrotará.
La lucha de la Revolución contra la burguesía se limita a hacer que cumpla las aparentes leyes, de ese cumplimiento depende que no la tumben. La Revolución, paradójicamente, se transforma en la principal defensora del sistema burgués, se entrega inerme al capitalismo. En realidad, no se defiende, sólo puede hacer bulla peleando con los actores, si acaso poniéndolos presos, pero el sistema capitalista que dio origen a sus fechorías, como diría Chávez, "sigue soplando": está allí intacto, y lo que es increíble, aupado, estimulado por el gobierno.
Es así, mientras exista la esperanza socialista habrá intentos de magnicidio, y mientras la Revolución no enfrente, más allá de la ocasional retórica, al sistema capitalista -convicto y confeso autor de todos los ataques- estará condenada, su fin será sólo cuestión de tiempo.
El que debe caer es el capitalismo, el principal magnicida.
¡No hay pacto con la oligarquía, son los asesinos de Hugo Chávez Frías!
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