Declarada y abierta como está la guerra contra Venezuela y su Revolución Bolivariana, por estos días, previos a la III Cumbre de la CELAC en Costa Rica, cuando la oposición interna parece perder todo aliento y respaldo, entran en escena nuevos y poderosos elementos, actores inesperados, conscientes de su papel divisionista, interventor, provocador…
Colombia, no la grande, la de Bolívar no. La Colombia de Santos, pretende dar lecciones de democracia, de libertad y equidad, de DD.HH, esa, la Colombia pequeña, de cinco niños muertos por desnutrición cada semana, esa cuyo gobierno permanece inmóvil, inexistente mientras se desangra la economía venezolana llenando las calles hasta de Bogotá con cualquier variedad del 40% de los productos que deberían ser consumidos en Venezuela. La Colombia que mantiene a Leiver Padilla, paramilitar asesino del diputado Robert Serra, en un limbo diplomático ante la solicitud de extradición. La de Pastrana, de Uribe Vélez, de miles de cadáveres en fosas comunes, la que produce y exporta cualquier cantidad de drogas al resto del mundo, la que exporta ejércitos mercenarios, la que, como ningún otro en américa entregó su territorio, su soberanía a la OTAN, a los soldados estadounidenses para que trafiquen y violen a sus mujeres. La Colombia traicionera que colocó heroína en su propio avión presidencial para que los EE.UU detuvieran a su presidente Samper, la de operación Emmanuel, la Colombia arrinconada y salvada del escarnio por Hugo Chávez después del bombardeo a Ecuador…
A esa Colombia, baja, ruin, miserable que tiempo después reía de las confesiones de Uribe al señalar, a viva y clara voz, que le faltó tiempo para invadir Venezuela. ¡No, no, no!. A la que "se le aguaron los cojones" cuando, como buen estratega militar, Chávez, les paró el trote ordenando una inmediata movilización a la frontera. A esa Colombia Nicolás, Nicolás, Nicolás, debes dar un parao. Firme y claro más allá de las relaciones de buena vecindad. ¡Cuídate, esa no es la Colombia de Bolívar!
En coordinación, tres grises tigres invaden Venezuela, no vienen del oriente, no traen oro, ni mirra, ni incienso. Vienen a adorar al niño, sí, al niño Leopoldo, a enfrentar a la sociedad venezolana, a desacreditar al gobierno. Vienen a buscar dólares americanos por montón. En sus grises conciencias ninguno conoce la palabra Libertad, Ninguno en su país sabe o puede nombrar un ejemplo de los DD.HH que tanto quieren imponer en Venezuela.
Y como dice un viejo vecino, sólo son grises y tristes tigres, sin rayas, sin dientes buscando quien los enjaule.