Recuerdo cuando votaban los muertos. Que bueno, hubiese sido para la oposición haber contado con miles de ellos para que le resolvieran su problema de abstencionismo en sus elecciones internas MUD, porque viéndolo bien, con tan bajos porcentajes, no se le puede dar la candidatura de diputado a alguien que haya ganado pírricamente, con 150 o 200 votos, no de ventaja, sino total, porque nadie salió a votar. ¡Que falta hicimos, los muertos! Como muerto que soy, puedo dar testimonio de que eso ocurría. Pero es necesario, leer esta historia, que se desclasifica a partir de hoy.
Con nostalgia recuerdo aquellos días de elecciones, cuando uno ni muerto podía estar tranquilo, plácidamente en reposo eterno, porque siempre aparecían por el Camposanto unos políticos con unas minitecas poderosas que emanaban un sonido estéreo con una música vallenata o una cumbia colombiana, de moda entonces, que invitaba a “mover el esqueleto”. Personalmente, recuerdo que la música me hacia evocar situaciones de cuando estaba vivo, porque precisamente, fue en una fiesta, bailando el Santo cachón, el momento fatídico. Allí se formó una tangana y, por estar en el medio, un navajazo por los aires no halló otro blanco que mi inmensa humanidad. Enseguida y hasta los momentos caí en posición horizontal.
Sin embargo, pensé que nunca podría levantarme, pero ¡Oh milagro! Cada tres o cinco años, me cuentan los vecinos de panteón que estiraron la pata un poco antes que yo, aparecían unos señores fantasmales vestidos de blanco o de verde, desesperados a ofrecer cualquier cosa para que votaran por sus candidatos. Siempre, eran ellos los que andaban buscando votos porque las proyecciones hasta las cuatro de la tarde no les eran favorables. Debo decir que, por experiencia propia, ya incorporado a la “vida” de muerto, tuve la oportunidad de presenciar como los politiqueros para convencernos de ir a votar por ellos, nos daban un mitin y, estaban tan desesperados que, intentaban atropellarnos, rematarnos, con la intervención de la policía Muertopolitana. Después del alboroto, más dóciles, se acercaban y, particularmente, me ofrecían una casa. Yo les decía: Casa ¿para qué? Si ya tengo una, incomoda pero propia. Me ofrecían dinero, y yo les decía: Dinero, ¿para qué? ¿Dónde lo disfruto? ¿En qué lo gasto? En fin, aquí no hay vida.
Por ultimo, intentaron convencerme, ofreciéndome hasta una misa cantada por el Cardenal venezolano de esa época, que no era el Cardenal sabanero, ni el Cardenal de Lara, realmente no recuerdo el nombre ahora y, además de eso, transmitirla en exclusiva por Globovision que ya despuntaba como televisora golpista y, por si fuera poco, hasta me ofrecieron conseguirme un cupo en el cielo con un político adeco o copeyano que era muy amigo de San Pedro, creo que era Copeyano por eso de Socialcristiano; pero, menos mal que, ya había hecho mi solicitud de residencia celestial. Para colmo, al ver que no cedía, ofrecen resucitarme, pero yo les dije: ¡Que va, hermanos, déjense de demagogia, yo los conozco desde el 58! Déjenme descansar en paz.
Sin embargo, viéndolos tan desesperados, me inspiraron lastima. Entonces, les pregunté: ¿Qué tengo que hacer? Bueno, muy sencillo, me respondieron: Es para que votes por nuestro candidato y convenzas a tus vecinos. Pero no tengo cédula, le dije. Me responde uno de ellos: No te preocupes compañero, tenemos censados a todos nuestros muertos blancos y verdes: Cédulas hay como muertos, perdón como sorgo, corrigió. Así entendí la importancia de votar. Daba vida después de la muerte. La muertocracia era muy importante en esos momentos. Total que voté, y así todos los demás. Es decir, al final, votábamos, firmábamos una lista, colocábamos la huella, lo que no recuerdo es si metíamos el dedito, pero yo creo que si; y a todas estas, nadie nos veía y al final salíamos en caravanas.
De seguro, pensarían en regresar en las próximas elecciones, pero juré que no me iban a encontrar, porque para entonces, yo debía estar en el cielo; Pero como eran tan audaces y amigos del poder a lo mejor hubieran ido a buscarme, así tuvieran que corromper al pobre San Pedro. Pero cosa extraña, desde esa vez mas nunca volvieron. Alguien me dijo acá en el cielo, creo que se llama Hugo, que “a la oposición se le trancó el serrucho desde que él había llegado al poder por voluntad del pueblo”. Entonces con razón, más nunca volvieron a solicitar mi voto. Por fin descanso en paz.
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