En la praxis política, en la que unos para legitimarse necesitan deslegitimar a otros, en la búsqueda de mantener el poder u obtener más, se hace o deshace. Por ello analizar el discurso de la oposición venezolana nos permite descifrarla y predecir su comportamiento.
Lo más reciente, el asesinato de la opositora Liana Hergueta, estafada por Carlos Trejo, dirigente de PJ, cuyo cadáver fue descuartizado por Pérez Venta, coordinador juvenil de VP, demuestra qué hay detrás de quienes tienen un discurso sustentado fundamentalmente en dos estrategias: negación y mentira, la primera; o minimización de los acontecimientos, la segunda.
Haciendo un breve recorrido, la corriente opositora ha cantado fraude desde 2004, cuando se ratificó al presidente Chávez en el referéndum revocatorio, hasta las elecciones con las que Nicolás Maduro llega a la presidencia. Después, negó la asistencia masiva del pueblo en los recientes comicios del Psuv. Y, como eso era innegable, arguyó el cambio de un kilo de carne por voto; por ello utiliza la negación, y como complemento la mentira.
Nuestra preocupación por la exploración de la Exxon Mobil en el Esequibo venezolano, con la venia de Granger, mandatario guyanés, fue calificada como un recurso para desviar los problemas del país; y el decreto de Estado de Excepción en la frontera con Colombia, un ardid del Gobierno para suspender las elecciones parlamentarias este año.
La oposición solo ha generado en sus simpatizantes odio, plan preconcebido desde afuera. Ese estado se alimenta gracias a un discurso basado en la negación y en la mentira, por un lado; o en la visión reduccionista de los hechos, por el otro, cuando nos atacan en un intento de saquear nuestro petróleo, o recursos naturales en general, cuya fase previa es vulnerar nuestra identidad nacional y soberanía.