Hace un par de meses aconteció lo indeseable, Felipe González estuvo en Venezuela, con la excusa de prestar apoyo legal a Leopoldo López, quien aún no había sido condenado a más de trece años de prisión, y a Antonio Ledezma, ya cumpliendo su arresto domiciliario.
Su ida en avión de la Fuerza Armada colombiana nos corroboró la alianza injerencista de la derecha española, con la de ese país, desde Bogotá, que acciona con la de Miami.
Hay varios elementos que bien definen a Felipe González, como sus lazos amistosos con dictadores, como Pinochet; y el apoyo, entre 1983 y 1985, cuando gobernaba a España, a Grupos Anti- Terroristas de Liberación (GAL). El resultado, la desaparición física de más de veintes personas vinculadas al movimiento de autonomía del país vasco, ETA, de ahí su apodo el Señor X.
A lo anterior, se suma la figuración de este personaje en el PSOE, partido aliado del Departamento de Estado de EEUU, para mantener su hegemonía en España, después del franquismo, mientras contribuía al extermino de comunistas.
A pesar de ese negro expediente, para legitimarse, la derecha venezolana trajo a FG, y lo exhibió como el ícono de la democracia española.
La legitimación es una estrategia –utilizada para la autodefensa- que consiste en proveer motivaciones necesarias para justificar conductas pasadas susceptibles de ser criticadas, como los actos antidemocráticos de los líderes de la oposición. Es parte del manejo de la crisis, mientras otros son deslegitimados, en este caso, como la descalificación a Diosdado.
La oposición pretendió legitimarse con FG, quien se ha vendido como el padre de democracia española. Con esa falda imagen, la derecha en Venezuela quiso maquillarse, y continúa haciéndolo, para que, una vez en el poder, EEUU recupere su hegemonía aquí, y en territorio suramericano.