He de entender, apreciado y no muy atento lector, que culpa esta vez no es de la vaca, sino sólo mía. Debí, por el bien merecido aprecio de los que me leen, haber reseñado oportunamente el por qué de mi solicita intencionalidad de llamar a mi artículo, y al crápula de mi invitado, Tratando de Entender a Hugo Petfkoff (http://www.aporrea.org/dameletra.php?docid=22838). Es evidente que después de leer placenteramente, por lo demás, su opinión o interpretación (http://www.aporrea.org/actualidad/a22856.html) de mi artículo, realmente poco me incomoda el haber tenido la desgracia de no haber sido entendido por su persona. Honradamente me place que gracias a esta incomprensión se haya dado nuevamente registro de lo que por muy sabido siempre es conveniente, sobre todo en estos momentos, reiterarlo a cada momento. Teochoro al igual que su par el carediablo (Pompeyo Marques, como acertada y fotográficamente Ud. los describe, no son más que la huella más patética y aleccionante de lo que uno podría llegar ha convertirse, sino se mantiene estricto cuidado con las pasiones que, irremediable e incesantemente, nos envuelven en este tipo de sociedad.
Hace algún tiempo el camarada Fidel Castro de manera sabia y con la solvencia moral que lo caracteriza ante la historia, sostenía (ante la inquisitiva pregunta de un periodista sobre sí el era un dictador) que él era sólo dictador de sí mismo. Debo reconocer que esto me resultó de verdadero impacto y lo que pude deducir fue más o menos lo siguiente, para llegar a ser lo que la historia y nosotros mismos necesitamos, en el majestuoso concurso por construir un mañana mejor, es necesario convencernos que el mejor aliado y enemigo de este apreciable propósito somos precisamente nosotros, por lo tanto sin demora debemos ser dictadores de nosotros mismos, de las cosas y pasiones que nos pervierten y logran que nos convirtamos en las bestias depredadoras de toda la humanidad y el mundo. Durante milenios nos han pretendido bombardear, como estrategia de dominación, la clara incapacidad por mantener en nuestros actos diarios los altos ideales del comportamiento ético-revolucionario, precisamente los que ese buen hombre (Jesús) nos trajo y propuso mediante su buena nueva tampoco murió en la cruz.
El axioma
categórico de la moral que proponen es simplemente el legado de los
comportamientos traga níkel (traga monedas) y apátridas que estos dos
tránsfugas (Teochoro y Carediablo)
manifiestan y caracterizan a cada momento de su camino. Son nada menos que la
redición más funesta y marxiana de los eternos Pilatos
que tanto han pretendido corromper la historia y los hombres. Hoy en día hasta asqueroso y
cobarde se nos torna la desvergonzada manera como adveraron a adecos y copeyanos a razón de la lucha de clase, cuando en realidad
sus objetivos eran tan banales y baratos como el quítate tú para ponerme yo.
Es bien cierto que a quien más se logra odiar es precisamente a quien más
frecuentemente vemos en posesión de los que más anhelamos y atesoramos:
principio motor de la envidia y las guerras, y de la correspondiente aversión al Comandante Chávez por parte de estos
dos siniestros personajes.
Por último, estimado y bien apreciado camarada, hace ya algún tiempo uno de los mejores (para mí humilde entender, el mejor) periodista en los actuales momentos, Ernesto Villegas, entrevistó precisamente al Teochoro. En esta oportunidad el mentado susodicho presa y aturdido por una clase magistral de ecuanimidad, inteligencia y desenfado por la profesión, no logró atinar con ninguna de las rebuscadas formas como siempre evade las consecuencias de sus estupideces y, como cual pendejo, entró en coma o en corto circuito y se le logró exorcizar de su aire de “marxista-intelectual”. Tan catastrófica fue la histeria que agarró que por más que quiso no logró pujar algo más fuera de la realidad que el “mira, yo Hugo Petkoff” (al percatarse disimuló con la sonrisa típica del que se sabe punzo penetrantemente jodido). Pero ya todo esta hecho, el viejo bigotudo del MAS se había delatado una vez más.