México, es un país, al parecer, donde el machismo montó su macolla. He dicho al parecer, no he asegurado nada, porque nunca he estado en ese bello, amado territorio y cautivante cultura. Uno sabe más del país nacido del “desfase”, para usar la palabra de Celso Furtado, de la cultura azteca con la llegada de Hernán Cortés, por las películas que por otros medios. Mi generación se formó viendo películas mexicanas, aquellas de charros y corridos y donde los hombres más las veces “se sacaban” las mujeres de su gusto que el casarse con ellas. Era esa, quizás como no cuidadosa y nada ostentosa costumbre, de “sacarse” la mujer, ajena o no, lo ajeno no era impedimento, una de las fuertes muestras del machismo mejicano. Eso de “casarse” formalmente era como una muestra de debilidad y, los matrimonios celebrados en el celuloide, eran más bien caricaturas o chistes a los “mero macho”. Más se guardaba respeto por las posesiones que las mujeres.
Frente al macho que hacía alarde escandaloso de ello, no por las pistolas, tiroteos y parranda de puñetazos en las tabernas, donde pocas veces, aunque fuese para servir a los parroquianos, entraban las mujeres, estas hacían el rol de inferiores y objetos de vulgar uso de aquellos. Era como una rémora o una existencia de segunda o complementaria por aquello de la reproducción, ser mujer. Y esta lograba alguna pequeña consideración si era bella y rica, pues de paso, pese las cualidades mencionadas anteriormente, se les solía exhibir como brutas, torpes o insignificantes personas. A “las feas”, que era no tener el tipo ya definido en el gusto fabricado, lo que el propio cine gustaba destacar, se le tomaba para mofarse y hasta humillarla. Por eso, cuando el cine mexicano intentaba destacar a una mujer por su valor artístico y su recia personalidad, digamos como María Félix, se le amachaba. A la excelente cantante Lola Beltrán, le dieron su ligero toque de “machorra”, atributo que para nada le hizo falta. La muchacha linda, hija del patrón, que no se dejaba “sacar” o era peligroso hacerlo por el poder de su padre, se le forjaba una personalidad sutilmente hombruna o “medio machorra”, como solíamos decir entonces.
En el caso venezolano, la “Doña Bárbara” de Gallegos, no es más que una figura literaria para aludir a la barbarie y al oprobioso régimen político y económico. Por la llanura, de donde viene, de ese nombre, lo femenino, fundamento de las relaciones materiales, Gallegos tomó para encarnar “La Doña”.
Hay un viejo chiste, creo haberlo escuchado en una coproducción cinematográfica venezolana-mexicana, donde se desarrolla el siguiente diálogo:
-“Pues si manito, aquí en México, somos puros machos”. “El mexicano es macho, machote y nos enorgullece sobre manera serlo”.
El “peladito” mexicano, quien hablaba con un venezolano, después de las afirmaciones anteriores pregunta:
-“¿Y ustedes los venezolanos cómo son?”
-“Pues verá. Nosotros somos más o menos una mitad hombres y la otra de mujeres. ¡Pero no tiene idea de cómo nos la llevamos bien!”.
Pero tampoco uno puede pasar por alto aquellas “soldaderas” mexicanas de la independencia primero y luego la Revolución, que acompañaron “a sus hombres” para todo lo que hiciese falta. Incluso combatir con heroísmo.
Mi experiencia es haber nacido en una ciudad donde predominaba el espíritu de las comunidades de pescadores, que como hemos dicho en otras oportunidades, practicaban en buena medida costumbres colectivistas; eso de repartirse los bienes, sobre todo cuando la vida dependía en gran medida del mar y del trabajo, poco de la tecnología o inversión de capital, el poder de la mujer era importante. El hombre acostumbraba a salir hasta por relativas largas temporadas de “ranchería”, así llamadas las jornadas de pesca allá lejos, en las islas vecinas y la mujer quedaba al mando de la casa, con todos los avatares que eso implica, empezando por cuido y educación de la muchachera. Por eso suelo decir, refiriéndome a mi espacio original y tiempo, que entre nosotros el machismo ha sido menos acentuado que en otros del mismo país.
Sin nombrar nacionalidad alguna por no herir susceptibilidades, cada quien que responda con sus observaciones, he podido constatar que en otros muchos pueblos, el machismo es mucho más acentuado que en Venezuela. Y entre esos machistas a lo mexicano, que a lo mejor es de pura “película”, de eso saben bien los mexicanos, he visto como destacan los “cultos” europeos. Averigüen, por ejemplo entre algunas familias italianas.
Todavía uno observa algunas comunidades, para no decir culturas, donde las mujeres llevan el rostro cubierto y están al margen de actividades que en Venezuela ellas asumen con más acierto, honestidad y hasta entereza que los hombres. Donde todavía aquello que se llama “infidelidad”, práctica común entre los hombres, puede ser causa para que a una mujer se le aplique la pena de muerte, como en los tiempos lejanos del Código de Hammurabi. Justamente, uno de los aciertos del proceso revolucionario, que en veces se excede en formalismos innecesarios, es haber dado la importancia que tiene la mujer. No es un asunto azaroso que, de los cinco funcionarios que corresponden al CNE, cuatro sean mujeres; como tampoco que en todos los espacios de la vida nacional, justicia, cultura, docencia, salud, etc., el número de mujeres suela superar al de hombres. Tengo entendido que la matrícula escolar venezolana, a lo largo de todo el sistema, está compuesta en su mayoría de mujeres. Y eso no pasó exclusivamente porque Chávez se definió como feminista sino resultado de un proceso de la historia y cultura nacional.
Por lo dicho anteriormente, uno no entiende y al mismo tiempo sí, aunque esto parezca un disparate, el porqué de esa misoginia del señor Ramos Allup. Y créanme, eso no le viene de la vieja AD, donde hubo mujeres en la época de la clandestinidad durante la dictadura de Pérez Jiménez, que fueron heroínas porque jugaron un rol importante en las luchas populares. Lo misoginia debe venirle de otro lado. Porque el venezolano que, como ya dije, es mucho menos machista que muchos otros nacionales, es poco dado a esa desviación de la cual el actual presidente de la AN se enorgullece. Es más, hasta se atreve a desafiar a medio mundo, cuando anuncia que de llegar al poder, las mujeres del CNE y aquellas con cargos en el gobierno, no se salvarían de la cárcel ni aun estando en estado de gestación o preñez. Es decir, para él, las mujeres que ocupan cargos en la administración pública, de hecho ya son “delincuentes” y sujetas a ir a prisión sin contemplación alguna, ni por llevar un feto en su vientre. ¿Qué se reservará para los hombres?
Cuando Chávez se alzó el 4F, David Morales Bello, el mismo que huyó dejando sólo a merced de la Seguridad Nacional, bajo el gobierno de Pérez Jiménez, a Leonardo Ruiz Pineda, asesinado en el sitio, gritó en el Congreso Nacional, “mueran los golpistas”. Pidió la muerte, sanción inexistente en nuestra constitución desde la más alta tribuna del país de paso, bajo el invento que los “alzados pretendían asesinar al presidente”. Ramos Allup y Morales Bello, fueron “caimanes del mismo pozo”.
Ahora mismo, Erdogán, presidente de Turquía, pide la restitución constitucional, pues fue abolida, de la pena de muerte y de paso con carácter retroactivo para quienes días atrás allá se alzaron. ¡Qué coincidencia!
Si uno juzga la conducta de este gobierno, empezando en aquel momento del golpe de Estado de abril del 2002, lo acontecido desde allá hasta aquí, observa como no sólo se ha apegado a lo constitucional como es su deber, sino que se ha excedido de benévolo y tolerante. En veces uno cree que hasta pendejo es. No obstante, Ramos Allup, sin haber llegado al gobierno, ya saca las pezuñas, nos hace recordar aquella crueldad de “disparen primero y averigüen después”, la práctica persistente de la tortura, asesinatos y desapariciones, sin contar las tenaces y crueles prácticas persecutorias contra todo opositor, todo lo cruel que hicieron ellos cuando gobernaron, sino que se da el lujo de manifestar su odio hacia las mujeres y su disposición a ser cruel con ellas, sin importar si habrá o no delito de por medio y aunque lleven un bebé en su vientre.
Ni siquiera un “venezuelano”, como decía uno de los personajes de la excelente actriz cómica venezolana Irma Palmieri, a carta cabal y por los cuatro costados, no es de esa casta. Y no lo es porque lo diga la constitución, sino por toda su herencia cultural.