Quien, a las luces del supuesto determinante poder de los Medios de Comunicación, se veía prácticamente cambiando de color las cortinas de la Casa Blanca, para surprise de muchos, ha quedado vergonzosamente mordiendo lo que altaneramente ha venido pisoteando en los últimos tiempos.
De inmediato han sonado las alarmas. El establishment, ni corto ni perezoso, ha puesto remojar sus bardas. Los más entendidos, y los que menos entienden lo que ha pasado, estudian lo sucedido. Y no es que al mundo de la política, y las ciencias que la auxilian, le importe un ñame el revolcón a la candidata demócrata, sino que nadie quiere, en el futuro, emular el patético papelillo por el que tuvo que pasar.
Después de estos resultados nadie puede estar tranquilo. Urge y preocupa conocer la estrepitosa derrota de las grandes Cadenas de la Comunicación. ¿Ha tocado fondo su hipnótico poder?. ¿Podemos decir que la sociedad norteamericana está a las puertas de algo?. O ¿simplemente esta abominable candidata resultó siendo tan igualmente escalofriante para los suyos como para el resto del mundo?.
Todo lo que entendemos en política o, por lo menos, todo lo que tenemos entendido no se debe hacer en política, lo hizo Donald Trump con evidente arrechera. El candidato Republicano en esta campaña logró, más que conocer, padecer lo que resulta estar ha contrapelo de los intereses de los grandes Consorcios de la Comunicación.
Lo inimaginable que son capaces de hacer, sin escatimar recursos, lo hicieron contra él. Lo mismo que tuvo que enfrentar Chávez y ahora el presidente Maduro, éste, ahora Presidente, lo sufrió como candidato. Incluso llegar hasta la propia raya de la elección sin un partido que verdaderamente lo apoyará y menos lo considerara totalmente cuerdo para su interés.
Incluso, después de su indiscutible triunfo, no han faltado los que al mejor estilo de la Oposición en Venezuela, totalmente intolerantes cuando los resultados del juego democrático no les favorece, al grito de ¡¡¡FRAUDE!!!, han pretendido guarimbear su naciente gobierno.
No resulta descabellado pensar que muchos de éstos fúricos guarimberos, viéndose amenazados por una futura deportación, fueran aquellos que alardeando inexistentes razones políticas lograron alcanzar el sueño de aventurar una nueva vida en el país del norte, y que hoy, presintiendo lo peor, histéricos están detrás de todos estos vandálicos hechos.
Con Donald Trump cualquiera se puede equivocar. Pareciera que sobre él quien únicamente gobierna es el instinto, ese que precisamente le ha servido para abalanzarse con determinación y audacia para alcanzar el actuar exitoso de sus empresas. Los que han seguido su vida pública le reconocen trabajo y constancia, características que lo podrían alejar sobre determinados patiquines de la política actual.
Sobre todo del clásico y ortodoxo político de la Oposición venezolana que se acostumbró vivir de lo que del gobierno norteamericano le paga por ayudarle acabar con la Revolución Bolivariana. Trabajo que no sólo han venido haciendo sin mucho éxito ni esfuerzo, pero que le ha permitido una existencia sin ningún tipo de sobresalto económico y sin mucho menos el temor a una hernia.