Avispados (como creen que son) unos cuantos operarios políticos del oposicionismo decidieron aprovecharse impúdicamente de la jocosa propuesta de Benjamín Rauseo (El Conde del Guácharo), inicialmente concebida por el artista como tema de su propuesta de esta temporada para el show que le ha hecho famoso no sólo en el país sino internacionalmente, porque piensan, en su atrabiliaria disociación psicótica, que la gente del pueblo (que ellos tanto desprecian) habría elegido a Chávez precisamente por su condición de hombre humilde y populachero y no por sus cualidades de líder ni por su avanzada propuesta modernizadora y de justicia social, y que en ello el Conde del Guácharo tendría mucho más que ventajas frente al presidente más popular y querido de la historia contemporánea venezolana.
Quienes actuaron como vulgares manipuladores de la oportunidad que abría el tema de la candidatura de un cómico al mundo del espectáculo nocturno, para convertirla en opción de salvamento al terrible drama de la impopularidad de la oposición, asumieron extasiados que la masa electoral que mayoritariamente vota por Chávez es estúpida (y hasta retrasada mental, como lo han supuesto hasta ahora) y que en virtud de ello, en vez de seguir buscando desaforadamente el idílico líder opositor que nunca les llega por la vía del liderazgo inteligente y con alguna capacidad de arrastre gracias a propuestas programáticas de largo alcance o cosas por el estilo, su estrategia debe cambiar diametralmente para orientarse hacia un líder sustituto, comprobadamente soez, insustancial e insignificante desde el punto de vista intelectual y político.
Cuando se movilizaron por todo el país en busca de apoyo y financiamiento entre la más rancia oligarquía a fin de darle piso e identidad al disparatado proyecto, pensaron quizás que la ansiada salida de Chávez del poder era un asunto inminente, que dependería cuando mucho de unas cuantas apariciones en sus canales de televisión y de un pequeño empujón del inefable Departamento de Estado norteamericano, porque, dada su proverbial forma de analizar todo en contrario al sentido común, creen ciegamente que la aparición de Chávez en la escena política venezolana es sólo producto de un accidente de la historia o, lo que es igual; de un descuido de ellos mismos.
A la larga, lo que se pone de manifiesto, cada vez con mayor contundencia e irrefutabilidad, es la persistencia del oposicionismo en el fracaso. Llevada a extremos del delirio cuando ni siquiera en el acto de reconocer como opción aceptable su descabellada idea de una candidatura ramplona, que en verdad los represente, logran ponerse de acuerdo y terminan escogiendo, otra vez por consenso de cogollos, al más lerdo, insustancial e ignorante de sus líderes como candidato presidencial, incluso por debajo de las ya ridículas posibilidades que les ofrecía el cómico de Musipán.
Si son tan torpes… ¿cómo ha de ser su líder?