Por el asunto que ahora trato, yo diría, como alguien cuyo nombre no recuerdo, refiriéndose a Jeane Bourgeois, célebre bailarina parisina, de principios de siglo, cuyas piernas fueron aseguradas por la astronómica cifra de 550.000 francos, llamándole por su nombre artístico, "daría mi vida por tus piernas Mistinguett".
La calle se llena a determinadas horas de costosos automóviles, de tantos modelos y marcas como de ellos hay. Curiosamente, casi todos, en sus vidrios oscuros, esos que no dejan ver a quienes los abordan, una manera de distanciarse de la gente de a pie y hasta símbolo de la desigualdad, la que suele esconderse, llevan pintas como la que he usado para titular este trabajo. ¡SOS! ¡Libertad!
"Es un grito desgarrador", dicho así como la en la narrativa cursi de las viejas novelas radiales, de quienes se hallan "acosados, sometidos al vejamen ese de la desigualdad". Sólo que pareciera una manera de contar la tragedia no en retroceso, como quien recoge sus pasos y marcha caminando de espaldas en un intento de llegar al estado fetal, sino al revés, donde victimarios se convierten así mismos en víctimas y de opresores en oprimidos, privilegiados en excluidos, pero no por la fuerza de los hechos, sino en el discurso sobre una realidad falsificada. La "realidad" prefabricada que conviene a lo que quiero y busco, una dictadura verdadera. Solo que diré, para ser justo, muchos de quienes esas pintan ponen, hasta por inocentes, de estos hay como de los otros, se han creído esa mentira y decidieron cargar con sus fantasmas para arriba y para abajo. Si en verdad creyesen que aquí hay una dictadura, o simplemente si eso fuese cierto, la fuerza de los hechos, sumados al instinto de conservación, teniendo tantos privilegios, ni por asomo pintarían en sus preciosas y costosas naves esos letreros cargados, dentro de la verdad venezolana, de desgarradora cursilería; dicho así sin sutileza alguna porque es difícil decirlo de otra forma.
El costoso vehículo marcha elegante, hermoso, exhibiendo el aire victorioso de quien le conduce. Uno puede adivinar, pese lo impenetrable del oscuro vidrio, la figura saludable, portentosa y hasta el aire mandón de quien le conduce y posee, no de quien ha perdido o ve perdidos libertad y poder. Uno adivina, no por mago, sino por culpa de la terca realidad, que su dueño no tiene límites ni pesan sobre él los efectos nocivos de la escasez y menos de la inflación. Esos fenómenos que, podrían afectar la libertad y obligar pedir a cualquiera, no siendo quienes andan encerrados como herméticamente en esos coches, no sólo ¡¡SOS!! sino también ¡¡¡SOCORRO! Pues están hechos para ellos manejarlos y hasta reducirlos o domarlos. Es más, ni siquiera los perciben. Simplemente dicen ¡¡Ta´barato!! Pues en verdad, para ellos no existen. Existen para quienes ganan poco y no pueden siquiera ahora comprar un caucho para su cacharros si es que todavía los conservan y menos para quienes de ellos nunca han poseído, los eternos de a pie. Y estos no tienen coches ni vidrios donde poner aquellos letreros. Además, saben que el cuando tengan que ponerlos todavía no llega.
Era ya muy avanzado el mediodía, para mejor decirlo, ya había entrado la tarde, hora en que personajes como esos empiezan a tener hambre, los otros ya habrían comido lo que tuvieran a mano porque la suya es tempranera, cuando los lujosos vehículos comenzaron a llegar al muy costoso restaurant. Cada nave de aquellas portaba sus pintas "Libertad", "abajo la dictadura", "Devuélvanme mi libertad", "Fuera el comunismo", "¡¡¡SOS!!!
Aquello parecía una concentración multitudinaria pero de billetes. Los que tuvieron que invertir para comprar aquellos carros y los que habría que pagar para comer todos ellos en aquel restaurant.
Los combatientes por la libertad, solicitantes del angustioso ¡¡SOCORRO!! se encerraron en su restaurant a llenar la barriga mientras la libertad los inundaba, quizás, por eso mismo piden más. Por aquello de "cuánto más se tiene más se quiere".
Esa misma mañana, un viejo amigo, me recordaba lo peligroso que era reunirse clandestinamente con Domingo Alberto Rangel o Carmelo Laborí. Los dos no portaban consignas como esas que les denunciaran de opositores al gobierno de turno de la etapa puntofijista, sino que sus figuras conocidas y la poca habilidad de ellos para eludir el acoso y persecución policial, les convertían como carnadas para atrapar a quienes con ellos se reunían. Las policías de aquellas "democracias", "respetuosas de los derechos humanos y libertades individuales" siempre suspendidas, les seguían a donde fuesen y allí allanaban, sin miramiento ni delicadeza alguna y del sitio se llevaban a todo aquel a quien allí hallasen, sin discriminar y hasta enseres y libros. Para no ser detenido en aquellas "democracias", "regímenes de libertad y respeto", había que ocultar todo indicio, hasta el nombre de uno. ¿A quién se le iba ocurrir en aquel estado de "libertad" pintar en su carro un letrero contra el gobierno? ¡Ni que fuese pendejo! Bien se sabía que, si alguien hubiese sido tan osado o idiota para proceder de aquella manera, no hubiese vivido para contarlo.
En esta "dictadura" , un invento para ayudar que se instaure una de verdad, donde quienes se gozan el placer de embutirse en un lujoso carro, asistir con frecuencia y hasta diariamente a un restaurant como aquél y dejar el carro afuera estacionado y cuidado con un letrero "audaz" pintado en uno de los vidrios del mismo, con lo cual se denuncian contrarios gobierno, a diferencia de cuando "las democracias puntofijistas", nadie les acosa, vigila y menos les detiene. No obstante, todavía tienen el "tupe", de pedir SOCORRO ante la "horrible dictadura que nos inculca sus derechos".
¡Por favor! A esa gente devuélvanle la libertad. ¡¡¡SOS!!! ¡¡¡SOCORRO!!! ¡Qué vida tan dura!