No escarmientan. Los numerólogos de la oposición siguen alimentado sueños de triunfos imposibles. Ayer, una vez más, Luis Vicente León y Alfredo Keller, desde las páginas de El Universal, salen con la misma pendejada de siempre: Chávez es derrotable. Keller se inventa todo un cuento y uno no termina de saber si el tipo está loco de verdad, si se fumó una limpia, si miente descaradamente o si está timando a la gente de la oposición (lo que, al fin y al cabo, es su problema). Luis Vicente León, un poco más serio que Keller, dice medias verdades. Veamos:
Keller dice que Chávez “tiene el viento en su contra” y que la abstención es su mayor problema. Según este genio de los números “el chavismo no es tan homogéneo como se dice y hay personas que, declarándose a favor del Presidente, no piensan votar por él”. León señala que el problema es de Rosales porque con un 5 o un 10 por ciento de la oposición que se abstenga las posibilidades de triunfo estarían seriamente comprometidas.
Después se fuman la limpia y comienzan a decir disparates. Keller, por ejemplo, que Chávez tiene un 27 % de intención de voto y Rosales un 29 %. Ni siquiera vale la pena perder una línea con él. León “reconoce” que Chávez tiene un 55 % de intención de voto, pero sostiene que el otro 45 % es de Rosales, por lo que “si voltea el 6% del electorado chavista a su favor ya estaría en igualdad de condiciones”. Deseos no empreñan camarada…
Pero hagamos una Misión Robinson de ciencia política para estos genios: ellos mismos reconocen que las posibilidades de Rosales pasan por convencer a su electorado, a los indecisos y luego quitarle votos al comandante. Lo que ellos no dicen, quizás porque no lo saben (aunque yo me temo que es más bien por mala intención, por puras ganas de seguir jodiendo), es que desde la década de los cuarenta del siglo pasado las campañas electorales han sido profusamente estudiadas. Y se maravillarán de lo que se ha encontrado en esos estudios.
Una de las cosas más interesantes es que las campañas sirven para tres cosas fundamentalmente: para reforzar las preferencias de algunos electores, para activar las de otros y para convertir (cambiar) las de unos más. El efecto más extendido es el de reforzamiento: cerca del 80 % de los votantes cristalizan sus preferencias y/o predisposiciones hacia un partido o candidato durante la campaña electoral; los que se muestran indecisos pero cuyas características ya señalan alguna predisposición a votar por un candidato o partido terminan votando de acuerdo con esta predisposición si durante la campaña electoral se logra el efecto de “activación”. Este efecto se produce en un 10-15 % del electorado (por eso no es tan fácil luchar contra la abstención).
Finalmente, las campañas pueden convertir las predisposiciones de la gente. Esto quiere decir que si alguien tiene alguna preferencia o alguna predisposición a votar por un partido, puede terminar votando por el contrario si durante la campaña electoral es convencido de que lo haga. El problema es convencerlo. Hasta ahora, los estudios más serios han demostrado que este efecto se produce un porcentaje que no sobrepasa los 5 puntos (de ahí la cautela de Luis Vicente León). Lo que pasa es que generalmente el efecto es contrarrestado por las estrategias de los partidos en disputa. En otras palabras, si Rosales es capaz de quitarle un 5 % a Chávez podemos esperar que el comandante haga lo propio con un porcentaje similar de votantes del nuevo frijolito.
Pero los de la oposición creen que están peleando con un muñeco. O que el comandante es mocho y que ellos, con toda su plata y sus asesores, van a llegar y convencer a la gente para que deje de votar por Chávez. No es la intención caer en triunfalismo perjudiciales para el proceso, pero la verdad es que esta gente lo tiene difícil. Más aún cuando la estrategia para quitarle votos a Chávez es ofrecer un sueldo a los desempleados. Más que populismo, esto es visto como falta de seriedad. Muchos creen que es una señal de que Rosales no llegará al 3 de diciembre
