Uno, por su formación académica, dicho así vistiéndome elegantemente o de etiqueta, un poco recordando a Julio Cortázar y la vida, que ya es larga, encuentra muchas similitudes entre la conducta de la vieja izquierda, de aquella de donde surgió aquel disparate de la lucha armada y el "patuque" en el cual está enredada hoy la oposición venezolana.
Al reexaminar el cuadro político de 1959, cuando Betancourt llegó a la presidencia con una mayoría precaria, la indisposición contra él, de casi todos los caraqueños y hasta de los partidos mismos que firmaron el "Pacto de Punto Fijo", lo hizo con un gobierno por demás débil. Dentro de URD, casi todos sus militantes le rechazaban; Jóvito Villalba firmó aquel acuerdo, pese haberle enfrentado electoralmente con la candidatura de Larrazábal, lo que aumentó las diferencias, por motivos que venían del pasado. En ese partido, desde los tiempos de la clandestinidad, se formó una frente de jóvenes y menos jóvenes, como Víctor José Ochoa, Fabricio Ojeda y José "Cheito" Oropeza, identificados en mucho con el Partido Comunista. Aparte que personajes como Luis Miquilena y otros, lo que hasta incluía al propio Dr. Villalba, con todo su oportunismo y sin olvidar a Alirio Ugarte Pelayo, un hombre señalado por muchos de la derecha, pero aparte de gozar de gran prestigio en su partido, con una actitud radicalmente opuesta al entonces presidente, no sentían mucho apego por respaldar a Betancourt, como lo demostraron los hechos posteriores. En Copei, ligeramente escindido entre un grupo de la derecha ligado al Dr. Caldera y Arístides Calvani y otro de lo que llamarían más tarde la "izquierda Cristiana, el presidente tampoco gozaba del afecto que necesitaba. Para más señas, dentro del propio partido gobernante, había sectores poderosos como el que prontamente formó el MIR, del llamado grupo ARS, de Raúl Ramos Jiménez y Paz Gallarraga, por un lado y el Dr. Prieto y los suyos, quienes formarían luego el MEP. Sin dejar de tomar en cuenta que la fuerza política del general derrocado, Marcos Pérez Jiménez, era bastante significativa. Tanto que logró una buena representación en el congreso. Con decir, que Betancourt dentro de AD, en un momento, sólo contaba con una minoría, solo conformada por aquellos llamados "bueyes cansados" que le respaldaban acríticamente. Recuerdo haber sido testigo, como en una Convención Nacional, realizada en Caracas por los lados de San Agustín, Betancourt fue lo suficientemente hábil, para mantener distanciados a todos esos grupos que le rechazaban y salir virtualmente triunfador.
Si esa era la situación en los espacios de los políticos, en el frente militar la cosa era similar. Casi comenzando a gobernar, Betancourt tuvo que enfrentar aquel alzamiento de bastante proporciones que encabezó el General Castro León, quien termino derrotado, quizás por no haber medido bien el momento. Más tarde, los alzamientos de Carúpano y Puerto Cabello, de gran magnitud y trascendencia, rebelaron claramente como el respaldo militar del gobierno era precario.
Si a todo lo anterior le agregamos el paquete económico que aplicó apenas comenzando a gobernar, conocido como la "Ley del hambre", que entre otras cosas significó una rebaja del salario del 100% a todos los trabajadores y una devaluación monetaria de casi el 30 por ciento, que disparó la inflación, asuntos sobre los cuales el venezolano no tenía experiencia alguna, tendríamos más elementos para entender la debilidad del gobierno. Estas medidas generaron movilizaciones de masas gigantescas y ampliaron las grietas entre el gobierno, este y los partidos que le apoyaban y dentro ellos mismos. Todos los días estudiantes, obreros y empleados públicos y del sector privado desbordaban las calles protestando contra el gobierno. Mientras este se desbordó en represión brutal.
Por eso solía decir un viejo amigo, "teníamos el respaldo de las masas, partidos, movimiento estudiantil, sindicatos, amas de casa, hasta los militares y nos fuimos para las montañas donde no teníamos a nadie".
La lucha guerrillera en particular, la armada en general y particularmente la violencia desatada de un lado y otro, lo único que logró fue unificar a quienes estaban divididos, como aquellos partidos y grupos que empezaban a distanciarse del gobierno y a este compactó e hizo fuerte. La violencia que aquello desató, sin hacer calificaciones, terminó favoreciendo al gobierno. Tanto como que gran parte del movimiento popular, la vanguardia opositora, sin justificación alguna, apareció enfrentada a factores del ejército, ese que era casi el mismo de ahora. Si por algo merece Betancourt un reconocimiento, es por haber logrado que sectores que se le oponían y con gran respaldo popular, cayesen en la trampa que les tendió; aquella de hacerla caer en su provocación violenta, ponerla a enfrentarse al ejército y a todos los que lucían como sus aliados potenciales, aun estando en el gobierno e imitar infantilmente el proceso cubano. Es decir, de los errores garrafales de la oposición de izquierda surgió la base de sustentación de aquel gobierno débil. Por supuesto, uno sabe bien, que hubo factores externos que en eso también contribuyeron, estimularon y financiaron. Es la época de la guerra fría y el experimento de la sustitución de importaciones y la entrada de fuertes capitales al país.
Al final, ya para los años 70, en la culminación de esa década, sólo quedaban pequeños grupos en las montañas, acogidos más a su orgullo que a lo que imponía la realidad y unas supuestas vanguardias que en la calle hacían de la violencia injustificada su práctica cotidiana y con lo que sólo lograban el rechazo de la aplastante mayoría. A ese romanticismo, como infantil, los gobiernos reprimieron con saña y hasta sadismo, haciendo del fusilamiento, la tortura, bombardeos como el de Cantaura, desapariciones y detenciones en masa en campos de concentración, prácticas habituales.
Dicen que los contrarios se atraen. Los extremistas de un lado u otro, pese alegan razones diferentes, pudieran caer en las mismas prácticas.
La oposición de ahora tiene un discurso, una justificación filosófica y digamos hasta clasista, para no dejar por detrás el manual, volviendo a Julio Cortázar, diferentes a la de aquella izquierda. Hasta sus aliados externos son diferentes. Pero, en la práctica, aquella parece empecinada a cometer "como casi" los mismos errores de esta.
Pese las razones que alega la oposición para justificar su práctica, como que el CNE, según ellos, es lo más parecido a la "Cueva de Alí Babá", lo que desmienten nada más y nada menos que la "Fundación Carter" y los hechos. La derrota sufrida por Chávez cuando lo del referendo para la primera intención de enmendar la constitución, los distintos triunfos parciales opositores obtenidos en elecciones regionales y el de la Asamblea Nacional, contradicen aquella prédica contra el CNE. La oposición pudo haber sacado a Maduro si hubiese sido consecuente con su predicada de intención de desatar el proceso revocatorio presidencial. ¡No lo hizo! Dejó pasar los tiempos y mintió a sus electores. Posteriormente, todo ha sido incitar a la violencia e intentar sacar al gobierno por procedimientos ilegales, como cuando Carmona Estanga. Todavía se pega a un proceso que, llamarlo ilegal es un simplismo, pues más parece un pantomima, según el cual, un inventado TSJ en el exilio decidirá la salida del presidente. Ante lo que por carecer eso de seriedad, basta preguntarle: ¿Con qué sienta la cucaracha?
Todos esos fracasos y el atarse a una línea trazada desde el exterior, ajena a los intereses nacionales que comienzan por el vehemente deseo de conservar la paz, han llevado a la oposición a un tremendo desgaste. Ahora mismo, al romper el proceso de diálogo, oponerse a la convocatoria electoral, que pudo hacerse en condiciones más ventajosas para ella, por atender intereses contrarios a la nacionalidad, incapacidad o temor para abordar ante la militancia y simpatizantes la tarea de cambiar la conducta, sólo logró ahondar más las diferencias que en su seno debaten. Y el resultado es este del momento.
La realidad de la oposición ahora es una enorme y descomunal división. Hay como una fragmentación al máximo, una casi individualización. Lo que se reflejará posiblemente en los resultados electorales, donde Henry Falcón sólo pudiera recoger una pequeña parte del descomunal descontento de los venezolanos, porque Maduro, de igual manera, también pudiera recibir sólo una pequeña mayoría del enorme potencial voto chavista, por el hecho de ser gobierno y contar con gran capacidad de movilización.
Uno, aunque parezca como infantil, pudiera decir aquello que se decía en los inicios de la década del sesenta del siglo pasado, "la violencia es el arma de quienes no tienen razón" y por eso, los violentos, tarde o temprano, terminan solos.