Los colores de la Revolución fueron siempre el rojo y el negro, por la sangre y las penas de los parias de la tierra en su larga marcha hacia la sociedad humana o la humanidad socialista, que es lo mismo.
La Primera Internacional adoptó oficialmente el color rojo en homenaje a la heroica resistencia de Navarra, Marx dixit, y los anarquistas de Bakunin se quedaron con el negro. Los dos colores volvieron a juntarse, y a pelearse, durante la Guerra Civil Española, para combinarse definitivamente en la Revolución Cubana y otras gestas contemporáneas latinoamericanas.
Manuel Caballero de la Patraña, archivero póstumo del Chacal de Guatire Rómulo Betancourt, debe saberlo desde la época en que escribía su historia acrítica del Buró del Caribe y el origen del comunismo venezolano. Pero, en su odio a Chávez y a la Revolución, prefiere la ridícula historia (“El Nazional” 12/11/05) de una bandera roja que los policías portaban (el historiador no dice cuándo ni dónde) para indicar a los buenos ciudadanos que buscaran refugio porque la fuerza pública iba a reprimir un levantamiento obrero. Esta versión, “si la memoria no me es infiel” escribe Caballero, viene “del Duque de Lévis-Mirepoix en su discurso de incorporación a la Academia Francesa“. Valiente historiador éste, que busca la historia del movimiento obrero en los escritos de un aristócrata fascista antisemita como Lévis-Mirepoix, condecorado con la infamante Orden de la Francisca, instituida por el gobierno francés pro-nazi del traidor Mariscal Petain.
CAMARADAS Y COMPAÑEROS
Lo mismo le pasa a Caballero con la palabra “Camarada”, de origen militar, derivada de la “camerata”, cámara o cuadra donde duerme la tropa. Según él, Hitler y los fascistas italianos la tomaron prestada de los comunistas. Hay que ser muy canalla (un historiador no puede ser tan ignorante) para ocultar que los comunistas alemanes se dicen “genossen”, los italianos “compagno”, y que ambas palabras significan “compañero”.
Como sucede con los colores rojo y negro, las palabras camarada, compañero, compatriota, se mezclan hoy en el hablar venezolano, libres de los significados excluyentes de antaño. Nuevas realidades, nuevos significados y significantes, son el paisaje cultural de la nueva Venezuela, no sólo la del gobierno sino la de todo un pueblo, la Venezuela que vivimos día a día con sus aciertos y errores en su diversidad democrática.
De todo eso Manuel Caballero, en su odio, no sabe ni quiere saber nada: lo que quiere es descalificar al “Régimen”. Por eso se regocija cuando lee en “Aporrea” que alguien, a mi parecer muy despistado, identifica el Socialismo del Siglo 21 con el gobierno estalinista de Corea del Norte. Caballero no entiende que ahora todos podemos expresarnos, y equivocarnos, libremente. Ya no vivimos en los tiempos de su amado Betancourt cuando se pagaba, con cárcel, tortura o muerte, el delito de disentir de la definición oficial de “democracia”.
¿No será que el historiador teme quedar desempleado porque escuchó que ahora la historia la escriben los pueblos?