A una semana del acto electoral, tras todo lo dicho y ocurrido durante el año y cuando ya las palabras se aprestan a ser ociosas, creo pertinente insistir en algunos de los tópicos manejados al respecto dentro del campo revolucionario.
En primer lugar es preciso recordar la naturaleza del adversario. No se trata de un clásico torneo cívico donde ambas partes respetan las reglas establecidas, sino de una confrontación en la cual una de ellas está dispuesta a desenvainar armas innobles y, si le fuere posible, arrebatar, a lo mero Jalisco aunque sin charros cantores, la presea en disputa. Toda la panoplia de la guerra sucia digitada desde Wáshington, con satanización mediática, mentira rutinaria, golpe, sabotajes, actos terroristas y violencia sangrienta, se ha desplegado contra el gobierno del Presidente Chávez, sin darle la menor importancia al hecho de que su legitimidad, en nueve ocasiones reafirmada y mil veces evidente en la relación amorosa del líder con las multitudes, es la más auténtica en toda la historia republicana de Venezuela. Son mordidas de macagua que hacen mirar con recelo cualquier bejuco opositor. Pero el proceso revolucionario, generoso por virtud de su condición, abre también una puerta de esperanza en la reconversión democrática de quienes sean capaces de zafarse del irracional núcleo fascista. El corazón apuesta a ello, la mente se encuentra ojo avizor.
En segundo lugar es necesario remarcar lo que estará en juego mediante el simple acto de oprimir en la sensible superficie de la máquina el óvalo correspondiente a nuestro voto (y esperamos que sea sólo en ese acto). Se trata del más precioso y decisivo de los valores: la independencia y soberanía de nuestra patria, el derecho a tener un gobierno autónomo y a adoptar decisiones en función del interés de nuestro pueblo. Se trata de que PDVSA opere el petróleo para Venezuela y no para los consorcios transnacionales y sus bien cebados meritócratas, de que los recursos minerales, hídricos y biológicos con que nos dotó la naturaleza sean elementos de nuestro desarrollo y no presa de la avidez imperialista, de que las relaciones internacionales de nuestro país, en todos los ámbitos –diplomáticos, comerciales, económicos, financieros, culturales, etc.--, sean manejadas sin interferencias ni dictados exógenos. Se trata de impedir que se restablezca el poder político del bloque oligárquico-imperialista bajo cuyo dominio nuestro pueblo conoció dictaduras y falsas democracias, fue despojado de recursos y derechos y condenado a la pobreza y la exclusión, y vio sus mejores hijos sometidos a la persecución política, con tortura, prisión y desapariciones. No existe la menor posibilidad de que un gobierno formado por los remanentes de la cuarta república, organizado, dirigido y pagado por instancias con sede en el Norte, sea distinto a los últimos que ellos prohijaron: los de la guanábana adeco-copeyana o el del carmonato fascista.
En tercer lugar, ¡la abismal diferencia entre un Chávez con excepcional capacidad de trabajo y absoluta entrega a su pueblo y a su patria, y el desvaído y gris “candidato de unidad” oposicionista! Un hombre que no descansa ideando y ejecutando acciones en función de la grandeza de Venezuela y otro cuyo único parto cerebral es la tarjetica sin fondo con la cual pretende hacer creer a los venezolanos que la solución de sus problemas está en el individualismo.
El resultado del 3D es del dominio público. Lo que está por averiguarse es si en el seno de la parte de enfrente se impone la disociación o la racionalidad.
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