Venezuela ha ratificado clamorosamente su compromiso revolucionario, su decisión de avanzar hacia el futuro. No fue una sorpresa para ningún observador desprejuiciado, de aquí ni de más allá, ni tampoco para quienes han tomado posición de enemigos jugándose la verdad, la sindéresis, la razón y la patria. Sólo para los compatriotas, infortunadamente muchos todavía, sometidos hasta la disociación a la conjura de mentira, desinformación y odio del pasado muriente, los cuales se felicitaban eufóricos en la mañana del domingo, sin prevenirse contra el desengaño vespertino y predispuestos a “ganar y cobrar” por las buenas o las malas. La contundencia de los hechos quebró los planes perversos y de nada valieron los intentos de última hora del irracional impúdico que espetaba un conteo según el cual “a las siete y media de la noche Rosales llevaba seis millones quinientos mil votos”.
Opinar con seguridad de victoria y debida precaución ante el triunfalismo, más que por las encuestas, gracias a la magnitud de la obra reivindicadora y la profundidad de la empatía entre líder y pueblo, no era, por consiguiente, ninguna hazaña intelectual. Todos de este lado lo hicimos y este servidor escribió varios artículos en esa tesitura. La apuesta era por ver si un sector de oposición lograba zafarse del núcleo neofascista y descolocarlo, o si se imponía la irracionalidad.
Ya sabemos lo sucedido. Sin sumarme a quienes califican de gesto gallardo o hidalgo la asunción de una conducta que no tenía alternativa viable, dada la impresionante presencia del pueblo y su irreductible decisión de lucha, sí considero pertinente saludar el reconocimiento, no importa que tartajeante y retaceado, del triunfo chavista por el candidato opositor (gallardo e hidalgo sería renunciar a la gobernación del Zulia, pues la derrota allí tiene moral y políticamente el signo de una revocación). Esa actitud de Rosales y algunos de sus asesores abre la posibilidad de que nuestra vida democrática consolide su transcurrir pacífico, designio del Presidente Chávez, aunque manteniéndose ojo avizor, como ha sido necesario a todo lo largo del proceso. El nido de la serpiente sigue allí.
Gallardo es Hugo Chávez Frías, a quien se ha insultado en todos los tonos, cuyas diez victorias electorales anteriores le fueron desconocidas, cuyo gobierno ha sufrido la guerra sucia digitada y pagada por el imperio --con su cauda de muerte, provocación y sabotaje--, y sin embargo no se aparta un ápice de la praxis que su convicción y compromiso con la construcción de una democracia verdadera, así como el ordenamiento jurídico con que ésta se expresa, le estatuyen. Nunca ha dejado de llamar a los opositores para que participen en términos democráticos, con propuestas y críticas responsables, a la reconstrucción de la Venezuela que a todos nos pertenece. Ahora también para ello mismo, “no para pacto alguno de élite alguna”.
Por ello, la felicitación por esta victoria clamorosa debe ser en primer lugar para el líder de la Revolución Bolivariana. Sin sombra de culto a la personalidad, que ni él aprueba ni yo practico, es de justicia reconocer sus méritos: su inconmovible lealtad al pueblo, su fecundidad ideológica, su lucidez táctica y estratégica, su restablecimiento del liderazgo imperecedero del Libertador, su rescate de la esperanza redentora del socialismo, su relanzamiento de la integración latinoamericana con la misma intensidad y vuelo de los próceres padres de la idea. Y la felicitación a Chávez es la felicitación al pueblo, por la consustanciación que entre ambos existe.
“Consummatum est”, digamos con el líder. Ahora recomienza la marcha.
freddyjmelo@yahoo.es