El payaso de Guaidó anda solo, triste y abandonado. Tiene la claridad histórica de que luego del opulento circo de su gira interplanetaria, llegó a su propio país y se desayunó con la cruda realidad de no tener mando, ni poder sobre absolutamente ninguna institución. Para rematar, recibió como regalo de bienvenida el ruidoso repudio de las masas iracundas que lo reconocen con su verdadero disfraz de rastrero vendepatria.
Es bien feo verse en este espejo del fracaso. Da vértigo. Más cuando se tienen los bolsillos repletos con los ingentes recursos financieros y logísticos que la logia conservadora mundial ha puesto a su disposición. Nunca le perdonarán tantos fiascos. Están ya escritos en el ideario venezolano sus garrafales errores, muchos de ellos reñidos con la Constitución Bolivariana y las leyes:
El fallido intento de invasión extranjera por la frontera con Colombia el pasado 23 de febrero del 2019. Incluyendo, para su vergüenza, el descubrimiento la "ayudita" que recibió de parte de los paramilitares rastrojos para cruzar la frontera; los bacanales de drogas y prostitución de sus diputados afines; y los desfalcos y desviaciones de recursos realizados con total rapiñería por su equipo de mayor confianza. Todo un desastre operativo y mediático que ocurrió delante de los medios planetarios y los presidentes lacayos que incrédulos presenciaban la absoluta carencia de liderazgo del bufón Guaidó. El pueblo y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana resistieron con gallardía desde nuestro lado de la frontera, repeliendo todas las arremetidas violentas y los intentos por ultrajar la soberanía de la patria.
Para continuar en la agenda de desmanes, el triste payaso Guaidó, se disfrazó de raquítico "líder" de un burdo intento de golpe militar el 30 de abril de ese año. Las imágenes madrugadoras de las redes sociales mostraban a Guaidó parado con el mentón apuntando hacia el horizonte (cual preclaro estadista), flanqueado por su nefasto líder, el prófugo criminal Leopoldo López, esperando el milagro de una poderosa rebelión militar. Pero nada que ver. Su "heroica" gesta militar consistió en tomar el desolado puente de Altamira, en vez de ir raudo sobre Miraflores (sede del poder político) o tomar victorioso las guarniciones de Fuerte Tiuna. Al pasar las horas la realidad se impuso, destacando que a su escasísima convocatoria solo se habían sumado un par de oficiales (el personal de tropa fue engañado). Al notar el inmenso fracaso de su pírrica "revuelta" militar, Guaidó optó por la huida dejando a buen resguardo al prófugo López escondido cobardemente en una embajada. Sobre el puente se quedaron con las ganas de sangre las ínfimas hordas fascistas de la extrema derecha, docenas de periodistas y varios guacales de cambures, todos bien fotografiados para la historia. Otro chasco sumado a los crímenes contra la democracia cometidos hasta ahora por el parásito Guaidó.
En el 2020 vamos por el mismo espinoso camino lleno de fracasos. La inviabilidad de sus planes es totalmente proporcional a su desubicación y divorcio con el contexto de la realidad política venezolana. Por eso sigue empeñado en imponer las recetas de laboratorio del Pentágono, que no le han cuajado a él ni a ninguno de sus antecesores. Aún sin cumplir su pavosa promesa-mantra del 2019 ("Cese de usurpación, gobierno de transición y elecciones libres"), ahora le dio por montar un nuevo esquema de confabulación, un plan de odio y violencia guarimbera denominado falazmente "Pliego Nacional de Conflicto".
Con total descaro y desfachatez pretende "conducir al país a un gran conflicto nacional" arrancando el próximo 10 de marzo, con la finalidad de lograr, ahora sí, "la elección presidencial realmente libre". Pareciera que en su proyecto político solo se prefigura la realización de elecciones con la exclusiva participación de las fuerzas políticas de extrema derecha (Voluntad Popular y Primero Justicia); y con su "aclamada" (y desinteresada) presencia como candidato único designado a perpetuidad por las próximas décadas. Todo con el aval de su patrón, el maléfico Donald Trump.
Estamos frente a la convocatoria de un evidente intento de reedición de las acciones de sedición, violencia política y criminal de los años 2014 y 2017, encabezadas personalísimamente por el sifrinaje criollo. Guaidó pone más guarimbas en el horizonte, pero el pueblo venezolano no permitirá que estos desmanes ocurran nuevamente en los principales centros urbanos de nuestro país.
El plan violento de Guaidó es una descarada estrategia diseñada por la Casa Blanca para su lacayo criollo. Es parte de su conocido manual de golpes de Estado. Guaidó cree que ser el perrito faldero ungido por Trump le basta para poder asaltar el palacio de Miraflores. Está equivocado. Debe mirar muy bien los estruendosos fracasos en todos los países donde el imperio norteamericano ha ejecutado similares acciones de injerencia sacrificando las vidas del pueblo.
En esta tragicomedia, Guaidó ratifica su rol de peón, de triste payaso de comparsa. Es un disfraz condenado al fracaso. El peligro radica (alerta con esto) que en su inescrupulosa mente, no le importa llevar por el camino del suicidio a sus despistados seguidores. A él no le afecta para nada que continúe el bloqueo contra el país o que nos bombardeen e invadan los Marines gringos (su añorado sueño). Sus rastreras ambiciones sectarias están por encima del bienestar e integridad de la patria. A este tipo de personajes históricos no los quiere ni su madre. Siempre serán repudiados como viles apátridas.