Por invitación generosa del MAS, asistí a una conversación/encuentro de eso que por comodidad puede llamarse la oposición participacionista. El propósito era debatir una hoja de ruta que nos fuera común a todos los que nos identificamos con la vía democrática para conseguir un cambio político en paz y soberanía. Teniendo la ventaja... o desventaja, de ver hoy los procesos desde lejos del activismo partidista, más como una sugerencia que como una propuesta formal, me atreví a exponer allí (casi pensando en voz alta) el esquema que sigue:
1. La primera estación de esa hoja de ruta debe ser la conformación orgánica de una referencia. De centro democrático, en que puedan confluir la centro-derecha y la centro-izquierda democráticas. Gustavo Márquez y quien suscribe propusimos hace meses basarnos para ello en los Estatutos del Frente Amplio uruguayo que es mucho más que una alianza electoral, es un partido, pero es a la vez un movimiento de movimientos. En vez de un archipiélago de 7 islitas de 1 % o menos c/u, preferible es ser una sola de 7 %, que no es poca cosa, dada la deplorable situación de la oposición en su conjunto. Mayor fuerza centrípeta se tendría.
2. Producir un recambio generacional de las principales vocerías de la oposición democrática. No descalifico para nada el aporte que puede ofrecer la experiencia de quienes tenemos más de 60, pero no creo que estemos en capacidad de representar a un país predominantemente joven. No se trata de ponernos al margen, pero sí en segunda fila.
3. Ocuparnos ya del sufrimiento de las mayorías nacionales, sin esperar a llegar a la "tierra prometida" del cambio político. Es decir, con Maduro en la presidencia. Ofrecer nuestro concurso. Apoyar lo que sea apoyable, sin pruritos moralistas ni radicalismos infecundos. Formular nuestras críticas en tono positivo. Ser una oposición de Estado, no una subalterna oposición oposicionista. Demasiada gente padece la dañina confluencia de una mala política económica y de las sanciones gringas como para pedirles esperar.
4. Convocar a la unidad nacional de todos para enfrentar la crisis. Proponer (incluso con Maduro en la presidencia) fórmulas para la conformación de un gobierno de emergencia. Redactar un programa mínimo común y promover con empeño las cinco, seis, siete propuestas programáticas más urgentes.
5. Negociar con el gobierno la conformación plural, volviendo a la Constitución, de los Poderes Públicos. No sólo del CNE, del TSJ y del Poder Ciudadano también.
6. Convocar a todos los demócratas a una unidad electoral amplia, sin vetos. Para lo que debe redactarse un texto/compromiso con los conceptos básicos de la ruta democrática, a saber: voto, siempre; diálogo, siempre; Constitución; protesta, sólo pacífica; defensa innegociable de la soberanía: rechazo explícito a cualquier tutelaje extranjero, a las sanciones económicas y financieras unilaterales contra Venezuela y a la propuesta de una intervención militar extranjera. Dentro de esos parámetros, la unidad debe ser con todos.
7. Promover la selección de los candidatos unitarios en los estados prioritarios con mayor opción mediante la combinación inteligente de la participación determinante de cada uno de ellos y de los partidos nacionales y de métodos diversos como el consenso, las encuestas y las primarias. Cada región tiene su nombre, como decía la propaganda aquélla.
8. Ver con mucha prudencia la propuesta de intentar convocar a un revocatorio en 2002. Está visto, por la experiencia reciente, que la transición política democrática pacífica exitosa que necesitamos no tendrá lugar desafiando a quien hoy ejerce el poder sino con su concurso: no tanto contra él, sino con él. Y no veo que un revocatorio pueda ser integrado a esta estrategia. Además, sabemos que con un juez de parroquia en Caicara del Orinoco ese revocatorio puede ser detenido con las consecuencias trágicas que en la moral del pueblo puede tener esa nueva derrota... de cara a 2024. Ya se puso una primera piedra en ese camino, al convocar (como ocurrirá) las elecciones municipales para el año del revocatorio: 2022.
9. Escoger de una vez un horizonte preciso para la lucha que recién se inicia: ese horizonrte real, tangible, constitucional, son las elecciones presidenciales de 2024. Y de aquí a entonces negociar los términos en los que una derrota del chavismo-madurismo y un cambio político pacífico en paz y soberanía, pueda darse sin traumas. Claro, eventualmente pueden producirse circunstancias que provoquen un cambio con anticipación a esa fecha. El diálogo y la negociación de todos los sectores nacionales (no sólo gobierno y oposición sino todos los sectores nacionales) puede arrojar por ejemplo la posibilidad de pactar una reforma de la Constitución que conduzca a unas elecciones generales de relegitimación de todos los Poderes Públicos, pero todo eso es un imponderable, y las estrategias no se construyen con base en imponderables. La próxima disputa por el poder que de acuerdo a la Constitución tenemos pautada son las presidenciales de 2024. Cometidos los descomunales errores a los que el extremismo nos arrastró de 2016 a 2020, y que pagamos todos, no queda sino amarrarse los pantalones y emprender esa larga travesía. Los errores se pagan en la vida ...y en política más.
10. Acordar desde ahora que en enero de 2024 será escogido mediante primarias, consenso y/o encuestas una candidato presidencial unitario de la oposición democrática.
Los desafíos de la Venezuela de hoy son de tal magnitud que no admiten que cada feudo, ¿qué digo cada feudo?, cada conuco político-partidista destruya o comprometa la posibilidad de construir la gran unidad nacional que se reclama para salir todos juntos, con el esfuerzo de unos y de otros, del pantano de odios, intolerancias y destrucción en que nos encontramos sumidos. Nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, merecen que así sea.