La contrarrevolución imperialista-oligárquica sigue siendo carta marcada y nos hace tener presente siempre la impronta del Mariscal Sucre (recuérdese la batalla de Tarqui). Las variantes que intenta no tienen suficiente entidad ni calibre como para ser una amenaza de nuevo tipo: recurrentemente busca desestabilizar con el fin de crear las condiciones para un golpe de estado o para la intervención con que sueñan los apátridas, y cada vez el pueblo, abroquelado en la unidad cívico-militar y el liderazgo del Presidente, presenta una barrera infranqueable y aprovecha para avanzar.
La variante en esta ocasión, sobrevalorada en su efecto corrosivo, ha sido la utilización de las y los jovencitos estudiantes. Se trata de embaucar apelando a la supuesta pureza “per se” de la juventud, lo cual me recuerda a Mariátegui cuando llamaba a asegurarse de qué jóvenes se trata, pues él había visto en las calles de Roma y Berlín las juventudes fascistas fanatizadas representado lo más viejo y caduco del mundo. Ahora nos hallamos ante jóvenes que provienen de familias de “la alta” y de centros educacionales establecidos para transmitir los “valores” de las clases privilegiadas y reproducir la sociedad capitalista neocolonial, vendida como democracia y asumida sin el menor asomo de raciocinio o juicio crítico. Jovencitos y jovencitas con el magín despoblado de principios de solidaridad, deber social, respeto al derecho ajeno y patriotismo, así como de parámetros para valorar la realidad, y repleto de individualismo, arrogancia, frivolidad, discriminación y pitiyanquismo. Su persistente renuencia a la confrontación de ideas retrata su orfandad de éstas; el desenfado con que hablan de paz y reconciliación mientras agraden con los pies a los agentes desarmados que tratan de contener sus desmanes, es un triste ejemplo de hipocresía y doblez; la forma como irrespetan la bandera denota la fragilidad de su sentido de patria. Con semejantes despropósitos esta “variante” no tiene la menor posibilidad de producir el efecto engañoso que la contra busca para potenciar la calidad de su agresión.
Lo demás es trasto viejo: amas de casa de “clase media” envenenadas (incapaces de concienciar cuánto deben a la revolución), “periodistas” que olvidaron las luchas honradas de antaño (vueltos politiqueros y secuaces de los señores mediáticos), antiguos militantes de los partidos fenecientes (porque los “dirigentes” ya no pueden ni asomar la nariz), todos ahogándose en odio, profiriendo insultos soeces y llamando al golpe, a la intervención y al magnicidio. Y como guindas características, las señoras racistas desmelenadas que proclaman por televisión la flojera, irresponsabilidad y delictividad del venezolano (una de ellas circunstancialmente nacida aquí) y el pobre periodista que rechaza (expresándose libremente con una filípica agresiva, mentirosa e irrespetuosa para sus colegas y llevando un reportero televisivo particular) un premio conferido con ánimo de tender puentes, aduciendo que no hay libertad de expresión y que él tiene un propósito de ¡reconciliación!
Nuestro pueblo, por supuesto, no cree en reconciliaciones postizas, concebidas para mellar el filo de la revolución. El reencuentro entre los venezolanos sólo será posible cuando la minoría respete el derecho de la mayoría a gobernar, con el fin de construir una sociedad sin excluidos y sin privilegiados. La minoría que respete se hará también respetable, aunque sin serlo tiene hoy el goce de sus derechos legítimos. Respetar: no puede haber otro camino. Y para ello es necesario que los sectores democráticos sumergidos en la oposición logren sacudirse a los fascistas y puedan tener una actitud de independencia frente al imperio. ¿Será esto dable algún día?
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