Yo pecadora...

Viernes por la noche, estaba recostada en mi sofá, fumandito, relajada, pensando en lo buenos que son algunos pecados y, sin darme cuenta, me encontré rezando una oración que me hacían repetir obligatoriamente en el colegio, sin que entendiera ni una sola palabra de las que estaba pronunciando: Yo confieso ante Dios todopoderoso, que he pecado mucho...

...si, y bien sabroso, y que pienso seguir pecando cada día de mi vida, cada vez que el cuerpo y el alma me lo permitan. Sin un ápice de culpa porque soy irredimible, porque me niego a condenar a mi alma a que descanse eternamente sentada en una nubecita, tocando un arpa chucuta que solo tiene tres cuerdas.

Así como en el cielo hay ángeles, arcángeles y un jefe de todos los jefes que no es uno sino tres, que no son más que tres en uno, Padre Hijo y Espíritu Santo, en forma de paloma este último, y que el hijo aun siendo uno aquellos tres, se sienta a la diestra de si mismo, o sea, del Padre, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, amén, y si no entiendes vas al infierno.

Supongo, claro, que en el cielo habrá arpas mas grandes, mas sonoras y con mas cuerdas, habrá nubes más lujosas y distinguidas, halos de papel de aluminio, bronce, plata y oro, batas blancas ‘’dry clean only’’, otras ‘’wash and wear’’ y muchas, simplemente percudidas. Habrá angelitos negros, eso no lo dudo, pero en las nubes de lluvia que se desbaratan con los aguaceros, Así en el cielo como en la tierra...

Habrá cúmulos, entre los cirros y estratos, en donde se alojan eternamente quienes en vida fueron profesionales asalariados y pequeños comerciantes, que levantan la vista hacia los cirros, ya no con envidia, porque estamos en el cielo, pero si con la ansiedad que produce la certeza de que ni en el paraíso podrán alcanzar la gloria.

Arriba, en lo más alto, amplios y mullidos cirros teñidos de colores crepusculares: rosado Miami, azul Santa Fé, lavanda Provence, dorado Vaticano y salmón finlandés. Ese es el cielo VIP, reservado para y por los jerarcas de la iglesia católica, que, en la tierra, vienen siendo como unos promotores de bienes raíces celestiales, que reparten parcelas a prominentes personajes de la sociedad de consumo para garantizarse un descanso eterno rodeados de vecinos importantes.

Y es que así debe ser el cielo que ellos promueven desde este valle de lágrimas. Si fuera un cielo justo, donde todas las nubes fueran iguales, donde no hubiera diferencias entre ángeles, arcángeles, santos, beatos y simples mortales, ¿querrían ir allá el Papa y todos estos jerarcas de la Conferencia Episcopal y otras sucursales del Vaticano?

Yo lo dudo mucho. Si es que, a lo largo de la historia, han defendido a sotana y espada las causas más injustas, han bendecido bombas que iban a ser lanzadas sobre niños hambrientos de paz, sostienen que las mujeres hemos sido malas desde el mismo momento de la creación, y que solo somos el producto defectuoso de la mezcla de una bola de barro y la costilla de un hombre, a quien le sobraba una costilla, pero le faltaba cerebro. Si promovieron la idea de que algunos hombres no tenían alma solo porque su piel lucía más oscura, si han tratado de quemar vivas a las ideas chamuscando en la hoguera a quien se atrevió a pensar, si se cuadran con los asesinos y atentan contra el pueblo, ese pueblo al que ellos llaman rebaño del señor, y del que se autoproclaman sus pastores para conducirlo al matadero.

Pues yo creo que ese cielo ha sido un infierno desde siempre. Hubo al principio un ángel que, según cuentan, era el ángel más hermoso de la creación. Lucifer se llamó el primero en rebelarse contra ese cielo y ese Dios, que creó, irresponsablemente, el mundo en una semana, tomándose incluso el ultimo día para echarse una siestecita.

Por andar tan apurado, aun teniendo toda la eternidad por delante, no pensó ese Dios en tomarse su tiempo y crear cada cosa con cuidado. De un plumazo inventó todo, absolutamente todo, y luego al hombre y a la malvada que lo acompañaría. Inventó cosas muy lindas pero frágiles como las flores, los bebes, que llegarían nueve meses después y la felicidad que en muchos casos no llega nunca, y cosas horrendas e indestructibles como las arañas, el libre albedrío y el ¨pagan justos por pecadores¨.

Imagino a Lucifer, sentado en ese cielo a la siniestra del creador y pensando que éste se había equivocado. Lucifer, creación amada, pensó que podía opinar al respecto y habló: Dios, creo que has puesto la cagada. -Una mirada, fulminante y omnipotente, no pudo detener al ángel rebelde. Mira tu esa vaina de inventar tantas maravillas y llamarlas tentaciones. Dime tu, creador de cosas, por qué inventar las zonas erógenas y orgasmos para luego catalogarlos como lujuria e imponer la castidad, para qué las manzanas dulces si no se deben probar, para qué hacer a tus hijos a tu imagen y semejanza si luego será considerado un acto de soberbia que quieran parecerse a ti...

Tenía Lucifer un millón de preguntas, todas sin respuestas, y no pretendía callar pero ese Dios, sentado en su escritorio dorado, buscaba con el dedo divino un botón que había creado para casos como este. Al encontrarlo lo oprimió y una compuerta, que había justo donde estaba de pie el ángel preguntón, se abrió de par en par y Lucifer cayó del cielo a tal velocidad que no tuvo tiempo de abrir sus alas. Se estrelló de tal manera que la tierra no pudo detener su caída, por lo que descendió hasta el infierno, un local recién creado por el creador para alojar a Lucifer y a todo aquel que, de ahora en adelante, le diera por pensar como él.

Sin pensarlo mucho, como siempre, había matado dos pájaros de un tiro el Señor. Se deshizo del ángel agitador y se inventó un culpable para todos sus errores de cálculo. Le endosó las tentaciones a Lucifer e inventó la pena máxima para quien sucumbiera a ellas: la vida eterna en el infierno.

Lucifer respiró aliviado al verse dueño y señor de un nuevo reino, aunque era un poco oscuro para su gusto, por lo que encendió varias antorchas para darle mas claridad. Lucifer era un ángel muy amplio de criterio, no veía pecados en el amor, ni en el gusto por probar frutos sabrosos, ni en las ganas de saber y alcanzar la inalcanzable perfección, por el contrario, inventó muchas maneras de ofender a Dios sin ofender a nadie mas que a Dios y a sus secuaces.

La mermelada de manzana fue todo un éxito, los hoteles de paso, el chocolate, los tambores de la costa, cualquier costa, cualquier tambor, el vino, el baile, los libros, la imprenta, los planes de alfabetización masivos, las revoluciones, las carcajadas, la libertad...

Yo confieso ante ese Dios, dudosamente todopoderoso, que he pecado mucho, y que lo seguiré haciendo mientras los pecados sean sabrosos y no hagan daño a nadie, mientras el cielo sea el lugar a donde van a parar las ratas de iglesia, las viejas de gris que, con una mano huesuda y ensortijada, te dan la paz en la misa de domingo y el lunes, a primera hora, envenenan al gato de tu hijita porque les molestan los maullidos, los curas que manosean monaguillos, los Obispos que callan, los que hablan para oprimir a los oprimidos, el Papa... -Son tan malos los Papas que hubo uno que destacó por su falta de maldad y se ganó el apodo del Papa Bueno. ¿Acaso no es que para llegar a ser Papa hay que ser bueno? He aquí otro misterio equiparable al de La Santísima Trinidad-. Los dictadores piadosos, los reyes católicos, el Cardenal Castillo Lara, que debe sentirse muy orgulloso de acompañar a tan selecto grupo, los miembros de la conferencia episcopal venezolana, los obispos que lloraron a Franco, los que besaron a Pinochet, los que convirtieron a Cristo en una vaya publicitaria y pretenden que nosotros carguemos la Cruz.

Es por eso que, desde hace mucho, pedí mi cupo en la quinta paila, porque si el cielo es para ellos, el infierno tiene que ser el paraíso.

carolachavez.blogspot.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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