Mientras yo me subía al metro en la estación de Gato Negro, el rey de España perdía la compostura y mandaba a callar al culpable de mi visita a Caracas.
Mientras yo iba en metro por Bellas Artes, arriba en la calle, un grupo estudiantes, ignorando que se convertirían en súbitos neo monárquicos, marchaban libremente exigiendo libertad para marchar libremente exigiendo libertad.
En la estación de Chacao subieron tres estudiantes de abolengo, como peces fuera del agua, con sus peinados de diseño, su look de marcha, y sus miradas que decían: la marcha ha sido un fracaso, no pasó nada, estamos enteritos, ni un rasguño nos hicieron los chavistas siempre violentos, ni un pellizquito para sacarlo en Globovisión. Los chavistas o son brutos o son maricos.- Dijo el mas engominado de los tres, y sus amigos sonreían esperando la deseada trifulca que nunca sucedió.
En la estación de Altamira se bajaron los malcriados porque, de seguir en el metro, corrían el riesgo de acabar, como la mayoría de los pasajeros, en El Parque del Este donde se celebraba, nunca mejor dicho, La Feria Internacional del Libro.
Estaba atardeciendo cuando entré al Parque del Este de mi infancia, aquel parque tan lindo al que había dejado de visitar desde que fue abandonado a su suerte hace más de treinta años.
No quedaban huellas de la desidia que abatió a mi parque durante tanto tiempo, había vida, luces, música y mucha gente. Había unas taquillas clausuradas anunciando al visitante que este era un espacio libre. Había una doble fina de banderas de diferentes países acompañando a la nuestra de ocho estrellas, que me recibían, que nos recibían con un saludo de colores ondeantes en el cielo mas bonito que he visto en muchos años.
Yo que soy llorona, dejé que mis ojos hicieran lo que les diera la gana y a ellos les dio la gana de soltar dos lagrimones de emoción. Y esa emoción me hizo ignorar a los libros y fijarme en la gente. Los libros podían esperar hasta el domingo, pero los coches con bebes dormidos, los niños corriendo en las islas de grama que se formaron alrededor de los pabellones y kioscos, mamás sentadas en los ‘’petates’’ olorosos a hojas secas, olorosos al jardín de mi abuelo, que los organizadores habían colocado allí, sin saber que una viajera llorona, lloraría una vez mas al ver a los niños enrolladitos en ellos, jugando como yo lo hacía cuando tenía su edad.
Había música y estrellas, así que me acosté un rato a mirar al cielo, pero la gente brillaba mas, así que tuve que sentarme a mirarlos a ellos, a reflejarme en ellos. Esa es mi gente, esa era yo. Tanta alegría, me hizo pensar en los ojos furiosos de aquellos muchachos, que se bajaron una estación antes para no dejar de sentir rabia.
Al día siguiente, caja de pañuelitos en mano, volví a la feria con ganas de ver algunos libros pero me detuvo casi en la puerta un recital de poesía que me dejó sin aire de tanto aire, de tantas palabras tan bien hiladas, de tanta emoción al decirlas. A veces las palabras vibran como tambores en el pecho, y fue Antonio Preciado, el ministro de cultura de Ecuador, un negro, para horror de los ex dueños de la cultura, imagino, un negro bajito con voz de gigante quien hizo que mis ojos se pusieran necios otra vez y, a punta de lagrimotas, me regaron al rimmel dejándome un aspecto de emocionadísima novia de Drácula que no podía dejar de aplaudir.
Luego el sol, el viento sabroso de Caracas, y unos amigos, para una tarde llena de libros, café y agua de coco. Una pareja jovencita leyendo poesía, sobre el hombro de su papá dormía una bebé, sobre el otro hombro, recostaba la cabeza su mujer mientras él leía en voz bajita, solo para ella, un poema que no quise escuchar por no interrumpir aquel momento de tan íntimamente lleno de ternura. Esta vez en lugar de llorar sonreí pensando en el futuro tan bonito que estamos construyendo para esa niña dormidita, para todos nuestros niños.
Otro día de sol y viento fresco cuando debería estar lloviendo. Las nubes no quieren mojar la fiesta y se apartan. Solo una nube que sufría de incontinencia dejó caer unas escasas y frescas gotas sobre mi café, mi petate y mi libro nuevecito. Tan sabroso era estar allí que, sin moverme, sin apartar la vista de mi libro, agradecí sentir el agua humedeciendo mi pelo. Fue una sensación de libertad, tal vez un poco tonta, pero eso de no buscar refugio cuando llovía, de no temer al papel mojado, de saber que pronto saldría en sol de nuevo, me hizo pensar en los otoños catalanes que padecí durante cinco años y me sentí feliz de haber regresado a mi caribe monoclimático.
Caminado sin rumbo llegué a los pabellones dedicados a los niños para encontrarlos llenitos de caritas felices que jugaban con las letras porque para eso se hicieron. Leer es, sobre todas las cosas, un placer, y esos niños que antes estaban destinados a ser analfabetas, hoy escribían cuentos armando el rompecabezas mas bonito de todos: el alfabeto.
Y allí, entre las risas de mis niños, me encontré con Toña, una amiga, compañera de estudios de la Universidad Metropolitana, que se salió del camino como yo y, que en lugar de estar en el club ese día, le dio por trabajar con los niños de las escuela bolivarianas que tenían la suerte de saberse libres por lo que no tenían que pintarse las manos de blanco.
Por supuesto la prensa no podía dejar pasar este evento por debajo de la mesa. Hoy leí una reseña que decía que la feria, según la editorial que representa al libro Harry Potter, ha sido un fracaso ya que hasta el día de hoy no habían vendido ni una sola copia de esa maravilla de la literatura comercial. Pero es que: ¿cómo venderla?, si los amiguitos de manos blancas, que son los que compran ese tipo de tesoros de colección, se niegan a asistir a un evento, que según ellos, o no existe, o es para brutos e ignorantes y, de paso, están ocupadísimos en otro lado reclamando su derecho de suprimir los derechos de los demás.
Fui a la Feria Del Libro a buscar libros, por supuesto, pero no fueron los libros los protagonistas, fue la gente, fue mi gente, fue la feria del pueblo venezolano que ha dejado de soñar para empezar a vivir su sueño.
carolachavez.blogspot.com