Yo nací en la ciudad de los techos rojos, cuando de esos techos rojos no quedaba ni una teja, en la ciudad de de la eterna primavera, de la cual no queda más que la bella y delicada jardinería de la Plaza Altamira, último bastión de la decencia en este triste despojo de país.
Yo era venezolana cuando tenía un pasaporte diplomático, aun sin haber pertencido nunca al cuerpo consular. Yo era venezolana, y lo decía con orgullo, cuando surcaba los cielos del mundo en aviones la otrora gloriosa PDVSA. Yo era venezolana cuando tenía el poder de decidir por todos y, por supuesto, decidía solo para mi.
Yo era venezolana cuando Bolívar era solo una voz de barítono que decía frases aisladas que uno podía interpretar a su antojo, cuando teníamos siete estrellas, un caballo diestro, y la sartén por el mango.
Hoy, mis queridas compañeras de capuccinos doble mocca, no tengo patria. Así como lo escuchan: El inquilino de Miraflores, no conforme con robarnos todos nuestro privilegios, nos ha robado el orgullo de ser venezolanos.
¿Quién iba a decirme a mi que acabaría siendo compatriota de un Jairo Restrepo cualquiera? Porque lo del Rey Juan Carlos era más fácil de tragar, la nobleza llama.
Pero compartir el sentimiento patrio con quienes desde siempre fueron nuestros carteristas, buhoneros y sirvientas es demasiado para una mujer de mi condición.
Es terrible tener que escuchar vallenatos y pretender vibrar de emoción, porque una cosa es el Alma Llanera interpretada por Ray Conniff y otra muy distinta son esos acordeones destemplados que tocan allá. Es horroroso fingir que no sabemos que Uribe es un narco recién vestido, sin abolengo, sin tatarabuelos próceres, sin propiedades bicentenarias heredadas a punta de sangre noble y sudor de negros muertos de hambre.
Yo casi que no puedo más.
Hoy soy colombiana, señoras, no tengo más remedio que serlo. Como ayer fui más española que la mismísima Isabel Pantoja, y como siempre he sido estadounidense republicana y bushista.
Aún así me veo obligada a portar documentos de un país que no me representa porque ya no es mío. Vivo sometida sufrir el escarnio de presentar un asqueroso pasaporte que me identifica como ciudadana de una replubliqueta dizque bolivariana en las taquillas de inmigración de países decentes, cultos, civilizados.
Esto es un atentado contra los privilegios humanos. Así como lo oyen, los privilegios humanos. Porque mucho se habla de los derechos humanos que a nosotros, por haberlos disfrutado desde siempre, nos importan un comino. Cuanta alharaca cuando se atropella uno de esos derechos baratos y cuanto silencio cuando se nos arrebatan nuestros privilegios.
No existe organización alguna que levante la voz para condenar este atropello. Solo contamos con nuestros medios de comunicación, mientras no nos los quiten, con el grupo Prisa, con CNN, con Fox, con la conferencia episcopal, con el Departamento de Estado, con George W... pero ¿y si gana el negro demócrata?
Alerto al pueblo norteamericano sobre los efectos nefastos de dejarse gobernar por un negro, mírense en nuestro espejo: sin patria, sin dólares, despojados de los más esenciales privilegios.
Y sepan mis compatriotas del gobierno colombiano que estamos con ustedes, que cuentan con nosotros, porque hace tiempo que dejamos de sentir que este pedazo de tierra nos pertenece y si no puede ser nuestro, pues, de esos negros resentidos tampoco lo será.
¡Que viva Colombia!
¡Que viva Santander!
¿Viva la cumbia?
Colombianamente,
Marifer Popof
Presidenta del frente de damas indignada por todo lo que haga el gobierno.
carolachavez.blogspot.com