"El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: "Es envidiable". Jorge Luis Borges
Con el Conquistador no sólo llegó la muerte al grito de Santiago, la culpa, la palabra del extranjero, la impostura. Llegó y echó raíces profundas un bajo instinto, una turbia pasión, un pecado capital: la envidia.
Pienso en los ojos salvajes de Francisco Pizarro, Hernán Cortés, del "Tirano" Aguirre.
Veo su león de fuego, su cruz, su armadura y su poderoso caballo. Los veo haciéndose de la sangre de los nativos de estas tierras, de estos mares. Haciendo de los pueblos indígenas, de su identidad otra, de su ser otro, una condena, una vergüenza, un silencio y, a veces, un olvido.
"¡La envidia! Ésta, ésta es la terrible plaga de nuestras sociedades; ésta es la íntima gangrena del alma española", dijo Unamuno. "La envidia está amarilla y flaca porque muerde y no come", afirmó Quevedo. La lealtad, por su parte, es el único antídoto efectivo contra la envidia, pero últimamente su aspecto no es muy fuerte y tampoco, o mucho menos, parece poderosa.
La envidia es una tendencia que nos condena, nos consume.
Entre nosotros es muy común el desconocimiento del talento ajeno y mucho más si se trata del genio particularísimo de cada creador. El artista, el poeta no es identificable, no nos vemos a nosotros mismos, no sabemos sino celebrar, con menos envidia de las que nos impide vernos, a los que triunfan afuera, y son benditos por sellos editoriales que fluyen poderosamente en el mercado del libro –al que no debemos renunciar sino penetrar, transformar, elevar–.
El dilema de las palabras es uno de los síntomas del cambio civilizatorio que aconteceenestostiempos.
No es sólo la escasez de alimentos, de criterios propios, de la palabra cambio como efecto, como un suitche para volver al pasado, que es imposible. El dilema de las palabras es la grave concentración de discursos, divergencias, meros argumentos. Y pocas verdades, sentido. Poco contenido en lo humano desvaneciéndose en los estereotipos de humanidad, que utiliza el mercado para perpetuar su inmensa influencia global.
El escritor, en su empeño por hacer de la palabra la vida, nos señala que acaso en el mundo de los libros, en la literatura, tan puesta de lado, como mera ficción, se encuentre latente el vínculo secreto que recupere lo real en la representación del mundo.
1.200.000 entradas en Internet prueban y corroboran que, en efecto, la envidia es de origen español, parte del alma española, una enfermedad. La envidia, antes que femenina, es históricamente española.
Esa misma envidia corroe aún hoy a la oposición en Venezuela. Por más que lo niegue, no logra hacer invisibles a los dos millones y tantos de militantes de Partido Socialista Unido de Venezuela que, en elecciones directas y arbitradas por el CNE, el pasado domingo eligieron a sus candidatos. Como se traga la victoria o el fracaso, con la unidad, con el reconocimiento de la democracia como forma de participación. Si ya todos sabían que Aristóbulo sería el candidato a alcalde Mayor más votado, como lo supieran si la elección no hubiese contado con el árbitro que también desde un principio han pretendido inutilizar con el oprobio. La cochina envidia, cualquiera que sea su origen, nos impide crecer como sociedad ante esta experiencia.
Escritora