Aquella noche que con Lautaro Ovalles, el hermano menor de Caupolicán, nos acercamos al Palacio de los Deportes, en la Avenida San Martín, el mismo escenario donde se daban los espectáculos de la lucha libre, habló Santos Yorme, como Secretario General del Partido Comunista, para presentar el primer informe del Buró Político, después de la caída de Marcos Pèrez Jiménez.
Nosotros, Lautaro y los otros compañeros, apenas éramos unos jovencitos militantes de AD, todavía existía la AJV (Asociación de la Juventud Venezolana), como entonces se le llamaba a la fracción juvenil de aquel partido, aunque ya formábamos parte de lo que llamábamos la “izquierda” del mismo. Fuimos allí, porque como casi todos los integrantes de aquella tendencia, sentíamos una profunda simpatía por la tolda política que esa noche instalaba su congreso en la legalidad y particularmente por escuchar y hasta ver de cerca al legendario y heroico dirigente de la clandestinidad, en gran medida promotor de la política de unidad nacional que condujo a la derrota de la dictadura, al gran Santos Yorme. Era él, la figura más descollante de la política venezolana de aquel momento y por eso, nosotros, imberbes muchachos, le sobredimensionamos y atribuimos dotes creadas por nuestra imaginación.
Pompeyo Márquez, de Ciudad Bolívar, ligó su nombre al de Santos Yorme; éste nacido en las catacumbas clandestinas de Caracas, para batirse heroicamente contra la dictadura, por la clase obrera, las libertades, la revolución, el antiimperialismo, movimiento socialista y comunista mundial.
Su discurso de esa noche estuvo centrado en resaltar la certeza de la política unitaria. Y recuerdo que insistía en algo, que por haberse interpretado mecánicamente, sin atender a los intereses específicos de clase, tuvo mucho que ver con la frustración popular que produjo el 23 de enero. Repitió hasta el cansancio, como en ese mismo espacio hacían los luchadores con sus bufonadas, que lo importante era mantener la unidad. Nunca se preguntó, ni contribuyó que quienes éramos unos muchachos en aquel entonces nos preguntásemos: ¿Unidad con quién y para qué? Sin que uno se percatase, Santos Yorme, mientras avanzaba en su discurso se diluía y abría espacio a Pompeyo Márquez. Y la clase de los propietarios venezolanos y extranjeros, se metía en Miraflores y ocupaba todos los espacios y rincones.
Porque si Santos Yorme, supo matar al tigre, empujando hacia una unidad exitosa para tumbar la dictadura, Pompeyo Márquez, tuvo miedo al cuero, a la hora de cobrar a favor de los intereses populares y no hizo nada significativo para impedir que la derecha controlase y maniatase al movimiento popular.
Quizás tiene razón Domingo Alberto Rangel, cuando afirma que el 23 de enero no hubo revolución porque aquí no había revolucionarios. Por eso, es posible que haya sido a partir de ese momento cuando las relaciones entre Santos Yorme y Pompeyo Márquez, comenzaron a deteriorarse. Allí, como dijese Aníbal Nazoa, fue cuando comenzó “a pelearse la leche con el café”.
En un agosto lluvioso y muy frío, recientemente, subiendo hacia el Junquito, con mi familia, hicimos una parada para tomar algo caliente. Estando allí, entró Pompeyo Márquez, otras tres personas le acompañaban. De una mesa cercana a la que habíamos ocupado, un grupo de hombres le llamó con entusiasmo y de inmediato comenzaron a hablar de política y, por supuesto, con ardor, contra Chávez y su “cruel dictadura”.
Cuando Pompeyo hizo de solista, habló como aquella noche de enero de 1958, en el Palacio de los Deportes. “Aquí, dijo Pompeyo, lo que debe prevalecer es la unidad. Debemos unir a todos contra la dictadura”.
Ahora Pompeyo, no aquella sombra que ya era Santos Yorme, del Palacio de los Deportes, con conciencia y por los compromisos y nuevos hábitos, sabía bien lo que decía. Unidad de los explotados con sus explotadores, para salir de Chávez. Del pueblo con sus enemigos, saqueadores y hasta atropelladores de sus derechos; contra el de Sabaneta, quien adelanta con empeño y buena voluntad, la tarea que le encomendó el héroe clandestino de la década del cincuenta al Pompeyo legal; y que éste, heredero y líder de un gigantesco movimiento de masas, no supo dirigir.
Ahora, en lugar de sentirse avergonzado, reconocer su ineficiencia, echarse en un rincón, opta por repetir el viejo discurso con conciencia a favor de la derecha. Como insistiendo que aquella concepción de la unidad es la pertinente a un revolucionario.
Ayer, cuando se marchaba por el 1º de mayo, un periodista joven, combatiente, se acercó al anciano y preguntó:
¿Señor Pompeyo, por qué usted marcha al lado de quienes asesinaron a los suyos y a muchos desparecieron; que a usted y de los suyos encerraron en inmundos calabozos?
Y uno oyendo a aquel joven reclamando al anciano por su decadente proceder, se preguntó:
¿Por qué, a su edad, de haber sido lo que fue, hasta combatiente guerrillero, se divorcia de su heroico pasado, el de Santos Yorme y hace cosas como si sufriese alzheimer?
Pompeyo Márquez, balbució, tragó grueso, no tuvo voluntad para mirar al muchacho, que todavía no había nacido en vida de Santos Yorme y con dificultad, apenas se atrevió a decirle,
No te escucho.
Y se apartó con paso tambaleante.
Por cierto, un texto que cursa por Internet, define a Pompeyo Márquez, como el político activo más anciano del mundo.
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