E stoy convencido de que la confabulación contra la democracia y el Estado de derecho sigue vivita y coleando. No se detiene -como algunos con escasa información piensan-. Lo que sucede es que adopta nuevas modalidades.
Hay sectores de la oposición que insisten en imponer la política de salir de Chávez a como dé lugar. Por cualquier vía.
Apelando a todo tipo de recursos. En la actualidad, en el abanico de opciones, toman cuerpo las más atrevidas; al mismo tiempo que pierden espacio aquellas que se ajustan a la práctica democrática. Esta observación no es caprichosa.
Basta analizar lo que a diario plantean los medios de comunicación empeñados en imponerle la línea a la oposición, en usurpar sus liderazgos naturales e influir sobre los que se mueven en otras trincheras.
Hay una estrecha conexión de los medios que auspician la salida violenta y los que desde otros escenarios se movilizan en la calle -partidos, micropartidos, grupos y grupúsculos-, coordinando la desestabilización. Pero como lo expliqué el pasado lunes en esta columna, hay que distinguir con precisión lo que es protesta social legítima, reclamo popular en busca de canales para expresarse y ser escuchado, y lo que es manipulación de quienes en el pasado reprimieron a sangre y fuego la protesta y ahora la asumen hipócritamente, se infiltran y tergiversan con propósitos abiertamente golpistas. Con preaviso y todo.
No es cuento. Ojalá lo fuera para restablecer la convivencia en el país. Pero la conspiración permanente no declina.
En cada episodio que se suscita en el país esa tendencia asoma su hocico pestilente. Ejemplos: 1) Si el gobierno decide combatir a fondo la inseguridad, destina ingentes recursos con tal fin y promueve cambios en los instrumentos que debe utilizar, estalla la crítica sin base, contrariando lo que la propia oposición denuncia como desmadre delictivo. Y si, ¡por fin!, se aprueba la nueva policía nacional para unificar y potenciar la acción del Estado que garantice seguridad a los venezolanos y mejore la calidad de los cuerpos policiales, los voceros de la oposición embisten ferozmente contra la iniciativa. 2) Si soberanamente la Asamblea Nacional, cumpliendo con los requisitos constitucionales y legales, designa a los nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral, enseguida la jauría cuestiona el resultado con argumentos de una pobreza que asquea. En el fondo, lo que se pretende es descalificar el árbitro. Sembrar dudas sobre su solvencia moral e imparcialidad, y poner piedras en el camino de las próximas elecciones parlamentarias. ¿Con qué objeto? Abonar el terreno para gritar fraude si el resultado no es el que esperan y lanzarse a otra aventura. 3) Igual ocurre con la quiebra de unos bancos. Esa oposición aventurera, carroñera, aborda el tema con la torpeza con que suele trabajar cualquier expresión de la política: con el odio; con su proverbial irresponsabilidad, y lo banaliza con insultos y ataques personales.
Cito esos casos, pero podría mencionar otros. Y la pregunta es: ¿por qué esa actitud? ¿Torpeza, desconocimiento de la política, desprecio por el adversario? No lo creo. No puede ser que la oposición mediática y la otra, la de los herederos de la partidocracia puntofijista, sean tan torpes. Tienen suficiente experiencia política, pero están desfasados y desprecian al adversario. Mas esa no es la causa principal. ¿Cuál es entonces? El plan desestabilizador. La obsesión de apelar a la aventura: el síndrome Plaza Altamira. En otras palabras, recurrir a la vía expedita del golpe o al asesinato de Chávez.
Por eso incurren en el error de asumir cada problema de manera apocalíptica, como si se tratara de la batalla final. Es lo que explica el cuestionamiento a la decisión del gobierno de luchar a fondo contra la inseguridad y dotar al país de una policía nacional moderna, bien equipada y bien pagada.
O la suicida descalificación del CNE, con lo que corren el riesgo de que el mensaje desmotive a sus propios electores. O lo que acaba de pasar con la quiebra de unos bancos, nada comparable a lo que vivió Venezuela durante la IV República, que le permitió a Chávez salir airoso y pulverizar a sus críticos.
En síntesis. Lo que maneja la oposición -salvo excepciones-, es utilizar todas las formas de lucha con apoyo transnacional, no sólo del Norte sino del incómodo vecino uribista, apuntalando grupos sociales recalcitrantes y factores desperdigados del golpismo tradicional. El plan tiene dos niveles: en la superficie, el estímulo a los ataques mediáticos salvajes para erosionar la imagen del gobierno y del proceso bolivariano; y el que subyace, conformado por las redes de la conspiración que no cesa desde que Chávez fue electo presidente. Cada día la situación se complica más con la ejecución de esta estrategia, producto de un diseño desestabilizador bien elaborado y ejecutado con audacia. Táchira es una muestra.