Desde el sur de América hay buenas razones para no comprender el significado de los comicios parlamentarios del 6 de diciembre en Venezuela. Cada quien desde su perspectiva interpreta el eventual resultado a partir de lo que conoce: las elecciones en su propio país. Sólo que se trata de fenómenos muy diferentes y, hasta podría decirse, contrapuestos.
Tras la tenebrosa noche de dictaduras militares la opinión pública fue ganada por la idea de que la así llamada democracia conquistada, lo era de verdad y consistía en elegir buenos representantes cada cuatro o seis años. Así como fueron escasos los intentos de explicar por qué la región fue plagada por regímenes criminales, también fue exiguo el esfuerzo por comprender la naturaleza de la fuerza que, en plena democracia, destruía partidos, hundía sindicatos, entronizaba corruptos, abría camino a un nuevo flagelo contemporáneo: droga y narcotráfico y convertía la democracia en una pantomima grotesca.
Hubo un puñado de hombres y mujeres que no sólo comprendieron el fenómeno; tuvieron además la capacidad de ponerse a la cabeza de un pueblo y llegar al poder. Tras una primera fase de afirmación, Hugo Chávez proclamó la necesidad de marchar hacia el socialismo. Lo hizo desde la institucionalidad tradicional renovada por una Constitución de avanzada. E insistió en recorrer el camino de manera pacífica, aunque subrayó un detalle: “esta es una Revolución pacífica, pero armada”. Acto seguido, comenzó a desarrollar de menor a mayor un nuevo actor social: el poder comunal (ver pág. 38).
Días atrás el lingüista Noam Chomsky, en entrevista con el periodista argentino y propietario de medios Jorge Fontevecchia, afirmó que “En América Latina creo que el modelo de Chávez ha sido destructivo”. ¿Se referiría el célebre intelectual al mal ejemplo del poder comunal? Volveré enseguida sobre este punto. Por ahora sólo planteo el interrogante, porque define lo fundamental: la estrategia para combatir la miseria, la degradación, la ignorancia y la violencia propias del sistema vigente.
Antes, volvamos a las elecciones. Ocurren en un marco signado en primer lugar por la abrupta caída del precio del petróleo (de 110 a 40 dólares el barril), las consecuentes dificultades económicas –caída del PIB y elevada inflación, descontento en franjas significativas de la sociedad, todo magnificado –a veces hasta el paroxismo– por lo que el Gobierno denomina “guerra económica”, más el acoso constante de Washington mediante una tenaza con proyección violenta desde Colombia y Guyana. Esa suma no descarta errores propios, por veces gruesos.
Todos los sondeos de opinión a los que he tenido acceso indican descontento y altos porcentajes de crítica al gobierno de Nicolás Maduro, sea porque no deja más espacio al gran empresariado y sus propuestas económicas, sea porque tiene mano suave con ellos pese al brutal hostigamiento mediante desabastecimiento, especulación y carestía. Todos los sondeos, también, coinciden en que la oposición nucleada en la llamada Mesa de Unidad Democrática (MUD, que de democrática sólo tiene el nombre y está fragmentada como nunca antes) no ofrece solución y no tendrá apoyo electoral.
Un indicativo más seguro lo ofrece la propia MUD, que hasta el momento no ha iniciado su campaña y, en contradicción con el trabajo sistemático del Consejo Nacional Electoral para garantizar comicios eficientes y seguros el 6 de diciembre, multiplica signos de que esta vez, más definida que nunca antes en las 19 elecciones transcurridas, se negará a aceptar los resultados.
En suma, que el Partido Socialista Unido de Venezuela y el Gran Polo Patriótico (Psuv y GPP), mantendrán la mayoría de diputados en la Asamblea Nacional.
Otra dinámica
Esa conclusión no es, sin embargo, el dato más relevante del proceso en desarrollo en Venezuela. Gobierno y Psuv hacen los mayores esfuerzos por ganar las elecciones. Y lo hacen con un despliegue organizativo y militante sin precedentes. Pero ponen más empeño aún en organizar a las masas en órganos propios, a la vez que robustecen con moderno y poderosísimo material bélico a la Fuerza Armada Nacional, uno de cuyos cinco componentes son las Milicias Populares. La dualidad contradictoria de avanzar una Revolución en el marco de una institucionalidad tradicional se expresa positivamente en este desdoblamiento. Si acaso los permanentes flujos y reflujos de capas sociales indefinidas o pasibles de ser confundidas y manipuladas, diera como resultado la pérdida de la mayoría en la Asamblea Nacional, el rumbo trazado por la estrategia antimperialista y anticapitalista seguiría determinando el curso de la sociedad venezolana. Cabe reiterar palabras de Maduro ya citada en estas páginas: “Lo peor que le podría pasar a ustedes, pelucones, burgueses, es ganar las elecciones, porque ahí comenzaría la nueva batalla. Anótenlo; no es una amenaza, es la Historia. La Revolución no se va a entregar jamás”.
Parecen no entenderlo (¡y no sólo en la derecha!) quienes auguran el fin. En lugar de comprender la Historia comparan con elecciones en Brasil o Argentina, imaginan un efecto contagio y se dan por vencedores… o por vencidos. Craso error: con victoria electoral, el Gobierno tiene más margen para mantener la línea institucional del proceso. Ante una eventual derrota, cabrá a la burguesía y sus mandantes optar entre aceptar la continuidad de las medidas revolucionarias o apelar a las armas, es decir, a la agresión extranjera, porque al interior carecen de toda posibilidad.
Antes de hablar del carácter destructivo del ejemplo de Chávez, Chomsky igualó la corrupción en Argentina y Brasil con Venezuela. Maduro lo invitó a visitar su país. Si lo hiciera, pese a que no habla castellano –al menos hasta hace algunos años, cuando la profesora Mercedes Balech intentó entrevistarlo para la revista Crítica– podría ver la diferencia. No interpretarla lo conduce a dar por perdida la batalla latinoamericana antes de que, como bien apunta Maduro, haya comenzado en realidad. En Venezuela, dice Chomsky, “hubo varios cambios instituidos desde arriba, bastante poco relacionados con la iniciativa popular, con algo de participación, pero no: venían desde arriba principalmente”.
Es una verdad parcial. Y un punto decisivo. En efecto, con base en el estallido conocido como Caracazo, en 1989, se gestó un proceso en el que la vanguardia –con Chávez en primera fila– tuvo siempre la primacía. Excepto en el intento del golpe de Estado dirigido por Washington en abril de 2002, cuando las masas salieron a la calle, rescataron al Presidente secuestrado y lo repusieron en el poder, siempre el conjunto social estuvo detrás de la voluntad política dirigente. El intelectual estadounidense, de filiación ligeramente anarquista, debería preguntarse cómo podría ser de otro modo en un mundo todavía signado por el derrumbe de la Unión Soviética, la extrema confusión ideológica con base en los crímenes del stalinismo y la desarticulación de la totalidad de los partidos obreros de masas en el mundo, con excepción de Cuba, Vietnam y China. La verdad parcial de Chomsky es al cabo una mentira y algo más: implica afirmar que en situación de reflujo o pasividad social una fuerza revolucionaria debe limitarse a esperar. Por lo demás, comparar Venezuela con Brasil y Argentina es puro impresionismo, total ausencia de rigor científico para comprender la realidad política contemporánea. Esto y el desconocimiento de la enérgica, sistemática y efectiva organización del poder comunal descalifican a Chomsky, quien siempre será no obstante reconocido por su valiente defensa de buenas causas en todo el mundo.
Lo que está en juego
Mientras rija la ley del valor en cualquier economía, tanto más en época de declinación irreversible del capitalismo, habrá corrupción. Incluso en la sociedad socialista llevará generaciones y dura lucha cultural para reeducar y erradicarla. Condenarla al margen de su origen es propio de fariseos e ignorantes. Consciente de la gravedad de ese flagelo en su país y su gobierno, Chávez la atacó por la raíz y cortó algunas ramas. Maduro ratificó el concepto y, ya en una situación superadora, ataca ramas y troncos.
Tras las elecciones el problema no será la corrupción, sino el restablecimiento a pleno del aparato productivo en industria y agricultura, aunque ambos desafíos están asociados. Esa necesidad llevará a un choque frontal con la burguesía y con las leyes objetivas del sistema capitalista. Esto ocurrirá con prescindencia de los resultados. La Revolución continuará avanzando. Quedará a decisión del imperialismo si permite la continuidad soberana y pacífica de esta experiencia observada en todo el mundo. En cualquier caso, el gobierno revolucionario estará acompañado por el Alba y por un número creciente de organizaciones de todo orden que, del Río Bravo a la Patagonia, asumirán por imperio de las circunstancias la necesidad de optar entre fórmulas fracasadas de reacondicionar el capitalismo y la estrategia socialista.
Tras la culminación del ciclo iniciado 17 años atrás con la primera victoria electoral del comandante Chávez, en diciembre de 1998, esa batalla ya ha iniciado una nueva fase y la Revolución Bolivariana continúa siendo el faro. Elección parece ser sinónimo de obnubilación. No lo es para el gobierno de Maduro, el Psuv y el GPP. El poder comunal es la máxima expresión de la democracia y Venezuela avanza por ese camino.