No me queda ninguna duda que hay que votar. Sin importar las condiciones que al final se logren. Sin necesidad de creer en las promesas del gobierno, ni darle ningún voto de confianza, pues hasta ahora no se ha reivindicado con el pueblo de Venezuela, en relación a todos los atropellos políticos, jurídicos y militares cometidos contra la Constitución y las leyes de la República, entre éstas las electorales. No se respalda al gobierno por el hecho de ir a votar, no se lo legitima ni se lo absuelve de todos sus “pecados”. Tampoco se entra en un contubernio con Maduro por llamar a ejercer un derecho que es de todos y que nunca ha debido ser prostituido, ni por el gobierno ni por la oposición dirigida por el equipo Trump-Santos-Voluntad Popular. Afirmar que se está legitimando a Maduro, que se es cómplice, es una vil manipulación de quienes pretenden mantener eternamente el “status quo”, tal y como lo vienen haciendo en forma infame desde hace más de 20 años.
El ejercicio de los derechos ciudadanos no legitima a nadie, excepto a quienes los ejercen o tratan de ejercerlos sin importar los peligros ni las adversidades. No se deja de manifestar y protestar porque exista la amenaza de una violenta intervención policial, se trata de hacerlo de la mejor manera posible para hacerle más difícil al gobierno usar la represión. Y si ésta no se produce, no significa que el régimen se ha vuelto tolerante, permisivo ni democrático. Las manifestaciones de calle no legitiman a ningún gobierno, todo lo contrario, se manifiesta para demostrarle al mundo la inconformidad existente con ese gobierno, y se manifiesta independientemente que muchos ciudadanos no participen en esas demostraciones por las razones que sea. Es un derecho al que se recurre cada vez que sea necesario. Así es el derecho a votar. Se lo utiliza cada vez que pueda ser utilizado, para demostrar que son los ciudadanos quienes tienen el derecho de cambiar a sus gobiernos si así lo deciden. No son los militares, así lo hayan usurpado durante décadas.
Se defiende a los presos políticos sin importar que todo el sistema judicial esté viciado. Sin importar que todos los jueces estén controlados por quienes gobiernan. No se renuncia a ese derecho por difícil que sea hacerlo valer. No se abandona a los presos políticos, ni se deja de representarlos, ni de exigir respeto del debido proceso, de apelar los fallos ante tribunales superiores y ante el propio Tribunal Supremo de Justicia, pese a la parcialidad de los mismos. Se presiona, se denuncia, se manifiesta, se exige el apego a las leyes, pese a que sepamos que las demandas no serán oídas. Es exactamente lo mismo con el derecho al voto. Es lo que en estos momentos hacen los partidos que están en la Mesa Nacional de Diálogo y quienes fueron propuestos por ellos para integrar el Consejo Nacional Electoral. Y lo hacen sin importarles las respuestas negativas del gobierno, ni las trampas que preparen, pues se sabe con quién se está tratando y se entienden la necesidad de hacerlo.
Los derechos ciudadanos, los derechos políticos, los derechos humanos, se defienden ejerciéndolos en forma permanente y vehemente, sin importar las transgresiones que los poderosos hagan de los mismos. Se defienden denunciando las violaciones que ocurran, exigiendo su respeto, manifestando en las calles, solidarizándose con los afectados, no callando ni huyendo ni mucho menos alegando que no existen las condiciones para su vigencia. Pues así mismo ocurre con el derecho al voto. Su defensa no es inhibiéndose de su ejercicio, sino ejerciéndolo en las condiciones que sea, demostrando con ellos la voluntad democrática y soberana de la ciudadanía. El ejercicio de los derechos es su mejor defensa. Convocar a no hacer nada, a un acto negativo, a abstenerse, es indudablemente una demostración de irresponsabilidad ante la inexistencia de una política democrática a llevar adelante o, peor aún en el caso venezolano actual, de la existencia de una conspiración perversa contra la soberanía y la integridad de la nación venezolana.
El llamado al voto, además, convoca a la participación ciudadana, impulsa la organización del pueblo, coloca el centro de la solución en los venezolanos, estimula las discusiones sobre el qué hacer, impulsa el necesario sentimiento unitario y hace desaparecer los espejismos del golpe de Estado y de la intervención militar extranjera, esta última claramente anti nacional. Inicia el rescate de la institucionalidad del país precisamente con el Poder Legislativo, sitio por excelencia de expresión plural de la sociedad venezolana. No he señalado nada relativo a los resultados de la elección, pues es imposible saber en este momento lo que va a ocurrir. La desesperanza es grande, la campaña suicida abstencionista también y las acciones gubernamentales apuntan a desestimular una masiva participación. Si se entiende que derrotar al gobierno es el objetivo y se logra la unidad de todos los que participan, será mucho más fácil convocar a la gente a propinar esa derrota. Todo va a depender de la decisión final de la ciudadanía.