Para que el poder comunal cumpla cabalmente con su característica primordial de ser un verdadero poder transformador tiene que basarse, de manera fundamental, decidida y constante, en una acción política mancomunada, sin exclusión alguna, que parta del razonamiento y de la organización consciente de la misma comunidad. Habrá de asumir también que en su seno existe un nivel de conciencia que impulsará la construcción del nuevo socialismo y, con él, de la sociedad de nuevo tipo que requiere Venezuela. Siendo esto así, la participación ciudadana representa una adecuada fuente de información y de intercambios de experiencias que, indudablemente, contribuirán al logro de metas revolucionarias. De ahí que el poder comunal simbolice, quizás, uno de los cinco Motores Constituyentes de mayor relieve lanzados por Hugo Chávez, ya que abre espacios y tiempos para que los sectores populares protagonicen activamente el cambio estructural y la concreción del bien común, revolucionando por completo los ámbitos políticos, económicos, sociales y culturales vigentes aún en Venezuela. Por lo mismo, el poder comunal está llamado a ser pieza insustituible en la tarea de destruir los cimientos del Estado burgués y su práctica clientelar antidemocrática.
Como se quiera ver, el poder comunal está llamado a orientar, impulsar, articular y coordinar todo lo referente al bienestar colectivo y a la definición del socialismo desde la perspectiva de la experiencia venezolana, desde abajo y con los de abajo. Esto crea las condiciones para que la soberanía popular se ejerza a plenitud, libre de las trabas burocráticas y tecnicismos que, a la larga, podrían frustrar esta misma plenitud. En este caso, es necesario obligar al Estado a permitir la participación y el protagonismo del pueblo organizado, en todas sus modalidades y espacios, garantizándole la información, la formación y la educación en cuanto a las estrategias a seguir para que ello sea posible en todo momento. Será la práctica diaria, por consiguiente, determinante para que haya una teoría social, diferente, en el seno de las comunidades, aunque no exista una teoría uniforme y definitiva en relación al socialismo. No obstante, la importancia de tal práctica es crucial, desmontando las barreras de exclusión que, por largo tiempo, cercaron las ansias emancipadoras del pueblo. Esta posibilidad cierta e indetenible reinstala al socialismo como la verdadera alternativa revolucionaria al liberalismo económico y político, objeto de la mayor atención y dedicación, no sólo de Chávez y de sus colaboradores más inmediatos, sino de todo revolucionario, privilegiándose el poder creador de las masas populares para acceder a fórmulas que vayan más allá del marco teórico en que se les permita desenvolverse para la construcción socialista.
Aún con todos los buenos augurios que rodean al poder comunal, es admisible creer que, a pesar de los esfuerzos de Chávez, la mayoría de los movimientos populares sigue presentando debilidades; en algunos casos, fragmentados y despolitizados, producto del clientelismo y de la demagogia populista de antaño. Es un asunto que no puede dejarse a la deriva, puesto que no contribuye a que las tomas de decisiones sean realmente plurales y no de un grupo minúsculo que repita los vicios de la clase política tradicional: verticalismo, caciquismo, demagogia, sectarismo, tareísmo, corrupción y manipulación del colectivo. Por lo tanto, es imperioso que el pueblo se interese -gracias a la motivación derivada de su adecuada formación ideológica socialista y revolucionaria- por ampliar los logros revolucionarios de un modo autogestionario y, así, darle vida propia al socialismo. Esto exige un completo cambio de actitud respecto a las capacidades potenciales del pueblo para asumir responsablemente el rumbo socialista, aunque esto lo haga con unos métodos y unos criterios diferentes a los oficialmente recomendados.
El poder comunal, además de constituir una innovación revolucionaria, le brinda al pueblo la oportunidad tan esperada de ejercer el poder de manera directa y efectiva, con lo cual tiende a cambiar la concepción común que se tiene del Estado, incidiendo positivamente en la neutralización del burocratismo y en el mejoramiento de la calidad de vida de todos. Ello hará que se comprenda que todos comparten un destino común, independientemente del ámbito en que se viva. Es una revolución en todo sentido. Por lo mismo, corresponde a los revolucionarios sustanciarlo, fortalecerlo y expandirlo para que la revolución sea un hecho que trascienda la cotidianidad.-