Cuando oímos o leemos la palabra cacao, casi de inmediato pensamos en el suculento chocolate, bien como bebida edulcorada, o bien como tableta o bombón con leche, muy agradable al paladar. Sin embargo pocos saben que en el pasado, este fruto estuvo indisolublemente vinculado con la ignominiosa esclavitud en el continente americano. Específicamente el periodo colonial fue testigo del auge cacaotero gracias a la mano de obra ‘negra’, cuya condición significaba enormes ventajas para los españoles y criollos involucrados en el cultivo del cacao.
En el caso de los Andes venezolanos, concretamente en Mérida, es importante señalar que el cacao se cultiva desde el periodo prehispánico, pero fue a partir de la ocupación española cuando se transformó en un alimento-mercancía de primer orden, hasta el punto de ser comerciado con distintas partes de América y representar una notable fuente de ingresos, obviamente para los colonizadores (poseedores casi exclusivos de las tierras cultivadas con cacao). Y sin el sufrimiento de centenares de esclavos, producto del trato bestial dado por los ‘blancos’, la economía cacaotera colonial no hubiera alcanzado semejante relevancia en la provincia de Mérida; esclavos que fueron utilizados en buena medida en las estancias del Sur del Lago de Maracaibo (laguna de Maracaibo para la época), zona merideña con la mayor superficie cultivada de cacao:
“Memoria de las estancias que se benefician en los llanos de San Pedro y Laguna de Maracaybo y llanos de Gibraltar con negros.
Juan Baptista de Ynestrosa beneficia una estancia de cacao con dos negros.
Francisco de Ulloa beneficia una estancia de cacao con un negro.
Jil Rabaso beneficia una estancia de cacao con siete negros.
El capitán Diego de Luna beneficia una estancia de cacao con seis negros.
La biuda de don Antonio de Sandobal beneficia una estancia de cacao con nuebe negros.
Doña Magdalena suegra de don Antonio Sandoval beneficia una estancia de cacao con cinco negros.
Alonso Perez de Ynestrosa beneficia una estancia de cacao con tres negros (…)
En San Antonio de Gibraltar tres leguas de la ciudad beneficia una estancia de cacao Francisco Perez vecino de Maracaybo con doze negros (…).
Leonardo de Reynoso beneficia una estancia de cacao en los llanos con quatro negros (…)
Thomas de Araguren beneficia junto a Gibraltar estancia de cacao con siete negros.
El capitan Diego Prieto de Avila beneficia estancia de cacao en los llanos con ocho negros.
Miguel Gutierrez beneficia una estancia de caco en los llanos con ocho negros.
Garcia Martin Buenavida beneficia una estancia de cacao en los llanos con diez negros.
Luis de Trejo beneficia estancia de cacao en Arapuey con quatro negros (…)
El capitán Sebastian Rosales beneficia estancia de cacao con ocho negros (…)
Hernando Cerrada beneficia estancia de cacao en los llanos con quatro negros” (Memoria elaborada por Sebastián Bermejo Baylen en 1619, comisionado por el oidor de la Real Audiencia de Santa Fe Alonso Vásquez de Cisneros).
La economía cacaotera en Mérida fue pródiga incluso para la Iglesia Católica, en particular para la Compañía de Jesús, que llegó a poseer numerosos esclavos en unidades productivas con el cacao como cultivo de primer orden. Importaba más el interés mercantilista que el espíritu cristiano que se supone debía guiar a los religiosos, que fueron capaces hasta de lucrarse con la venta de humanos:
“La fuerza laboral esclava (…) indiscutiblemente constituyó el soporte de las actividades económicas desarrolladas por los jesuitas en sus complejos socioeconómicos (…)
La necesidad de mano de obra esclava (…) llevó a que los padres del Colegio San Francisco Javier se desempeñaran abiertamente como cualquier vecino en los procedimientos de adquisición de esclavos y concurrieran al mercado a negociarlos, a trocarlos, comprarlos o venderlos (…)” (Edda O. Samudio A., “El Colegio San Francisco Javier en el contexto de la Mérida Colonial”, en El Colegio San Francisco Javier en la Mérida Colonial. Germen histórico de la Universidad de Los Andes, vol. I, tomo I, 2003, Mérida, p. 258).