En el ultimo mes por razones laborales y de ocio (trabajo y vacaciones) visité tres estados del país: Mérida, Miranda y Nueva Esparta. En los tres estados se promociona el turismo. Se invita a los venezolanos “moverse por Venezuela”. Lo cual me gusta porque confieso que conozco muy poco de mi país. Hay estados que no he visitado, lo cual no quiere decir que no haya hecho turismo interno sino que he repetido destinos. Destinos turísticos, digo. Al igual que otras veces Mérida pasó la prueba. Su gente “la mueve”. La amabilidad y la parsimonia del andino se funden y el resultado es un ciudadano educado para atender al visitante, para mostrar con orgullo sus bellezas naturales, su gastronomía, su artesanía. El resultado es una experiencia reconfortante y liberadora. Lo verde de las montañas, una vez más, cautivó mi melancolía e imaginé un retiro andino.
Después estuve en Miranda. Estado que conozco muy poco. Las más de las veces que lo he recorrido es para saltar al oriente del país. La pesadilla que siempre ha sido la vía a Oriente terminará pronto, al menos hasta Higuerote. Los movimientos de tierra, que darán paso, que están dando paso, al negro asfalto, son impresionantes. Parte de mi juventud transcurrió con la quimera que fue la construcción de la “autopista a oriente”. Verla surcar la topografía mirandina no deja de ser un milagro.
Pero los andinos no son como los mirandinos que me tocaron en suerte. El valle de Chirimena, no es “arrullado” por las olas del mar, sino por una estruendosa música que nunca se calla. Visitantes y lugareños nos calamos horas interminables e insufribles de ese ritmo que hace contornear con movimientos sexualmente explícitos a sus ejecutantes. El lugar que nos hospedó se hace llamar posada, pero solo es un dormidero incómodo, un lugar sin ninguna gracia, sin ningún detalle que lo haga agradable o recordable. La improvisación y el desenfado del dueño lo han hecho merecedor de un crédito de la corporación turística local. Lo cual celebro, pero ese dinero debe ir acompañado de una teoría que explique a estos emprendedores que el turismo puede ser un negocio, pero que el turista merece respeto y consideración. Respeto y consideración que no tienen los lancheros del “puerto” de Chirimena cuando montan a veinte pasajeros sin salvavidas en una lancha. Si osas reclamar por el gentío oyes el “Y si no le gusta pague el cupo completo” que espeta el dueño de ese negocio con la misma improvisación y desenfado del dueño de la posada insisto, un dormidero incómodo, un lugar sin ninguna gracia, sin ningún detalle que lo haga agradable o recordable. No considero un retiro mirandino.
Finalmente, mi nave recaló en Nueva Esparta. Allí me esperaba una tropa familiar que hizo que el viaje valiera la pena. No puedo decir lo mismo de todos los lugares visitados. El Yaque, Punta Arenas y Zaragoza, fueron las tres playas escogidas. La primera me hizo recordar el desenfado del dueño de la posada mirandina. Las sillas y camas playeras de ese paraíso del windsurf provocan una sensación de septicemia inminente. Y los precios te dan la sensación de ultraje colectivo y en público. Pero en Punta Arenas y Zaragoza encontré la amabilidad del margariteño y el incontrastable paisaje me hizo pensar en un retiro oriental.
Lo peor fue comprobar que en Nueva Esparta, destino turístico por excelencia, las estrellas de los hoteles no vienen del firmamento. En la habitación de la mole con nombre de pájaro había hasta goteras. Y las gotas terminan rebosando recipientes. Urge achicar.