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Viaje a El Valle de la Luna …
José Sant Roz
22-08-2019: preparándonos para la partida, que la haremos mañana, con parte esta vez, de la querida familia de mi esposa. Reviso varios materiales que tengo pendientes y que seguramente nunca llegaré a concluir, uno de ellos es sobre la visión social y política de Rómulo Gallegos en “Doña Bárbara” y otro sobre las ideas de la pobreza. Leo en los griegos que ningún hombre honrado puede ser pobre.
Lo que deseamos es ir al campo y caminar por sobre la niebla y las lajas, cruzando el río con las botas de goma (aunque mejor sería hacerlo descalzos), allí donde cunden los lirios y los rosales en ráfagas, en estos días con interminables lloviznas, allá en El Valle de la Luna, buscando moras, comiendo fresas o mirando las estrellas, en ese delirio de silencios tupidos, de fríos de piedra, de fragancias nocturnas, voces de terciopelo, músicas de ausencias…
Decía el sabio Solón que de las riquezas nace el fastidio y del fastidio la insolencia, ¡y cuánta insolencia! De lo cual se colige que nada más insolente que un inútil. Y hoy, estamos conociendo en sus profundas raíces los sacudones de las inusitadas estrecheces, y en las que ahora cada producto o elemento adquiere una importancia y un lugar esencial en nuestro diario vivir. Por lo que entonces se piensa tanto en todo aquello que se tuvo en abundancia y que se dejó perder sin darle un sentido sustantivo, noble y justo en su momento.
23-08-2019: Viaje a El Valle de la Luna. Vienen con nosotros Paola, Albania y Horacio. Hay un palpitar de fiestas, de luces, de promesas, de todo lo que se hará entre los caminos y la dura hierba. Hay un olor ya de campos, una ronda de crespúsculos y misterios en las miradas, una risa metálica y una música de vientos y de hojas en el horizonte. Va al volante Horacio, The King of the road.
Salimos a las 9 de la mañana: un día muy claro, con un cielo azul, límpido, a manera de espejo en el que nos iremos buscando, en esos trazos de lienzos sonrientes por entre las luces del camino, sobre todo cuando llegamos a El Anís, y enfilamos por ese fulgor de tierra ardiente, con peladeros de chivos, el lugar donde trabajaba nuestra querida Albita, la alcabala con sus lánguidos policías y la gente arremolinada esperando un aventón para El Vigía o para Tovar, para Santa Cruz o los Pueblos del Sur.
Habíamos dejado atrás una vieja venta de chicharrones light ya desaparecido, un puesto con ventas de panelas, otro de cambures, esterillas, mamones, café,…
Vamos dejando Mérida, la urbe, la vamos olvidando lentamente, hasta que al torcer en la curva de Los Túneles la perdemos sin remedio. Ya queda como una ciudad enterrada que no podrá rescatarse sino cuando volvamos a sobrellevar otra vez el Cristo de los desvelos. Lo último que escuchamos antes de borrarse ese último recuerdo, fue “hay un infierno en la Amazonía…”.
A partir de Tusta se desata un fuerte viento, y al remontar el Páramo de Las Nieves nos cae lluvia y neblina. El cielo se torna plomizo, y vamos cayendo en una hondonada de curvas como en un gran vórtice, que tendrá su punto final en el pueblo de El Molino. De allí, en hora y media podrá cubrirse el trayendo hasta nuestra casita en El Valle de la Luna. La sinfonía de colores, el bosque de pinos o la tierra arrasada para sembrar papas, el camino destrozado, las fuentes naturales de agua cada vez más escasas. Los vientos secos de las quemas, los nuevos azotes con motosierras al hombro, la dureza de los nuevos negocios al calor del contrabando, las torres caídas o derribadas ahora con grandes interrupciones de conexión telefónica o eléctrica.
Todo lo que ha cambiado este mundo en tan poco tiempo que casi no reconocemos los lugares, que vamos por ahí como buscando fantasmas que se llevaron los huracanes, los temblores, la ruina súbita de un enjambre de plagas.
A la 1:30 de la tarde, ya estamos escuchando los alaridos agónicos de Solita, en un solo temblor está ella apoyada sobre la cerca, ansiosa de amor, de compañía, de las voces de sus seres queridos, y con esos gritos celebra el encuentro, es su modo de decir tanto con sus nervios atónitos…
No hay modo de caminar con esta perra loca de alegría yendo y viniendo con una velocidad atronadora por el porche, por el patio y dentro de la casa.
A las 2 de la tarde, ya está desatada una intensa lluvia, y luego nos enteramos que así ha estado el clima desde hace una semana.
Ante todo, pues, la alegría de encontrarnos con nuestra perra Solita que nos cuentan que cuando nos vamos pasa días enteros llorando, y son tales sus aullidos cuando llegamos que en toda la aldea se enteran y dicen: “Ya llegaron la María y el señor José…”.
A lo lejos saludamos a la vecina Engracia quien nos da la buena nueva de que ha llegado gas.
Nos enteramos también que no ha habido electricidad desde por la mañana, pero que el servicio se ha regularizado bastante.
Descargamos los macundales. Instalamos la bombona de gas y el televisor; barremos los cuartos y los pasillos, arreglamos camas, acomodamos las sillas para los visitantes, revisamos la siembra, y finalmente hacemos café para ir a sentarnos en el porche y postrarnos silentes ante la soberbia montaña en cuya cumbre, a unos quinientos metros, están tres grandes cruces, punto llamado Los Atalitos.
Nos visita Lucía Valentina quien viene con un plato y nos trae de obsequio y bienvenida una buena porción de carne con corazón de res, riñones e hígado. Nosotros le retrucamos con panelas traídas de San Juan de Lagunillas.
Procede ahora hacerle una visita al fundador y patriarca de la aldea. Horacio y yo nos vamos y le hacemos una visita al señor Corsino, quien ha perdido definitivamente la vista. Allí está él en una silla de cuero, solo, escuchando las voces que va reconociendo, y con su hidalguía serena se incorpora para agradecer, saludar y abrazar a los visitantes.
Para llegar a la casa de los Mora, luego de atravesar un senderito, pasando por la casita de Xioli, se llega a una pequeña explanada con camburales y cafetos de lado y lado. Al fondo se ve el corredor, y allí suele estar el señor Corsino sentado, ahora sólo oyendo los rumores de lo que discurre cercano, porque ha perdido la vista.
Nos encontramos allí con su padre a Ana, a Manuel y Ángel. Departimos un rato en el corredor viendo pasar a los cochinos y a las gallinas en plena libertad, por un caminito que comunica con la casa de Evencio, otro hijo de Corsino. Volvemos a tomar café. Hablamos de los sorpresivos cambios del tiempo y de lo malo que sigue estando el paso por El Rincón y que hoy, muy temprano, la buseta que iba a Mérida se quedó un buen rato varada por el mal tiempo. Es tal el sedimento que baja de la montaña que taponó un puente recientemente construido, y los promontorios de lajas que se extraen para impedir un nuevo desborde de la quebrada, han cambiado la geografía del lugar.
Conversando sobre diversos temas, caigo en la cuenta, por una observación que me hace Ángel, de que la esposa del prócer Páez nació en Canaguá de Barinas y no en el Canaguá de los Pueblos del Sur, equivocación en la que incurrí, en una nota que escribí el año pasado. Sí, porque resulta que la esposa de Páez era de Barinas.
Volvemos a casa, y antes de despedirnos vemos venir a Ángel con un plato de peltre en el que trae un queso que ya habíamos negociado, excelente para la cena.
Ya en los trajines del hogar me pongo a moler maíz para las arepas de la cena. Afortunadamente hemos traído una buena carga de aguacates muchos de los cuales están listos para comerse.
Desocupados de los preparativos en la cocina pasamos a la sala a ver por la tele una amena entrevista que le hace Boris Castellanos al poeta cubano Abel Prieto.
El cielo se sigue tornando intensamente plomizo: sólo a lo lejos se oye el fragor del río. Soledad, calma absoluta, enchumbado de suspiros el empedrado camino a la casa, y al fondo los ojos salpicados de alegría de Solita, y luego: ¡LA CASITA!, en su fulgor de cantos porque hay otra vez quien la habite.
Por la noche, nos visita Ángel quien nos trae un tarro con mantequilla, y con él nos ponemos a departir un rato, hasta que agotados tantos temas, cada cual coge a su madriguera. Se oye a Horacio, el primero que se recoge:
Hasta mañana…
Sábado, 24 -08- 2019: desayuno con arepas, aguacate, queso, mantequilla y sardinas. Cada comida tiene su fiesta, con la infaltable compañía de Solita y la gata Morisca. Hoy hemos acomodado nuestro pesebre para el desayuno en la troja. Desde allí desayunamos rodeados de montañas, de la vista hacia el huerto y la empalizada que da al cambural y cafetal del señor Evencio. Un poco más allá la casa de Engracia, con el fuerte rumor del río crecido allá abajo por una ladera. Hay zamuros acurrucados en los horcones, vacas que parecieran colgadas como estampitas en las empinadas laderas, unos tres cochinos que pasan y repasan el río como si fuesen perros de agua. Cientos de pájaros revoloteando en el níspero, en la mata de menta, en el guamo. Unas urracas que pasan revista al maizal, el llamado de un ordeñador en una vaquera vecina, y nosotros inmóviles en aquellas inmensidades ardiendo en clamores silentes y en frescuras de ensueños.
Nos visita Ángel, quien nos trae dos litros de leche y trozos de carne de una res que se le mató a Roberto, su sobrino. Una carne que estaba ahumada.
Horacio se va al cuarto de las herramientas para amolar machetes, el palín y la chícura. Ya lleva encasquetado su gorra de labores, su traje de campaña, sus trajinados y ahuecados guantes, y sus botas de goma.
Nos visita el señor Antonio Rojas quien nos trae de regalo una crecidita mata de lechosa y unos quince kilos de yuca. El señor Antonio sube una fuerte pendiente con este cargamento de yuca desde su casa a unos quinientos metros. Yo lo llamo san Antonio. ¡Cómo agradecer estos generosísimos gestos!
Primer día, pues, de faenas: María Eugenia, Paola y Albania se dedican a limpiar todos los alrededores de la troja; Horacio arregla la entrada de la casa haciendo una canaleta para evitar la acumulación de agua durante las lluvias. Acarrea piedras las cuales va incrustando con una porra. Yo me voy a la huerta para sacar una buena cosecha de ocumos. Entierro el pico por los alrededores de la mata de ocumo y extraigo el gajo entre terrones húmedos, y luego siembro los hijos, porque el ocumo es como la mata de cambur, muy generoso.
Transcurrida ya media mañana, voy y les llevo un poco de café a las trabajadoras en la troja, y voy llegando con la bandeja cuando observo que Paola se pone muy pálida: ha sufrido una leve baja de tensión. Paola dice que comenzó a marearse producto de unos ejercicios que se puso a hacer. María Eugenia le atiende acostándola en un banco y alzándole las piernas, pero rápidamente se va reponiendo.
Nos ponemos a conjeturar sobre el por qué de ese repentino mareo.
Noticia: Hasta ahora, con miles de focos de incendio en la Amazonía se ha quemado una extensión similar a la de Venezuela, un millón de kilómetros cuadrados.
El ocumo produce alergia en ciertas personas. Albania advierte que ella no puede limpiarlo, y María Eugenia que asume este trabajito ha tenido que tomarse un antialérgico.
Concluida esta primera parte de la jornada procedemos a encender el fogón para cocinar unas lentejas, un arroz, tres kilos de maíz, varios trozos de ocumos y a preparar una asadura con la carne que nos regaló ayer Engracia (hígado, riñones y corazón de res).
Ha sido un día muy atoldado con amenaza constante de lluvia. Recuerdo que en las memorias de Rufino Blanco Fombona él llamaba “bárbaros” a los campesinos, gente con los que nada se podía conversar, según él. En cambio uno piensa todo lo contrario. Yo lo paso mejor con ellos que con los citadinos que siempre están entregados a quejarse, divagando y creyéndose que saben mucho, y a la vez incapaces de producir algo que valga la pena. Se lo refiero a María Eugenia quien me recuerda que la filosofía nace, según los griegos, precisamente de los llamados “bárbaros”.
Por la tardecita, Albania, Paola y Horacio se dedican a leer revistas “Momento” de la década de los cincuenta, mientras María Eugenia prepara un arroz con leche. Hay que ver todo lo que se revive y se descubre revisando esas revistas de la época de Marcos Pérez Jiménez: los saraos, las despedidas de la alta burguesía cuando se iban de vacaciones a Europa, las propagandas anunciando ventas de viviendas en urbanizaciones como La Florida, Altamira, Chacao, la moda de aquellos trajes de baño completos, las bellezas de cuerpos rellenitos y voluptuosos…
Sale el sol muy tímidamente por detrás del enorme árbol de eucalipto que está en el camino al río. Hay a la vez como un llanto de lluvia en la humedad del enrome guamo.
Me pongo en el porche a juguetear un rato con la perra Solita, notando cuán saludable se encuentra. Tratan de tomarme una foto con ella, pero la perra que es muy inteligente cuando ve la cámara se escapa.
Sale el sol más decididamente, y opto por ponerme a desyerbar un rato para entrar en calor y luego darme una ducha helada. Aquí no tenemos calentador y el agua tiene entre quince y dieciséis grados centígrados. Los ramalazos del agua helada dicen en los llanos que son excelentes para los locos, y hay que ver lo que revitalizan el organismo.
Nos visita Avenildo quien nos regala una cuajada y un tobo lleno de cambures verdes. Avenildo es un hábil y próspero productor de unos cincuenta y cinco años quien se casó con una apureña y ha levando una familia con cuatro hijas. Avenildo cuenta ya con una docena de vacas lecheras, y sus nietos (Andresito y Alejandrito) de cinco y seis años ya le están echando la mano en llevar y traer los becerros.
Paola raya ocumo para hacer unas arepas, y Horacio cuando las prueba dice que sería muy bueno preparar con esa masa unos buñuelos.
Huy –dice Horacio- quedarían excelentes.
Nos visitan los niños Natali y Toñito, nietos de Corsino, quienes sienten especial devoción por la perra Solita. Los niños en estos campos viven en la gracia de Dios, caminando por todas estas hermosas extensiones con la mayor tranquilidad y seguridad. Por ejemplo, ya Natali está estudiando el primer año de bachillerato en el pueblo y a veces va y viene enteramente sola recorriendo a pie ese trayecto de cuatro kilómetros. Y están en las faenas con los adultos rozando, andando en mulas o burros, recogiendo café, sembrando, bañándose en los ríos; embebiéndose en la contemplación de la lluvia, de las nubes, de los cielos estrellados…
7:30 – Nos visitan Ángel y Avenildo. Se prepara un té de menta. Avenildo refiere historia de los faros que suelen rondar por su gallinero. Que hubo una época en que le tocaba matar hasta tres faros por semana. El faro es un animal que se reproduce mucho. Hablamos de lo importante que es tener perros, que vigilen y anuncien todo lo extraño que ronda por una casa. Refirió Avenildo una amena historia del burro Remolino que perteneció a Neptalí y que una noche entró en sus predios provocando una sampablera entre los perros; entonces Avenildo sacó su escopeta y se acomodó para ver quién era el intruso, y tras unas sombras se proyectaron las temblorosas orejas del simpático asno, y los oyentes ríen a mandíbula batiente. Remolino primero perteneció al señor Corsino quien lo tenía para el trabajo en el trapiche, luego lo compró Neptalí su hijo y después éste lo vendió a un hacendado en el pueblo de Guaimaral, a unos cuarenta kilómetro de Canaguá. Remolino en su vida ha tenido más aventuras que el Asno de Oro, y tenía la gracia de que cuando ve a un extraño que le da risa salta y se pone a rebuznar. A veces hacíamos competencia a ver quién rebuznaba mejor y muchas veces nosotros le ganábamos…, ¡Ah, aquellos tiempos cuando lo veíamos encerrado en la vaquera de Neptalí! Lástima, cómo se van perdiendo los amigos.
Se retira Avenildo y nos vamos a conversar en la troja con Ángel, en una noche muy fría, y es cuando vienen a la memoria los cuentos de espantos y aparecidos. Lo que más se refiere sobre esas noches muy oscuras es la aparición de una luz que se trata de un alma en pena o de un entierro con morocotas. Estando arrebujados en nuestras gruesas chaquetas, aún así el frío escuece.
Encontrándonos a la misma altura de Mérida, donde el calor está insoportable.
Luego, nos ponemos un rato a ver un noticiero, y enterándonos que en el estado Miranda, en un llenado de gas en Ocumare del Tuy, se produjo una gran explosión. Estos hechos terribles se anuncian con días de anticipación, con toda impunidad, por las redes.
La noche está muy cerrada, desde nuestro ventanal vamos cientos de luciérnagas flotando sobre las matas de Navidad y las matas de garbancillo. Silencio absoluto. Se le prepara el nicho a la perra que duerme en el porche bajo el enorme sofá hecho con cuero de vaca, y luego se le pone una tranca con palos a la puerta.
María Eugenia me dice todo lo que tendrá que hacer mañana y dice sentirse mal con el duro frío que tendrá que pasar Solita allá afuera. Yo le digo que ella ya está acostumbrada, y María Eugenia me replica que se la quisiera llevar un tiempo para Mérida. ¡Ah, si fuera posible! “Si por mí fuera –dice- dormiría con ella todas las noches”…
25-08-2019: a las seis de la mañana se asoma un leve claro de luz por el boquerón que da al pueblo de Canaguá. Puede que tengamos otro día lluvioso. Luces vacilantes o bordes como de espuma, entre brumas, en la montaña que da a Los Atalitos. Las voces en las vaqueras de los ordeñadores.
Horacio se levanta temprano para moler maíz. Servimos luego del sabroso café que nos regaló el señor Antonio Rojas.
Desayunamos en la troja, oyendo el fragor del río, día con los garbancillos y las cayenas pensativas y frías. La mesa servida, aderezada con agua de panela, con arepas, aguacate, mantequilla, perico y queso. Entre bocado y bocado el corazón andando por praderas y pastos, entre el canto de los pájaros, los lirios, las calas, las rosas. El viento alegre de las mariposas, los recuerdos como relámpagos, los resplandores secretos, cómo ya se aprecian las orgullosas espigas del maíz en el huerto.
En la sobremesa, pasamos un buen rato conversando sobre el libro de Charles Destener sobre el Príncipe de la Paz, don Manuel Godoy. Y consideramos, otra vez el punto de que el hombre del campo piensa mucho más que el de la ciudad. Que necesita pensar e inventar porque para él nada de lo que se le presenta es fácil. Tanto la vida como la muerte tienen en el campo un sabor y un significado distinto, profundo, porque son hechos marcados por los milagros de la naturaleza. Que mientras labran u ordeñan, mientras arrean animales, cortan el pasto, abren surcos, siembran y cosechan se están comunicando con algo vivo que constantemente les habla de sus obras. Y acaban siendo como magos, entre la bendición del milagro y los castigos de la naturaleza, y en medio de deprecaciones constantes al viento, a las estrellas, a la luna, al sol, sus verdaderos y constantes dioses.
Cuando alguien, por estos lares parte de este mundo recibe de sus amigos y familiares una atención y un recuerdo que va mucho más allá de la mera ceremonia del velorio y de los formales novenarios que se hacen en las ciudades. Porque con ellos se comparte una alquimia de sueños, porque la muerte para ellos es eso, apenas un sueño del que se volverá algún día; un viaje, un acuerdo secreto que se anuda en rosarios de espigas con valor y fortaleza. Todo se va y todo vuelve, piensan. Todo se acaba también. Todo pasa, nada queda, y la muerte se recibe hasta con liberadora resignación. Como un descanso, como una sentencia inevitable y sagrada.
Por aquí los entretenimientos, si vale la pena llamarlos así, son la conversa frente a las casas, el caminar por las tardes y mirar el campo sembrado, lo arado, la obra grandiosa de la naturaleza, ver los frutos, degustándolos sabrosos en la boca, lo tierno, lo virginal, lo magnánimo y perfumado de la tierra, y lo infaltable: asistir los domingos a misa.
Lo que sigue ahora en El Valle de la Luna, es faenar y desde el patio vamos viendo a los aldeanos que se dirigen al pueblo, efectivamente como dijimos, a la misa del domingo. Las misas suelen durar hasta más de dos horas, y son muchos los curas los que se disputan esta próspera parroquia de Canaguá.
Pronto tendremos que encender el fogón para colocar cambures verdes y la olla para el arroz, luego unas sardinas al vapor. Yo me he convertido en el fogonero oficial de El Valle de la Luna. Por la casa corre el humo, la fragancia de la madera quemada. La chamiza del guamo, del tronco de pino o de guamo.
Es un trabajo lento ese de limpiar las sardinas, de las cuales se encargan María Eugenia y Paola.
Sigue variable el tiempo, entre esfuerzos por salir el sol y una llovizna leve que aparece siempre sorpresivamente.
Pasa Agustina en una moto y nos saluda gritando con su peculiar risa. Luego vemos a Evencio, más atrás Marcolina y su hija Natali.
María Eugenia le da un buen baño a la perra y queda el animal como ligero y diáfano, lleno de energía y correteando por el patio, con su pelo reluciente.
Desde el porche vemos cómo en la cancha de la escuelita de la aldea se escenifica un partido de futbol entre los muchachos. Allí están cinco de los hijos de Alecio, están Enrique, Cristian y Leo, hijos de la vecina Engracia.
Por la tarde llega un ramillete de niños para hacernos una visita, así de formales, recién vestidos unos, con sus caras encendidas, pasaron a la troja, corrieron por el patio, se maravillaron con los enormes rábanos, salieron formando círculos con Solita y se sentaron en el porche hablando todos a la vez historias de becerros y enredaderas, de los recreos, de un perrito que se encontraron. Siempre tenemos algunas chucherías con qué agradecerles sus historias.
Luego, nos visita el señor Corsino, el patriarca del lugar, quien acaba de llegar del pueblo, donde pasó dos días. En Canaguá hubo un operativo médico desde el pasado viernes y el señor Corsino aprovechó para hacerse un chequeo: su único problema es la vista pero no vino oftalmólogo en el operativo.
Pasan Iraís, hija del señor Corsino, con su cuñado (esposo de Ana), quienes bajan al pueblo para quedarse allí esta noche, porque piensan salir de madrugada en el transporte de Tromerca hacia Mérida.
Pasan los esposos María y Roberto con su hijo Jackson.
Luego pasa Ramón en su moto. Ramón es el esposo de Francis. Francis y Ramón ya tienen una niña, y ellos son tan jóvenes que parecen hermanitos de su hija.
Siembro unas diez matas de aguacate, y ojalá tenga suerte esta vez, porque el aguacate es tan difícil que se dé en estos lugares. Cuando siembro, le pido a las semillas que no me vayan a quedar mal. Que las dejo en compañía de coquitos y lombrices de tierra. Les doy sermones, y les auguro una danza de encendidos colores para los primeros días de noviembre junto al limonero, al mandarino y la granadina, que sean ellas las primeras en levantar una banderola de hojas valientes contra la cizaña y la manigua, en asomar sus manos verdes, su tallo firme, su armadura de ramas y su voz, dientes de luz en nuestro patio…
Hay que ir descubriendo los secretos de la tierra, su lenguaje, su estrecha relación con la luna y las estrellas. Por esta razón a veces veo en los labriegos un sentido de comunicación con la naturaleza que nosotros, que venimos de perder tantos años en encierros entre bloques de hormigón, estamos incapacitados para percibir.
Pasa Avenildo con quien conversamos un rato y me dice que si mañana hace buen tiempo traerá la motosierra para trocearnos unos palos que son muy duros de cortar con el hacha. Horacio me llama el Leñador de la Comarca, porque me la paso por el bosque buscando leña para el fogón.
María Eugenia, Paola y yo nos vamos a contemplar el río que está crecido. Nos ponemos a conversar con ese fondo de música cristalina, murmurona, viendo arder mil rubíes encantados hacia las oscuras entrañas de los abismos. Pasan unos cochinos de Evencio gruñendo cuentos, van y vienen como buscando algo que se les ha perdido. Recordamos otros tiempos en que nosotros nos bañábamos en un pozo por los días de Semana Santa, y estaban Albita, Miguel, María Gabriela y sus dos hijos, Albania, y todo en la comarca olía a pan recién sacado del horno.
Nos visitan Xioli y sus dos bellas niñitas de dos y tres años. Xioli nos trae una docena de granadinas de su cosecha. Xioli es maestra en el pueblo de Canaguá y es muy aplicada en el tema de la siembra, tiene un hermoso jardín y tiene su casita que es una tacita de oro. Hay seres que nos conmueven profundamente, no sé si será el esplín, recuerdos de algo que quisimos ser y no pudimos.
Mañana le vamos a buscar un buen lugar a la mata de lechosa que nos ha regalado el señor Antonio Rojas. San Antonio, digo.
Por la noche, luego de conversar un rato en el porche, oyendo una música del conjunto Contrapunto, divagamos entre obviedades, hasta que María Eugenia propuso que jugásemos un rato a inventar o componer palabras. Scrable, dicen.
Cuán sabio es el tiempo que todo lo desvela. O lo que se descubre tratando a la gente y viendo entonces lo fácil que es equivocarse haciendo juicios a priori.
María Eugenia le prepara un buen almohadón a Solita que coloca debajo del sofá del porche. Le dice adiós y le da un beso.
26-08-2019:
9 am: aparece el sol en todo su esplendor, y sacamos los trozos de madera a secar.
10 am: repentinamente comienza a lloviznar, y el cielo se pone totalmente plomizo. Abrimos todas las ventanas y aún así sigue a oscuras la casa.
Horacio se pone su ropa de guerra y se interna en el sembradío de maíz y café para limpiarlo.
Las mujeres trabajan duro en la cocina.
Recogemos la madera para que no se moje. Limpiamos el cambural. Encendemos el fogón para cocinar lentejas y yuca.
Llega Avenildo y nos trocea toda la madera con su motosierra. Pero en troceando la madera se le partió la cadena a la motosierra. Nos sentamos debajo del enorme guamo que da al camino principal. Nos trajeron café. El tiempo se iba felina y cordialmente, y de vez en cuando pasaba alguien y preguntaba si había bajado Juan o si llegaría gas o un Clap.
Los nietos de Avenildo nos traen parchita.
Entran unas llamadas: Me comunico con Veroes y Villegas desde Mérida para decirme que la abnegada luchadora Magaly Peña ha muerto. Magaly Peña formaba parte de la directiva del portal Ensartaos, y no tenía ella ni sesenta años. Recuerdo a Magaly, muy bonita, con chispa, con sueños, con esa rebeldía amorosa de los que anhelan justicia en este mundo. La recuerdo en las reuniones escuchar los discursos de los líderes, de reprender siempre con media sonrisa escéptica en los labios. Cómo duelen esos silentes golpes en medio de tantos humanos huracanes.
A partir de la 2 de la tarde el sol se hace intenso. Arreglamos todo el almacenaje de la madera ahora muy bien recortados los troncos en rolas.
Vemos lo hermoso que se ha disparado la enredadera de granadina en el guamo. Se elevó la granadina unos veinte metros hasta la copa, y el año que viene cogeremos de ella una muy buena cosecha.
Llegan los nietos de Avenildo, Alejandrito y Andrés, con una docena de parchitas que castigamos debajo del guamo. Tengo las manos y los pies llenos de barro. Miro los troncos donde una vez quisimos hacer un gallinero. La amiga Macupatra nos quiere regalar un gallo. Hay oferta de un crédito a través del Banco Bicentenario para así poder comprar unas gallinas ponedoras, y me imagino el patio con aves de corral, y el palo inclinado para que se suban al guamo. Y pienso también en los faros y en los perros, en los inviernos, en los truenos.
De cena le damos matarile a la carne ahumada que nos trajo Ángel acompañada con cambures verdes sancochados. Luego a tomar café y el café hay que tomarlo sentado dice Albania. Y nos vamos al porche.
A las seis, llega Ángel y nos ponemos a conversar en la sala. A las siete se va la luz y continuamos la conversa hasta las 9:20, hora en que vuelve la luz. Ángel es un joven que tiene mil caminos recorridos y mil historias que referir.
27-08-2019:
6: 00 am: Hoy, pensamos bajar al pueblo como a las 9 de la mañana.
9:20 am: bajamos al pueblo en un día plácidamente claro. Nos detenemos de tramo en tramo a contemplar las montañas de los alrededores, entre enormes pinos, ante muchos sembradíos de maíz y café. Vamos andando con nuestra perra, llevando cada cual bastones y morrales, y con nuestras botas de goma o de guerra. Si llueve bienvenida sea la lluvia, porque bajamos sin impermeables ni paraguas. Qué privilegio es andar por estos parajes tan gloriosos para los sentidos como si en el fondo de todos los espacios emergiese una música solemne de armonía, de paz reconfortante.
Antes de tomar el camino de la carretera vemos la quebrada que viene de El Rincón, pastosamente oscuro, y que llega y se une al cristalino río que baja de La Coromoto.
Hay una miel de luz en todo lo que nos acompaña. Ligeros de pensamiento y de cargas convencionales, y sintiendo esas ganas de andar y andar sin tener que regresar a casa, como esos personajes vagabundos que uno lee en novelas de Jack Kerouac, Jack London o Knut Hamsun.
Luego, andando por la carretera, vía hacia el puesto de la guardia nacional, ya columbramos el arco de la entrada al pueblo, y seguidamente la estación de gasolina, el cuadro hermoso de la plaza Bolívar, de las más bellas de Venezuela. Hay una bodega que le trae recuerdos a Paola: hace unos cinco años atrás ella, con sus hermanos Miguel, Alba y María Gabriela, se detuvieron allí a tomar unas cervezas. Alba dijo que tenía dolor de cabeza y Miguel le aseguró que eso se quitaba con unas cervezas… todo eso se cura con…; después emprendieron el largo ascenso hasta el Valle de la Luna, felices y tarumbas…
Llegamos a un comercio donde quisimos comprar un kilo de azúcar pero nuestras tarjetas no tenían saldo. La dueña entonces nos lo fió. Se oía allá al fondo de la plaza la ceremonia de la misa en la iglesia difundida por un alto parlante, y cogimos hacia la plaza, y buscamos un banco en un rincón umbrío, donde nos comimos cinco naranjas que nos había regalado Alejandrito.
Luego del breve reposo avanzamos hacia El Valle, y por allí nos encontramos a Enrique Mora, trabajando en la construcción de una pasarela. Nos detuvimos a ver la montaña que tendríamos que remontar, y pedimos indicaciones para no perdernos, aunque perderse habría sido maravilloso.
Tomamos, pues, el ascenso de regreso por el camino viejo hacia El Valle de la Luna. Comenzó a lloviznar con una brisa muy helada, y poníamos la cara para recibir esas gotas tan sabrosas. Afincamos el paso por un terreno blando y estrecho, bastante resbaloso, digo. Habiendo andado unos quinientos metros, en una explanada desde la cual se veía el pueblito como una maqueta, tomamos agua, comimos cambures, nos echamos a masticar unos trozos de panela y unas melcochas que nos pasó Paola. La perra obediente se echó a mi lado y apetecía quedarse horas contemplando el río de Canaguá, los linderos hacía el pueblo de Mucuchachí...
Traspasamos tres puntos con cercas, siempre en ascenso, con casas tristes, amplias y vacías, con vistas extraordinarias desde las cuales se aprecian las estribaciones hacia el pueblo de Chacantá y Las Aguadas, la antena por la vía de Los Naranjos, un trayecto que hicimos hace seis años atrás.
La perra Solita iba y venía corriendo por entre las maniguas y espantando reses y zamuros.
Con tiempo lluvioso, seguimos recibiendo la brisa y la lluvia con gran placer y alegría, hasta que llegamos al punto del Séptimo Portón, el punto más elevado del trayecto. Y así, cogimos por senderos desde los cuales fuimos viendo la finca de Ramón Isidro y Onofre, luego el punto de El Cobre propiedad de Neptalí, hasta que cruzamos el río La Coromoto y llegamos a El Valle de la Luna a las 2:30 de la tarde.
Sed, sudor, cansancio y luego un buen baño, mientras la mesa ya está servida, preparada por doña Albania: espagueti a la boloñesa en un gran caldero, cambures verdes y yuca, y agua de panela con limón.
Me escribe Juan Carlos Villegas para ver si él se puede encontrar con Mario Silva en Caracas. Villegas es un serio investigador sobre el problema de la economía que hoy estamos viviendo.
No podemos ver tele porque se ha caído la señal.
Conversamos y escuchamos música en la sala.
28-08-2019:
6 am: ha estado lloviendo desde la madrugada.
Horacio y yo nos ponemos a hacer café.
La perra comienza a llorar, pidiendo que le abran la puerta.
Contemplo desde la ventana de la cocina los árboles y el césped relucientes. Ahí está todo el terreno desbrozado por Horacio: el maíz y el café sin el estorbo de la cizaña del monte que crece desmedidamente.
Pasa Silvio a pie hacia su conuco con su impermeable amarillo, con sus palas, piquetas y picos.
Pasa luego Evencio con un enorme cargamento de matas de maíz en el hombro seguramente para sus vacas. Un maíz que según él le ha caído una quema. Una suerte de enfermedad que consiste en que las hojas se ponen amarillas y no da mazorcas. Me dice:
Así es el trabajo en el campo: unas de cal y otras de arena.
Pasa Marcolina y su hija Natali.
Al fin descubrimos cómo es que se maduran rápidamente los cambures: colgándolos y tapándolos con un trapo.
Nos enteramos que anoche, Enrique ha tenido un accidente en su moto bajando por el pavimento rígido cerca de la carretera. Lo llevaron al hospital pero ya está recuperado.
4:30 pm: Horacio ha estado inmovilizado sin poder rozar el terreno porque ha llovido todo el día, y hemos mantenido el fogón muy activo. Llega Ángel y decidimos descopar un poco el gran guamo que da al camino real. Las enormes ramas las arrastramos hasta los lados del desfiladero al fondo de la casa.
El vecino mata una res y está vendiendo la carne. Nosotros sólo le podemos hacer el trueque de dos panelas por tres kilos de bofe para la perra.
Nos ponemos a conversar en el porche. Ángel cuenta una historia verídica que según él ocurrió en el pueblo de Ejido y se trata de lo siguiente: un señor muy vestido entró en la iglesia llevando con una cuerda un perrito. Preguntó por el cura, y cuando este apareció le dijo que quería bautizar el perrito. El cura miró al animalito, luego al dueño que parecía muy firme en su decisión, y quiso saber si se trataba de una broma. “¡Bautizar!”: “-Así es, padre, se llama Fi fi”. El cura, entre molesto y sorprendido se dio media vuelta cuando escuchó que el señor le decía: “-Mi contribución la pienso dar en dólares”, cuando el rostro todo del cura cambió, sobre todo sus ojos redondos que anunciaban el acuerdo.
Por lo que nos refiere Ángel el problema de la escasez de gas se intensificará producto de un atentado que se ha dado en el llenadero de El Vigía.
A las 8 de la noche sin luz artificial, Paola, María Eugenia, Ángel y yo nos vamos al patio bajo la enorme cazuela del firmamento que estaba cuajada de estrellas. Y alguien recordó que Anaxágoras decía que el fin para el cual él había nacido era contemplar el sol, la luna y el cielo. Así estuvimos hasta las diez, hora en la cual cada quien cogió para su nido.
29-08-2019: día claro, y al fin sale el sol en su plenitud.
Aún seguimos sin señal de televisión. Anoche por partida doble (sin luz ni señal) nos perdimos de ver “Con el Mazo Dando”.
Horacio se concentra en empedrar el desaguadero que sale del lavadero, mientras yo me encargo de preparar el compostero, y unos almácigos con semillas de lechosa y granadina.
Viene Engracia y le regala a Albania un kilo de chocozuela y la pata de una res, que luego yo troceo en cuatro pedazos con el hacha.
3:30 pm: llevamos cuatro horas sin electricidad. Visito al señor Corsino y luego partimos, Ángel, Paola y María Eugenia hacia los terrenos de Carmelina a buscar limones chinoto. Nos acompañan Solita y Chespirito, el perro de Ángel, que siempre van adelante en constantes subidas y bajadas en grandes carreras. Llevamos cada uno un buen morral. Cogemos hacia los Portones, descendemos por la Hondonada de los pinos, luego vamos subiendo por un camino anegado por una quebrada cubierta de lajas, torcemos hacia la El Cobre la finca de Neptali, y vamos ascendiendo en zigzag hasta alcanzar el cuarto portón y unos cien metros más adelante traspasamos una cerca y comenzamos a descender por un caminito bordeado de un maizal y cafetos, hasta que llegamos a un punto donde hay tres matas de limón chinoto. Allí se pierden los limones y muchos están podridos en sus propias ramas y abajo una alfombra de limones comidos por las alimañas. Cada cual pudo coger en sus morrales más de diez kilos. Luego precedimos a seguir bajando por una casi vertical pendiente cubierta de resbaladizas piedras que dan hasta la casa de los jóvenes esposos Francis y Ramón. Íbamos sosteniéndonos en la bajada con los cafetos que son unas matas muy guapas. Luego comenzaron a ladrar los perros, y la voz de Francis dándonos la bienvenida. La vista desde el lugar es, digamos, conmovedora, se ven las Cruces de Los Atalitos, toda la enorme montaña desde la cual se aprecia la Finca Los Marañones, las faldas por encima de las casas del señor Antonio Rojas y Alecio Mora. Apetecía quedarse allí embebido para siempre en aquel cuadro sublime y grandioso, como diciendo para nuestros adentros: ¡Cómo se puede negar la existencia de Dios! Paola, Ángel y María Eugenia se sentaron en un banco y vino Francis y me colocó un tobo invertido como asiento. A esperar el cafecito. Y vimos el gallinero frente al corredor, los pollos que quedaban después que los gavilanes arrasaran con una docena. Francis lavando los pocillos en un manantial que caía hasta una base de cemento que le servía de lavadero.
Aquella casa de Francis, humilde, aún con piso de tierra apisonada, con una buhardilla hecha de pura madera, aún sin paredes, una barca en el infinito del cielo...
Nos despedimos, y comenzamos a ascender por un sendero con una vista si es posible mucho más extraordinaria de cuanto hemos visto en el trayecto, apreciando al fondo de un abismo, a unos trescientos metros más abajo, las casas del señor Antonio Rojas, la de Alecio y la de Silvio. El sendero es hermoso, que pareciera que uno va hacia el infinito del cielo, con aquel cargamento de limones, y Solita y Chespirito yendo y viniendo gozosos y alegres.
Cuando llegamos a casa a las 5:30 de la tarde aún la electricidad seguía cortada, pero encontramos la agradable visita de Leticia, esposa de Silvio, y dos de sus hijas, quienes nos habían llevado de obsequio medio saco de papas. Nos dimos un buen baño, y luego salieron Paola, Albania y María Eugenia a despedirse del señor Corsino y su familia, pues mañana emprenderemos el viaje de regreso a Mérida.
La electricidad llegó a las 6 de la tarde.
A las 6:30 se presentó Rocimar, la hija de Avenildo, con medio racimo de cambures. Y allí nos estuvimos en la sala conversando con Rocimar y Ángel hasta las 9 de la noche, cuando cada quien cogió para su nido.
No sé por qué motivo, pasé la noche en vela. Pensando en parte en mis lentes de leer que no sé en qué lugar los había dejado. Pensando en mi infancia, y en un hecho, que para bien o para mal cambió para siempre mi vida: cuando reparé, por segunda ocasión, Matemáticas de primer año, en el liceo Andrés Bello de Caracas y la pasé con once puntos.
30-08-2019: Ajetreo de arreglos para el regreso. Horacio que toma el control de todo lo que ha de colocarse en la tolva, que si las cavas, los cambures, las papas, los limones...
María Eugenia, convertida en generala en jefe de todos los miles de adminículos que deben guardarse en el maletero. Recoger la bombona de gas (que ya en el pasado nos robaron una). Barrer, guardar cobijas, almohadas toallas, ollas, cafeteras, televisor, sillas y cubrecamas,…
Ángel que llega con un queso que se lo cambiamos por panelas. Los besos a Solita que vuelve a quedarse sola. Las lágrimas de su dueña. Las bendiciones, los adioses a los vecinos.
Cuando pasamos por la casa de Antonio Rojas hacemos una parada porque su hijo Antolín nos tiene dos racimos de cambures para amortiguar los días en que nos falte el pan o la yuca.
Pasamos por el pueblo a ver si pagábamos dos kilos de azúcar que nos habían fiado, pero la luz se acababa de ir. Le mandamos mensaje a Ángel para que pagara por nosotros, y enfilamos, pues, hacia Mérida en un día muy claro y hermoso.
A partir de Tusta, del otro lado del páramo de Las Nieves, el clima cambia radicalmente, y los calores son tan intensos como si estuviéramos en los propios llanos de Barinas, por ejemplo.
Ahí vamos viendo las largas colas para echar gasolina en El Anís, en Lagunillas, en Ejido, en Las Tapias, … Seguidas de las noticias sobre el alza de los productos en apenas una semana, que son de horror: la terrible realidad que desde hace ya seis años es el pan nuestro de cada hora...