Todos los pueblos están curtidos por su historia. Algunos lanzan fugaces miradas a los acontecimientos que labraron su pasado. Otros recuerdan sus anécdotas que quedaron grabadas en el sentimiento de esos pueblos. Los mismos personajes populares, esos mismos que les dan vida a los pueblos, algunos con sus excentricidades, otros con su aspecto tranquilo, servicial y dicharachero se prenden en el ajetreo diario, dándole con su forma de ser puro sabor costumbrista. Palmira como todos los pueblos no ha estado ausente de esos personajes. La mayoría ya han fallecido
PEDRO MEDIA VUELTA:
Conocido por sus arengas que iba hilvanando en la medida que avanzaba de esquina a esquina, no escatimaba esfuerzos en buscar un blanco a quien dirigía sus discursos.. Tanto en Palmira, como en Táriba. A veces recurría a la historia lanzándole loas al General Peñalosa y a su sequito de seguidores y al partido liberal para terminar rematando contra los godos. En Táriba se detenía frente al hospital que es regentado por las monjas, allí descargaba sus baterías contra ellas; hasta rematar contra las del colegio de la Consolación dos cuadras más abajo. Finalmente cuando el cogote no le daba más, daba sus vueltas para lado y lado y abandonaba el lugar. Así nos narra Edgardo Zambrano en su libro La Desmemoria.
MATILDE:
Matilde era conocida así a secas, de vestido amplio con un costal terciado a sus espaldas y con una indumentaria estrafalaria recorría los cuatro puntos cardinales del municipio. Su carácter tranquilo y apacible, de pocas palabras y de un semblante arrugado que reflejaba el paso inexorable de los años y sus sufrimientos va dejando sus huellas. Un día inesperado un carro truncó su largo peregrinar por las calles y por el hombrillo de la carretera. Era el símil de la Luz Caraballo que en uno de sus poemas nos dejo para la posteridad el poeta Andrés Eloy Blanco.
OVIDIO:
De rostro fruncido por el hambre, de carácter grotesco, de mediana estatura, vestido de forma estrafalaria, de saco y camisa desabrochada. Con una inseparable tasa con la que pedía caje…caje. En un principio cuando un mozalbete le gritaba cualquier improperio acostumbraba a lanzarle piedras. Ya a finales de sus días lucia más tranquilo y reposado.
POLENTINO:
Era un consumado caminador, de aspecto estrafalario; ante cualquier insinuación a su nombre no dudaba en lanzarle piedras. Cargaba en su pequeño morral una taza con la que tocaba algunos hogares para que se la llenaran de comida. Su vida transcurrió al margen de las carreteras, Finalmente un carro acabo con esa peregrinar existencia.
NATALIO:
De aspecto reposado y tranquilo. Su vida transcurrió sin arrebatos. Era mandadero y el aseo urbano domiciliario de algunos hogares; asi como barredor y escarbador de malezas de las calles. Un día partió a ese viaje sin retorno.
DONATO MENDEZ:
Mejor conocido como el sepulturero, por tener como domicilio el cementerio. Antes de dirigirse a su lugar de estancia empinaba el codo con uno o dos miches; dizque para espantar los malos espíritus
LA CHINA BUENA:
Este hombre humilde vendía naranjas a las que promocionaba como “las chinas buenas”. Su vestimenta era una gorra, un pantalón arremangado y una vistosa gorra acompañada de una sonrisa inocentona.
Francisco Duque ( piscuito):
Es uno de esos personajes que se granjean el aprecio de todos, su mayor debilidad es el aguardiente. Uno de los episodios más cumbres, fue la época que le correspondió prestar su servicio militar, nada más y nada menos en el lugar más cercano a su casa, en el cuartel Bolívar de San Cristóbal, que queda entre las carreras 15 y 16. Un domingo del mes de diciembre, que coincida con las festividades de una de las aldeas, se disfrazo de diablo y con él agarro una soberana pea. Es domingo por la tarde no se presento al cuartel, tampoco el lunes. Ya el martes muy temprano un jeep del ejército vino a buscarlo, todavía tenía el disfraz puesto, así lo montaron y se lo llevaron; según señaló el mismo. Como castigo lo pusieron con esa indumentaria a pleno sol. Piscuito, que sabía de las debilidades de sus superiores, se los ganaba, lavándole los carros, lustrándole los zapatos. Le volvían a dar permiso y ya para el día martes lo andaban buscando. No fue expulsado del ejército, pero al momento de ser licenciado del cuartel era soldado raso. No agarro ni una tirita.
DON ISAIAS Y SU BURRITA:
Casi todos los días bajaba con selecta disciplina desde las faldas de la montaña o bien a aprovisionarse de los más elementales bienes para su subsistencia o a vender lo poco que producía Con su inseparable machete apretinado al cinto iba atravesando las calles; saludaba con unos buenos días o buenas tardes sin entrar en muchos detalles; recuerdo que bajo su propio esfuerzo construyó una casita en la carrera dos a la que alquilaba, pero al transcurrir los seis meses aproximadamente la mandaba a desocupar a sus inquilinos ante la presunción de que se iba a quedar con ella.
José pepito:
Los últimos años de su vida busco como refugio un carro abandonado en un lúgubre lugar del barrio San Agatón, se hacía acompañar por un cortejo de perros que lo acompañaban por todos lados, que estuvieron a su lado hasta el final de sus días. Era un hombre lúcido de buen proceder sin los tormentos del alcohol.