Corría el año 1967, estaba Leoni en el poder, ya había pasado Rómulo Betancourt, célebre por la frase aquella de "disparar primero y averiguar después"; venían siendo gobiernos en franco entreguismo al imperialismo yanqui, que gobernaban a espaldas del pueblo. La Constitución de 1961, que ellos habían aprobado, era letra muerta. La persecución, los desaparecidos, los masacrados, las torturas, crisis por todos lados, la corrupción y burocratismo del Estado, era la comidilla diaria.
Era un año preelectoral y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria se preparada para las elecciones; en medio de aquella turbulencia política cualquier ruido político que los afectara era declarado subversivo y de llegar a ser responsable, era convertido en un objetivo y atacado luego con saña. Esa era la tan mentada democracia representativa. Un día vislumbramos en lo alto de la Mantellina la posibilidad de colocar allí algo que llamara la atención y que además sirviera de propaganda en la campaña electoral, así que sin pensarlo dos veces nos reunimos: Dario el maracucho, que vivía en la calle de Los Afligidos; el mudo Néstor Oliveros, asi lo llamábamos, falleció recientemente y Raul Roa , tendría 12 años para la fecha, nos buscamos una enorme tela roja, dos potes de pintura blanca y un avío; ya a primeras horas emprendimos viaje; pasamos frente a la plaza y al primero que encontramos fue al señor Edmundo Perdomo (parrilla), encargado de su ornato; ni cortos ni perezosos le dijimos a dónde íbamos y cual era nuestra misión- Al medio día ya habíamos arribado, buscamos un palo y le colocamos la bandera roja, amarrándolo desde diferentes sitios a aquel tronco con un fuerte mecate con lo sostuviera de las embestidas del fuerte viento En las cercanías recogimos unas cuantas piedras con las cuales construimos unas letras de unos seis (6) metros cada una, donde se leía MIR, que pintamos de blanco; aquella bandera y letras, se divisaba desde las partes altas de San Cristóbal, Tariba y Cordero. Al día siguiente Los primeros en llegar al lugar fueron los alumnos del seminario Santo Tomas de Aquino guiados por la inusual presencia de aquella bandera roja, a la que bajan y con ello destruyen las letras. Posteriormente arriban por otra vía en las inmediaciones del pueblo un pelotón del ejército, e inmediatamente suben a la cima del cerro a la búsqueda del campamento guerrillero, a las pocas horas están de regreso. Al observar aquella movilización, en la carrera cinco frente a la licorería La Colmena, allí había una carpintería, le hicieron algunas preguntas a los trabajadores, pero nadie soltó prenda, luego se dirigieron a la plaza Bolívar y después a la prefectura y comenzaron con el interrogatorio de rigor; que si habían visto personas extrañas; quienes del pueblo podrían ser sospechosos, que si patati que si patata. En todas estas Perdomo (parrilla); que conocía quienes eran los responsables, nos había visto subir, sabia de nuestras intenciones, entraba y salía de la prefectura, pues allí guardaba las herramientas, presenciaba los interrogatorios a los policías y alguna que otra pregunta que le hacían a los transeúntes. En todo esto Perdomo, que era copeyano, con su agudo ingenio que lo caracterizaba, salía y nos tenía informado de los pormenores de los que pasaba allá dentro. Lo cierto fue que los militares rastrearon el lugar y lo único que se trajeron fueron las latas de sardina dizque para detectarle las huellas dactilares.