El municipio Guasimos presenta una ubicación geográfica muy particular, enmarcados dentro de un clima favorecedor, con industrias y comercios, donde se resalta la laboriosidad y cordialidad de sus gentes, podemos decir que cualquier mejoramiento a su obra de infraestructura o construcción en su territorio asume carácter muy particular. La misma carretera que la une con Tariba y San Cristóbal y la inconclusa autopista acorta las distancias entre estas ciudades. Todo esto sin mencionar los diferentes ramales carreteros que las unen a todo lo ancho y largo de sus aldeas.
La población está enmarcada en medio de bellezas naturales de imponderables condiciones, al frente lo rodea un cordón de montañas con árboles de alto fuste, en medio de una agreste vegetación que hacen del ambiente un atractivo de belleza embrujadora. Su ubicación es tan estratégica, que desde sus partes altas se divisa con todo su esplendor a San Cristóbal, Tariba, Cordero y a lo lejos a Santa Ana. Presenta ocho (8) calles transversales y cuatro (4) longitudinales que se acomodan a todo lo largo y ancho. Al este se levanta sobre una planicie La Estación. Al sur esta Patiecitos que ha crecido a una velocidad sorprendente. Otros sitios que conforman el cuadro del pueblo son sus dos plazas y la construcción de nuevas edificaciones y centros comerciales; echando abajo algunos vestigios de las casas antiguas y de amplios corredores. A la altura de los 1630 metros se alza la Mantellina, con la esbeltez de sus árboles, la frescura del ambiente y los helechos arborescentes; en medio de ese frescor nacen varios manantiales; pero a la par de estas condiciones se ha apreciado el efecto destructor del fuego y de la tala. Algunos bosques han sido destruidos para darle cabida al conuco o a la explotación del carbón vegetal que además de producir pingues beneficios a sus usufructuarios, ejercen sobre la zona un revés de grandes proporciones.. Si nos enrumbamos a través de las faldas de la Mantelina, por encrespados senderos, montaña arriba podemos llegar a la población de Borotá.
El folklor es de obligada mención. Palmira es uno de los pocos pueblos que guardan la tradición de las fiestas decembrinas. Ya para el quince (15) de diciembre todas sus aldeas se organizan para organizar sus fiestas. Cada una de ellas se responsabiliza en cancelar una misa que se da en la madrugada en medio de una andanada de pólvora. Durante el día en medio de una comparsa y de un colorido disfraz reparten un programa escrito en verso, donde se elevan plegarias, se ensalzan a sus colaboradores y se satirizan a quienes no aportan nada, además se emplazan a sus vecinos a ponerle más calor y emoción a la festividad. Para el treinta y uno (31) de diciembre, esta data de la década del ochenta (80) para acá como es la quema de la pólvora, varios kilómetros recorren esta recamara que era aplaudida por los vecinos y turistas. El seis (6) de diciembre era tradicional del disfraz de la chiquillería que fue dirigido desde hace sesenta y nueve (69) años y por espacio de treinta (30) años por Gonzalo Perdomo. Hacia los campos prevalecían actos rituales a la muerte de un niño. Los vecinos se presentaban al velorio con cuatros, mandolina, maracas a cantarle al niño versos y melodías algunas compuestas o improvisadas por ellos.
La alimentación de los campos en su mayoría es producto del medio ambiente o lo que le produce su conuco; prevalece entre los vecinos el trueque. Las doradas arepas de harina de trigo o maíz pelado es de presencia casi obligada en la dieta del campesino; así como el queso, las cuajadas, la sopa de arvejas, caraotas mazamorras, piscas, pericos, cuchute, las multisapidas hallacas decembrinas y no puede faltar el masato y la chicha en sus diversas presentaciones