Palmira para la época del 60, era un pueblo sosegado, solidario, pacifico y acogedor. Ya al despuntar el día todo el mundo iniciaba su quehacer diario. Existía una tranquilidad pasmosa, que era alterada por uno que otro chisme. Pero un día sonaron las alarmas. Asesinaron a Don Polo. La noticia se propagó como reguero de pólvora. Esto fue a finales del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Era un señor ya entrado en años que tenía su tienda en la carrera 4 con calle tres. Vivía solo, era un hombre de acendradas convicciones religiosas; sin una mácula de maldad hacia el prójimo. Aparecen los sabuesos de la Seguridad Nacional y comienzan las indagaciones, luego las detenciones y posteriormente las interrogatorios. En todo esto detienen a dos de los presuntos asesinos, habían llegado provenientes de la aldea Venegara, del municipio Jáuregui y desde temprano habían estado libando licor en el negocio, allí se percataron que Don Polidoro , tenía una cajón donde guardaba sus ahorros. En horas de la noche, favorecidos por la tranquilidad del lugar, ingresan al local y lo asesinan. Una comisión de la Seguridad Nacional llega al pueblo y no les cuesta mucho dar con los presuntos indiciados, son detenidos y la comisión policial en lugar de tomar la carretera hacia San Cristóbal, que era lo correcto, se dirigió hacia la Estación, paso frente al cementerio y en el puente de la quebrada La Salada que está ubicada antes de entrar a La Victoria, el vehículo se detuvo, bajaron a los presos y ahí a pocos metros en el potrero señalan donde habían dejado el dinero; dicen los testigos que a lo lejos se oyeron unas detonaciones. La versión de los gendarmes fue que habían intentado "escapar". Esta "ejecución" sui génesis bastó y sobró para que en el pueblo por años no se presentara delitos de esta envergadura. Por supuesto que este asesinato despertó en los vecinos todo un mundo de comentarios, chismes y corrillos durante un buen tiempo
Rafael Antonio Cano:
En una de esas tantas madrugadas, dizque para estudiar qué hacíamos un grupo de estudiantes a la plaza Bolívar; en uno de esas alboradas mañaneras se presentó Rafael Cano con unos palos encima y con un reto, subirse a una de las palmas, la que colindaba con la parada de la línea de carritos que viajaban a San Cristóbal. La palma no alcanzaba los 40 metros que tiene ahora; pero sí tenía los 20 cm de diámetro y las escasas raíces que no le permiten soportar mayor peso. Cano comienza a ascender y aquella palma empieza a tambalearse; probablemente el peso de aquel muchacho que no llegaría los 50 kilos no permitió que sucumbiera. El asunto fue que llegó a la cúspide bajo algunos frutos y ganó el reto pero puso a los presentes con los pelos de punta ante aquel atrevimiento inducido por unos palos demás.
Gilberto Chacón:
Gilberto era uno de esos muchachos que la jerga criolla bautiza como tremendos, amigo de echarse palos y de idear cualquier estratagema para empinar el codo y salir de jerga. . En una oportunidad le llegó a Don Domingo Ruiz, que era compadre de su padre Don Pablo Chacon y sin inmutarse le dijo..mi papa le manda a decir que si dispone de 200,00 bolos que se los preste, que la próxima semana se los regresa. Este sin pensarlo dos veces lo dejo esperando en la puerta y a los minutos se presento con los reales, que para la época era un capital respetable. Tomarlos y armar viaje a Cúcuta, fue de inmediato; donde el peso estaba subevaluado con respecto al bolívar. El asunto fue que fueron tres días de farra consumiendo ron y visitando todos los lupanares de Cúcuta.