23-2-23: Otro esplendoroso día en el que se aprecia algunas quemas en dirección a Canaguá. A veces se sienten fuertes vientos veraniegos, la tierra reseca, el dulce olor del campo, y por otro lado millones de hormigas levantando la tierra, mariposas amarillas, y para consuelo del alma un firmamento límpidamente azulado.
He ido a visitar a Avenildo, me siento en el corredor en la banqueta que fue hasta ayer de nosotros. El televisor que le vendimos ayer se ha dañado, y cuando se enciende, sólo se ve la mitad de la imagen. A fuerza de golpecitos, claro, no se arregla. La señora Rosa me sirve una buena taza de café. Veo la trocha por donde se llega a esta centenaria casa y que tiene al frente la de Evencio, a los lados se aprecian tupidos camburales y cafetales, árboles frutales, docenas de gordas gallinas, tres alborotados perritos, atentos a la llegada de cualquier visitante. Me cuenta Avenildo que en este momento no tienen quesos para la venta, que las vacas están sueltas y a punto de parir. Ahí nos estamos un rato sin decirnos nada, hasta que Avenildo, suspirando y como hablando consigo mismo dice:
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Esto es muy tranquilo, aquí uno vive feliz.
Nos estamos despidiendo de todo aquello que no usamos: ollas, armarios, muebles (con asientos de cuero de vaca), ropa, un baúl, un toldo, una hamaca, sillas, televisores, antenas, algunos de estos artículos los terminamos regalando, otros los vendemos o los truequeamos… nos quedaremos únicamente con lo básico para vivir. Con nuestros utensilios para la cocina, camas y cobijas, libros… qué ligero de cargas se siente uno saliendo de tantas cosas que realmente no utilizamos, y que se van deteriorando dejados a la buena de Dios.
Dinero hay muy poco para comprar cosas, que no sean comida, de modo que cuando se vende algo hay que rebajarlo mucho, sino seguirán anegando y languideciendo en los rincones y cuartos.
24-2-23: Hacemos una hoguera con montones de cosas que ya no le interesan a nadie. Algunos son periódicos, revistas y artículos tan malos que ni para arder sirven. Dios mío, cuánta bazofia se llega a publicar en este mundo. El promontorio de papeles retorcidos por la quema se esparce, y llega hasta dos bellas maticas de café con frutos, y nos duele en el alma cuando las vemos calcinadas. Deshacerse de lo que no vale la pena es un trabajo también bien arduo y fatigoso.
Viene Ángel y limpia toda la calzada y parte del camino que conduce a la troja. Yo me encargo de charapear el tramo que da con la ex vecina Engracia mientras María Eugenia coloca los desperdicios de grama, como abono, en los alrededores de los cafetos. María Eugenia ha trabajado incansablemente, es una máquina de reacondicionamiento y decoración artística y de la nada repone y reacomoda todo de modo que parece que a fin de cuentas de nada se ha salido…. No para.
25-2-23: Pues bien, al día de hoy sábado, la casita finalmente ha quedado muy bien peluqueada y remozada y acogedoramente arreglada en su interior para deslumbrar a propios y extraños. Ya mañana podemos disponer de nuestro tiempo para hacer una buena caminata.
Visitamos por la tarde al señor Corsino y lo encontramos con su nieta Marilú porque sus hijos Ángel, Manuel y Enrique han bajado al pueblo para participar en unas competencias de boliche. Hoy en las pre-ferias del pueblo, habrá Palo Encebado, Carreras de Sacos, juego de bolos y otras diversiones. Estamos en el corredor y se va uniendo a la conversa Xioli, luego llega Consuelo y más atrás El Chino. Tocamos al boleo diversos temas sobre la historia local, cuentos y piquetes de la sabrosa comedia humana. Se habló de la dura infelicidad de los ricos, de los que creyendo que lo tienen todo, nunca alcanzan seguridad, paz ni verdadero trato sincero con nadie. De los que tienen palacios y otros lujos pero sólo se conforman con eso, mientras se pierden el sol, el canto de los gavilanes y de las pavas, la grandiosidad del silencio y de la soledad andando por estas montañas y caminos. Que el rico vive recelando de todo el mundo, que siempre está pensando que los demás lo buscan por interés para ver qué le piden, o para robarlo o estafarlo. Por aquí los que llegan a los noventa y cien años son los que han sido pobres toda la vida. Los ricos acaban sufriendo del hígado, del corazón, de la tensión arterial, de los nervios.
Canaguá es el territorio con la gente más lista, despierta, ingeniosa y emprendedora de Venezuela. Se reconoce al vuelo al canagüero por su tipo vivaz, desenfadado, alerta, simpático, muy comunicativo. En este mundo de Canaguá hay toda esa gama de personajes con los que podrían llenarse cientos de volúmenes divertidos, curiosos, extraordinarios. Muchas historias de este pueblo nos hablan de personajes pobres que en poco tiempo han llegado a hacer grandes riquezas. Hay empedernidos jugadores de cuanto juego se conozca, apostadores a los gallos, de truco y barajas, en los que algunos han perdido fortunas, carros, motos, casas, fincas, ganados, en una sola noche, y lo crucial en todos los negocios es que se hacen con la palabra empeñada. Por aquí no se firman cheques ni recibos, vales o documentos para asegurarse un pago, todas las apuestas se hacen de palabra, así como de palabra son casi todos los acuerdos sobre linderos que separan una propiedad de otra en estas inmensidades de estas montañas.
El Chino, el esposo de Xioli, trabaja en la Policía desde hace más de diez años, y como casi todos los canagüeros tiene la vena aguda del comentario y del análisis certero de cuanto ha visto y conocido en su profesión, y nos relata historias realmente interesantes sobre diversos personajes de la región. El Chino no llega a los cuarenta años y es toda una enciclopedia andante sobre las vivencias en estos pueblos. El Chino tiene como libro de cabecera una Historia Constitucional de José Gil Fortul, regalo del famoso doctor Carlos Parada, quien aún se cree que vive en Betania. Se ve que El Chino consulta con frecuencia este abultado tratado, porque hace comentarios precisos sobre las Constituciones de otros países, comparándolas con la de Venezuela. El Chino como policía gana en este momento unos treinta dólares mensuales, pero no deja de dedicarse a las labores del campo.
Sin pararle al tiempo, como muchachos, allí nos estamos hasta que vemos caer la tarde. Volvemos a casa para regar las matas. Vemos a Ángel que sube del pueblo y se detiene a tomar un refresco que le sirve María Eugenia. Se ve que venía sediento.
Seguimos en nuestras pequeñas faenas, y como a las siete y media de la noche vemos llegar a Ángel con el señor Corsino, y retomamos la conversa, tocando otros retazos de la historia local que no habíamos tratado en la reunión de la tarde, como la construcción del impresionante puente de madera que da a Los Naranjos, hecho entre 1938 y 1942; el asunto de los alambiques y trapiches, los entierros de botijas, …
26-2-23: Hoy hemos madrugado y hemos salido a disfrutar del canto de los pájaros, de los arreboles mañaneros, de la placidez de la soledad y de las voces que trae el viento. Ni un alma en esta inmensidad a un kilómetro a la redonda. No hay un mundo como este, con tan desbordante belleza, afortunados nosotros que lo hemos conocido, que nos hemos empapado de él, que todavía nos preguntamos qué mano, que dios, qué duendes o misterios nos trajeron hasta aquí. Preparamos café y salimos al patio. Recorremos el cafetal, la cerca donde están las moras, el portentoso limonero, el romero y la ruda, la menta y el limoncillo, las fresas y las rosas, el garbancillo y el chirimoyo…
A las 9 de la mañana salimos a hacer un paseo con Ángel y su perrito Chespirito. Todavía hace un poco de frío, pero el cielo está esplendorosamente transparente y veraniego. Nos dirigimos a La Loma y para ello bajamos por el camino real hasta casa de Juvencio, y en este punto torcemos y comenzamos a subir hacia los sembradíos de café de Ever Molina y de Silvio. En el ascenso vamos apreciando el espectáculo de lo que se llama la parte baja de La Coromoto: la casa de Alesio, la de Silvio, la del señor Antonio, la de Cheo, la de Juvencio y a nuestra derecha, allá en lo alto del camino real, la escuelita y al frente nuestra casita. Ascendemos un poco más y vemos la nueva casa que está construyendo Alexis, el técnico dental del pueblo de Canaguá. Luego, en la montaña de enfrente las grandes faldas cafetaleras de Abraham y de su hijo, la de los hijos del señor Antonio, las de Onofre, de Gaudencio y de Ramón Isidro. Cientos de hectáreas de café. Más allá de la casa de Ever Molina comenzamos a recorrer un caminito que bordea un gran abismo, que el que pierda el equilibrio, no habrá dios que lo frene hacia el imponente desfiladero. Ángel hace un cálculo de que en este momento en esta zona hay más de quinientas hectáreas de café cultivadas, y Avenildo nos aseguró hace poco que en la zona de Capurí, Mesa Quintero y Guaraque hay hacendados que han llegado a sembrar hasta quinientas mil matas de café y mucho más. Lo preocupante es que todo este café vaya a parar a Colombia, porque gran parte del café que exporta el vecino país es de Venezuela, por cierto, el mejor del mundo. Avenildo me dice que por estos lados la gente está saliendo del ganado, porque donde come una vaca se pueden sacar hasta diez cargas de café.
Así vamos andando maravillándonos del paisaje, de los cielos, de la dulzura de la brisa que mitiga un poco el quemante sol. Ya llevamos más de una hora andando, hasta que llegamos al filo de Los Atalitos, en el que vemos pastar unos veinte toros del señor Rosalino. En este filo podemos contemplar el sector de El Rincón y los destrozos que ha venido provocando una cárcava que se activó hace años, y que ha ido creciendo con cada invierno. Se ve la carretera principal, el famoso puente Los Ingenieros que se ha llevado incontables veces el río de El Rincón, la casa de Carlos Chacón, y allá lejos, el nuevo hogar de nuestra ex vecina y querida amiga Engracia. Teníamos planes de llegar hasta donde Engracia, pero el trecho para llegar donde ella nos parece en este momento muy duro para hacerlo. Emprendimos el regreso bajo un sol plomizo y aplastante, llegando a nuestra casa a las doce del mediodía. En llegando de la larga caminata María Eugenia se da a la tarea de prepararnos una buena espaguetada, acompañada con cambures verdes sancochados. He de reconocer que las amas de casa nunca descansan, llenas de ocupaciones que asumen como propias de su sensibilidad (¿de su condición?).
Uno en el campo, por otro lado, no puede quedarse quieto, ocupaciones aparecen por montones sobre todo en la atención a las matas, y en el caso nuestro si tuviéramos animales la cosa sería mucho más complicada. Yo he tomado la carretilla y he bajado hasta el cambural para recoger abono y ponerles a las matas de café más decaídas.
Al caer la tarde nos visita doña Rosa con su nieto Alejandro, porque nos traen el manjar de un buen trozo de un panal.